A sus 70 años, Roberto Camacho recuerda que de niño escuchaba a sus padres sobre “la miseria” que vivieron después de que los evacuaran de Las Manchas, en la isla española de La Palma, por la erupción del volcán San Juan en 1949.
La historia se repite y a este maestro jubilado le ha tocado este jueves regresar por unos minutos a una casa que todavía sigue en pie en esta isla del archipiélago atlántico de Canarias, pero que tiembla con cada explosión.
“No tengo miedo, estoy deseando volver a mi casa… si el volcán me la respeta”, explica Camacho a Efe, mientras espera su turno frente al control de carretera levantado por los servicios de emergencia en Fuencaliente, el único acceso posible a toda la zona de exclusión que se encuentra al sur de la colada de lava.
Cuando llega el momento, le cuenta a un sargento de la Guardia Civil que es la tercera vez que viene desde Garafía (dos horas de carro, con el estado actual de la red viaria de La Palma) para poder llegar a su casa en San Nicolás de Las Manchas, de la que le evacuaron el 19 de septiembre por la tarde, al estallar el volcán.
El agente le pregunta que para qué necesita regresar y el hombre le dice que tiene que poner algo de comer a sus gallinas. Esta vez, la respuesta es franquearle el paso, porque las autoridades permiten este jueves pasar a parte de la zona excluida a los regantes y a los vecinos que no pudieron llevarse a sus animales. Solo a ellos… y Camacho remarca que tiene gallinas y un gato.
En cuestión de hora y media, regresa con el policía local que lo ha acompañado , porque nadie entra a la zona caliente de la erupción sin permiso y sin que lo escolte un miembro de los servicios de emergencia. Está contento, ha podido atender a los animales, recoger un ordenador y algo de ropa y, sobre todo, ver que la casa sigue intacta: medio cubierta de ceniza, pero en pie.
“¡Parecía que el volcán se me iba a caer encima!”, cuenta, todavía algo agitado. “Mi casa tiembla constantemente con las explosiones. Amigo mío, le digo a usted que es increíble”, enfatiza.
Roberto Camacho salió de su vivienda la misma tarde de la erupción. En realidad, un poco antes de que estallara el volcán, porque su mujer no soportaba más los temblores de los días previos, que sacudían hasta la cama del matrimonio. “Me dijo: o me sacas de aquí o me vuelvo loca. Era un terremoto constante”, recuerda.
Así que se preparó para irse. Antes, quiso llevar en el carro a su otra casa de Garafía a sus dos perros. Cuando regresó, los servicios de emergencia ya no le dejaban pasar, casi tuvo que rogarles que le permitieran recoger en Las Manchas a su mujer y a una hermana, que se habían quedado atrás con el trajín de los perros.
“El caso es que nos habían reunido el día antes en el terrero de lucha, que luego se cayó (por las explosiones y el peso de la ceniza en su cubierta) y nos explicaron qué había que hacer en caso de ser evacuados. Pero nos dijeron que no iba ser pronto”, asegura.
Cuando llegó el momento, subió al coche a su mujer y a su hermana y se llevó “las medicinas y poco más”. Pudo regresar poco después a San Nicolás, en una visita de 15 minutos: “Pero era tan grande mi agobio, que hasta una caja que tenía con documentación la dejé. Tuve que volver a por los papeles antes de salir ya para Garafía”.
Conforme termina de relatar de qué modo se agita su casa cada vez que hay una explosión en el volcán, que está a dos kilómetros escasos de su puerta, Camacho se apresura a matizar que lo cuenta “con asombro, no con miedo”. “Tengo amigos que están peor”, dice.
Entre ellos, uno que se construyó en su finca tres pequeñas casas, para él y para sus dos hijos, sin los papeles en regla y ahora lo ha perdido todo. Y otra familia que acaba de retornar de Venezuela e invirtió sus pocos ahorros en construirse una casa en un terrenito, con un crédito del banco. Ahora solo tienen hipoteca; casa, no.
El hombre está deseando volver a su hogar, cuando todo acabe. No le teme a vivir junto a un volcán. “Lo espero y deseo. Nosotros no estamos alarmados, sino preocupados porque ha sido tal el desastre que ha pasado aquí, en La Manchas…”, se explica.
A Camacho, lo que está sucediendo ahora le recuerda a los relatos de su madre Invención y su padre Lilo, ya fallecidos, sobre la erupción del volcán San Juan, en plena posguerra española, y las “calamidades” que pasaron todos en aquella época en La Palma.
Todos, o casi todos. “Me contaba mi madre que fueron por la mañana un día todos al ayuntamiento a que les dieran algo de comer. A mediodía, salió el señor alcalde de la época y les dijo: ‘Me voy a comer que tengo hambre’. Y una señora le contestó que ellos también. ‘O se calla o la mando detener. Vaya para su casa’, le dijo”.
La Palma se sobrepuso a aquellos tiempos de miseria y emigración. Camacho no duda de que, si hay ayudas y se distribuyen bien, la isla se volverá a recuperar. “Yo, gracias a Dios, soy un afortunado porque mi casa está en pie. Aunque esté cerca del volcán, sigue en el mismo sitio y puedo contar con ella”, se despide.
EFE