El bus en el que se subió Lucía, la mañana del 7 de abril del 2012 , se quedó sin frenos. Habían transcurrido seis horas desde que la recogieron a ella y a 12 jovencitas más en el centro de Medellín, cuando el automotor empezó a fallar y se estrelló contra una peña en el camino que de Tarazá conduce a El Bagre (Antioquia).
Por El Tiempo
“Mejor me hubiera muerto ese día. Muerta de verdad. Sin respirar más, para ahorrarme toda esta pesadilla”. Lady Marcela, el nombre con el que la bautizaron en la iglesia de San Antonio de Padua el 6 de diciembre de 1997, cuando apenas tenía cuatro meses de nacida, tiene la tristeza pegada en cada palabra. “Soy virgo y dicen los astrólogos que nos caracterizamos por tener una vida sana… los astrólogos y sus mentiras”, agrega, mientras se pasa de un solo sorbo, un trago de coñac.
Para ese momento acababa de cumplir 20 años, pero su aspecto revelaba a una mujer de unos 35. Su estadía en España era ilegal, como el trago que se estaba tomando, porque el estatus de “tránsito” mientras era deportada a Colombia, o enviada a México, país al que aplicó a través de una organización defensora de los derechos de las víctimas de trata de personas, para que le dieran asilo o refugio, no le permitían ingerir licor y otras cosas más.
Asilo o refugio, una decisión determinante para su corta vida, pero a ella no le importaba la figura, si no el fondo: estar lo más lejos posible de sus proxenetas y no volver a escuchar, nunca, las palabras “los Urabeños”.
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