Kurt Cobain y Courtney Love: la intimidad de un amor tan tóxico como trágico marcado por drogas y la muerte

Kurt Cobain y Courtney Love: la intimidad de un amor tan tóxico como trágico marcado por drogas y la muerte

LOS ANGELES- DECEMBER 4: Kurt Cobain and Courtney Love pose for photograph, Kurt grimacing for the camera and Courtney waving, on VIP balcony during Mudhoney concert at the Hollywood Palladium on December 4, 1992 in Los Angeles, California. (Photo by Lindsay Brice/Getty Images)

 

-Courtney, pase lo que pase, quiero que sepas que hiciste un álbum muy bueno.

Por Infobae





-¿Qué quieres decir?

Transcurren unos segundos hasta que Kurt articula una frase:

-Solo recuerda que, pase lo que pase, te amo.

Esa llamada telefónica fue la única manera que encontró el cantante de Nirvana, quien estaba internado en una clínica de desintoxicación por abuso de drogas, para despedirse para siempre de su gran amor Courtney Love.

Cuatro días después, el martes 5 de abril de 1994, agarró su escopeta y se voló los sesos. Tenía la edad mítica de los muertos del mundo de la música: 27 años.

Kurt Cobain, el creador del grunge rock, hacía tiempo que era una bomba con la mecha encendida.

Empecemos por el principio y demos marcha atrás en el tiempo.

Un apellido equivocado

Si algo no tuvo Courtney Michelle Harrison (Courtney Love, para todos) fue lo que su apellido artístico significa: amor.

Nació en San Francisco, el 9 de julio de 1964. Su padre, Hank Harrison, había sido manager y dealer de LSD (el ácido lisérgico, esa sustancia que produce efectos psicotrópicos sobre el sistema nervioso central) de la banda Grateful Dead. Su madre Linda, era psicoterapeuta. La abuela materna de Courtney era una escritora rica quien, dicen, habría tenido a Linda nada menos que con Marlon Brando. Quién sabe. Lo cierto es que Linda y Hank no duraron y se separaron antes de que Courtney naciera.

Lo increíble fue que Hank, cuando estaba con su hija, le suministraba LSD. Como algunos hippies de esa época, estaba convencido de que la droga era buena para los chicos. Por supuesto, cuando las autoridades se enteraron, le quitaron la posibilidad de estar con Courtney. La pequeña pasó a vivir con su madre en una comunidad. Linda volvió a casarse y tuvo más hijos. El elegido fue Frank Rodríguez quien adoptó a la ya problemática Courtney. A los 9 años, un psicólogo les dijo que la pequeña parecía tener trastornos del espectro autista. Su carácter ingobernable llevó, también, a que un psiquiatra la catalogara como “ligeramente esquizoide”.

La realidad es que no sabían cómo manejarla. Terminaron dándole una droga legal, Ritalina. Este medicamento suele usarse para controlar a los chicos que padecen déficit de atención y no pueden quedarse quietos.

Linda se divorció de Frank y se trasladó, con sus hijos y una nueva pareja, a Nueva Zelanda. La convivencia con Courtney en el lejano continente no funcionó. Linda no dudó en sacársela de encima y la mandó de regreso a Oregón, con su ex marido Frank. Courtney terminó viviendo con la ex pareja de su madre de quien dijo: “Fue el único adulto que se portó bien conmigo cuando era pequeña”. Todo un elogio, pero lo cierto es que la paz en esta nueva casa tampoco duró. La nueva mujer de Frank detestaba su rebeldía.

Courtney no era bienvenida en ningún lugar. Terminó en un hogar de tránsito. Durante esos períodos con familias sustitutas pasó lo peor: el abuso sexual.

Courtney era dinamita en permanente estallido. Nada ni nadie la ayudaban. A los 13 años la sorprendieron robando. Fue a parar al Correccional Hillcrest.

A los 16 años fue emancipada de la autoridad paterna y recibió una pensión de 500 dólares mensuales. El dinero provenía de sus abuelos. Se mudó a Portland, Oregón: quería triunfar como música. Deambuló por una serie de bandas punk, pero el dinero no le alcanzaba. Para llegar a fin de mes, terminó conformándose con bailar como stripper en tugurios de mala muerte. Para eso tuvo que falsificar su documento de identidad. Tenía que parecer mayor de edad si quería viajar a Japón y Europa. Logró irse y terminó estudiando en Irlanda en el Trinity College de Dublín. Consiguió un puesto de solista en un grupo llamado Faith no More. Al tiempo terminaron echándola: no querían una cantante mujer. Se presentó en diferentes castings para filmes y logró algunos papeles secundarios. Avanzaba a los tumbos, como podía, sin perder su impertinencia.

En 1989, se casó con Fallin James Moreland, un cantante travesti. Como no podía ser de otra manera, a los pocos meses la relación terminó.

Un tiempo después, pasó a integrar un grupo musical y formó pareja con el guitarrista Eric Erlandson. Su primer disco tenía letras donce ella denunciaba los intentos de violación que había enfrentado cuando trabajaba como desnudista.

Por todo esto, cuando la cantante, guitarrista y actriz, conoció a Kurt Cobain, su pasado ya era una mochila de hierro.

Los abandonos de Kurt

El bello Kurt Cobain, una especie de Brad Pitt desarrapado y tierno, había nacido el 20 de febrero de 1967. Su madre, Wendy Elizabeth, trabajaba como moza; su padre, Donald Leland Cobain, era mecánico. Kurt también tenía una hermana, tres años menor, llamada Kimberly. Un detalle para no pasar por alto: en la familia la depresión era algo frecuente, dos tíos abuelos y un bisabuelo se habían suicidado.

El pequeño Kurt comenzó a cantar a los dos años y, a los cuatro, ya tocaba el piano.

Al igual que Courtney, era hiperactivo. Su madre sentía que no podía con él. Por eso, cuando un médico le recetó Ritalina, no dudó en dársela.

Todavía no se conocían, pero las vidas de Kurt y Courtney se deslizaban por carriles espejados.

Hiper sensible e introvertido, en el colegio Kurt sufría el bullying de sus compañeros. Optó por acercarse a las mujeres. Uno de sus pocos amigos varones era gay y su madre, homófoba, le prohibió relacionarse con él. Muchos, incluido él mismo, pensaron en algún momento de su infancia que era homosexual. Pero no, con el tiempo se dio cuenta de que no le atraían los chicos.

Kurt Cobain puso la frontera de su felicidad en un sitio muy preciso: los siete años. Es la edad que tenía cuando sus padres se separaron y comenzaron los conflictos.

“Tenía vergüenza de mis padres. No podía enfrentarme a algunos compañeros de colegio porque quería desesperadamente tener la típica familia. Madre, padre ¿entiendes? Quería seguridad y me resentí con mis padres, por muchos años, por eso”, confesó en un reportaje.

Sin buenos amigos, no tardó en buscar refugio en la marihuana y otras drogas. Por otro lado, los dolores físicos de espalda y estómago le sirvieron de excusa para recurrir a un analgésico opioide: Percodán. Se volvió dependiente. El combo de sus adicciones estaba listo.

Vivía con su madre en Aberdeen cuando, dos días antes de la graduación, abandonó el colegio. Wendy no tuvo piedad y lo amenazó: “Encontrá un empleo o te vas de casa”. No le creyó. Una semana después descubrió todas sus pertenencias, dispuestas en cajas, fuera de la vivienda. Empezó a quedarse con amigos, pero al poco tiempo todos se cansaban de él. Terminó durmiendo en cualquier lado. Algunas veces, bajo el puente del río Wishkah River; otras, en vestíbulos de hoteles y hasta acurrucado en una caja de cartón.

Fue en este tiempo, antes de cumplir los 18, que intentó sin demasiada convicción terminar con su vida: se sentó en las vías del ferrocarril con piedras atadas a sus pies. La suerte quiso que la locomotora viniera por el riel contrario. Congeló la idea por un buen tiempo y lo del tren quedó como una audaz anécdota.

Finalmente, acabó viviendo con su novia, Tracy Marander, y se centró en la música. Pero Tracy, quien trabajaba en una cafetería, se cansó de sus giras y de que durmiera hasta cualquier hora. Además, en muchas ocasiones, no tenían ni para comer. Ella se las tenía que ingeniar para robar algo de comida. Se separaron.

En 1990, Kurt empezó a salir con Tobi Vail, una exitosa música y activista feminista. Ya por estos tiempos, Kurt había empezado a consumir heroína.

“Probé la heroína por primera vez en 1987 en Aberdeen -escribió en sus diarios personales- y seguí utilizándola unas diez veces más desde el 87 hasta el 90?.

La pareja con Vail terminó al cabo de unos meses y estaba por sobrevenir el encuentro bisagra de su vida.

Amor salvaje

Los destinos de Kurt y Courtney chocaron por casualidad, en el club Satyricon, de Portland, el viernes 12 de enero de 1990. Kurt esperaba el show que daría con Nirvana; Courtney, la impactante rubia de 1,78 m, acompañaba a una amiga.

Cuando ella lo vio pasar le tiró un comentario sobre su parecido a otro músico. Kurt se detuvo, le hizo gracia descubrir que era cierto: los dos tenían el pelo rubio y enredado como una mata.

La chica era grandota, atractiva y lo desafiaba con la mirada color mar bravo. Él la empujó en broma y terminaron forcejeando en el piso. Sexy lucha libre. Era enero de 1990. De momento, no hubo más.

Pero Courtney había quedado impactada con él. Le envió una caja con forma de corazón, forrada con encaje y seda, con unas miniaturas. Kurt no respondió.

Se volverían a encontrar una noche de mayo de 1991, después de un concierto en el Palladium de la ciudad de Los Ángeles. Kurt estaba en el backstage, tomando un jarabe para la tos. Courtney le dio un golpe en la espalda y ambos volvieron a trenzarse en una sensual pelea a nivel del suelo. El contacto físico los encendía. Courtney le recriminó la falta de respuesta a su regalo y se rieron. Él la ayudó a pararse y lo que siguió fue una larga charla sobre sus bandas de música. Kurt habló sobre el nuevo disco de Nirvana en el que estaba trabajando, Nevermind (No importa); Courtney, de la grabación del álbum debut de su grupo Hole, Pretty on the Inside (Linda por dentro).

Ella no dejó pasar la oportunidad y le anotó su número de teléfono en una servilleta y le dijo que la llamara. Kurt la llamó esa misma noche.

Los carbones de la pasión ardían, pero el primer encuentro sexual tendría que esperar hasta octubre de ese mismo año, en Chicago.

A esta altura, tanto la banda de ella como la de él, eran promesas musicales del underground.

Apenas comenzaron a salir, la vida de Kurt, dio un vuelco inesperado hacia el éxito masivo. El álbum Nevermind superó cualquier expectativa. Esperaban vender 250 mil copias, pero en un mes habían superado el millón. Atractivo, vulnerable y carismático, Kurt sin realmente desearlo despertó el frenesí del público. A su lado, ya estaba su dueña: la rubia rebelde que todos rechazaban. Ella jamás pasaba desapercibida y su afán por generar escándalos la situó enseguida en el papel de “la malvada”. Courtney misma llegó a declarar con ironía: “Tengo una marca: la zorra loca”.

Kurt, era el ángel; ella, el demonio. Las etiquetas ya las llevaban pegadas en la frente.

Courtney contó, de esos primeros tiempos, que su acercamiento había sido “un ritual de emparejamiento para gente disfuncional”. Kurt, por su lado, dijo del primer encuentro: “Me sentí atraído por ella. Seguramente habría querido tener relaciones con ella esa misma noche, pero se fue”.

El capítulo de la heroína

La heroína y las carencias afectivas de la infancia eran dos lazos que abrazaban peligrosamente la vida de la pareja. Terminaron constituyendo un nudo imposible de desenmarañar.

Una tarde, luego de consumir heroína, salieron a caminar por un parque. Kurt observó un pájaro muerto y se detuvo. Le arrancó tres plumas: le dio una a ella, él se quedó con otra y dijo que la tercera la guardaría. Es “para el hijo que tendremos”, le vaticinó. Courtney se entregó. Además de pasión desenfrenada, ahora había amor salvaje. Era noviembre de 1991.

Esta época coincidió con que ambos se encontraban realizando las giras promocionales de sus respectivos discos. Para ocultar su verdadera identidad, al comunicarse de hotel a hotel, él se identificaba diciendo que era el cantante Lenny Kravitz y, ella, decía que era la actriz Lisa Bonet. No querían ser reconocidos.

De todas maneras, no pudieron evitar convertirse en la pareja icónica del grunge, el rock alternativo.

Kurt empezó a consumir heroína a diario para aliviar su dolencia estomacal. Dolor que, según Kurt le dijo a la revista Rolling Stone, lo hacía pensar en el suicidio con frecuencia. Los retortijones de estómago iban acompañados de náuseas y ardor cada vez que comía. Los médicos no daban con un diagnóstico claro, ni con remedios efectivos. Kurt sentía que lo único que funcionaba eran los opiáceos.

Enamorados y adictos, se entregaron al libre consumo. Él, llegó al punto de abandonar una gira mundial para quedarse con ella y sus jeringas llenas de la droga dura que le proporcionaba, por un rato, esa confusa sensación de plenitud.

Paraíso exterior, infierno interior

A finales de enero del 92, Courtney quedó embarazada. Muchos de los que los rodeaban, se asustaron y le sugirieron abortar. El bebé en camino podría tener graves problemas por los abusos de estupefacientes. Ella no les hizo caso, sostenía que su bebé estaba perfectamente. De todas formas, ante la noticia de la gestación, la pareja se comprometió a dejar las drogas por un tiempo. Se sometieron a una desintoxicación. Kurt no aguantó mucho y, en una gira por Australia, recayó.

En otro viaje, durante un vuelo de Japón a Honolulu, Hawái, decidieron casarse. Habían llegado al lugar indicado, un paraíso. Eligieron la playa de Waikiki y, el 24 de febrero de 1992, concretaron la boda. Courtney se puso un amplio vestido de seda antigua; Kurt, un pijama a cuadros azules, un collar de cuentas y un bolso de lana guatemalteco. Cada uno llevaba un enorme ramo de flores. Muy poco tiempo antes del sí, Kurt se había inyectado heroína. “Quería estar bien”, se excusó.

El 18 de agosto de 1992, nació Frances Bean Cobain. Si bien era prematura, pesaba más de tres kilos. La beba debió ser sometida a una desintoxicación: le inyectaron metadona (un sucedáneo sintético del opio) para superar la crisis de abstinencia neonatal por la falta de heroína. Un desastre. Kurt estaba en el mismo hospital, en el ala de recuperación intentando librarse de sus adicciones. Vomitaba y temblaba tanto que se desmayó durante el parto y se perdió el alumbramiento.

Si bien algunos se habían ilusionado, el nacimiento no cambió nada. Kurt siguió despeñándose por lo que le quedaba de vida.

Unos días después del parto, la publicación de un reportaje en la célebre revista Vanity Fair los enfrentó a la peor realidad. En el artículo citaban a algunos amigos que, off the record, habían comentado que la pareja continuaba con los problemas de drogas y no descartaban que Courtney se hubiera inyectado durante su embarazo. El texto firmado por Lynn Herschberg, Amor Extraño, de la edición de agosto de 1992 de la revista, decía: “Veinte fuentes diferentes de la industria de la música mantienen que los Cobain han estado muy enganchados a la heroína”. El artículo la pintó como una frívola que decía cosas del estilo: “Nuestra vida es una luna de miel constante. Voy a sacar dinero del cajero cada día”.

Kurt paranoico con lo publicado, salió del hospital y fue directo a comprar heroína. Se presentó en la habitación de su esposa con una pistola y le recordó la promesa que habían hecho: si alguien les quitaba a la bebé, se suicidarían. Courtney intentó tranquilizarlo. Pero él no pudo enfrentar sus miedos y se drogó de tal manera que experimentó una sobredosis. En algo no se equivocaba: le sacarían a Frances.

Courtney fue interrogada en el mismo sanatorio donde nació su hija y ambos terminaron perdiendo la custodia. La guarda fue cedida, provisoriamente, a Jamie Rodríguez, hermanastra de Courtney. No podrían verla a solas y deberían realizar una seria desintoxicación.

Courtney reconoció, años después, que ese artículo le “destrozó la vida y se la destrozó a Kurt”, pero también aceptó que todo había sido cierto.

El amor, enredado con heroína, había dado por resultado ese espiral autodestructivo del que no podían eyectarse.

Atormentado hasta el final

En cuanto recuperaron la custodia de su hija, volvieron a drogarse. Su matrimonio era un constante ir y venir entre la desintoxicación, la metadona y las agujas recargadas con la inútil promesa de encontrar un sentido a la vida.

Unas semanas después, Kurt tuvo otra sobredosis y fue Courtney quien le administró un medicamento ilegal que se usaba para reanimar a los adictos. Dos meses más tarde, en un baño de un hotel en Nueva York, volvió a pasarse con las drogas. El descontrol era absoluto.

Los fans de Kurt culparon a Courtney por la caída del “ángel”. Pero lo cierto es que la depresión de Kurt venía de tiempo atrás y sus coqueteos con la muerte eran cada vez más frecuentes.

Él había dicho en una entrevista: “Creo que si mueres, alcanzas un estado de absoluta felicidad y tu alma, de alguna forma, continúa viviendo en algún lugar donde existe energía positiva”. Frente a los periodistas solía mencionar sus “genes suicidas”.

Su dolor crónico, su depresión, el peso de la fama y de la exposición pública no queridas, alimentaban los peores fantasmas de Kurt y boicoteaban su existencia. El vacío estaba ahí.

En esos tiempos, en los que todavía podía asirse a algo para evitar el abismo, decía estar “ciego de amor” por su mujer. Kurt y Courtney bromeaban llamándose, a sí mismos, John y Yoko (por John Lennon y Yoko Ono). Kurt amaba la frontalidad brutal de Courtney: “Soy un tipo mucho más feliz de lo que la mayoría piensa”. Ni él lo creía.

Pero su turbulenta vida no le impedía pensar que podía ser mejor que su padre a la hora de criar a un hijo: “Sé que soy capaz de mostrar mucho más afecto que mi papá. Si Courtney y yo nos divorciáramos, nunca nos permitiría mostrar mala onda entre nosotros frente a Frances”. En otro reportaje aclaraba, por si alguien no lo supiera, que a los dos “nos faltó amor toda la vida (…) y lo necesitamos tanto que, si tenemos alguna meta, es darle a Frances tanto amor como podamos, y todo el apoyo que podamos. Es lo único que sé que no va a salir mal”.

Eran solo buenas intenciones. Nada saldría bien.

Ensayos para morir

Tres semanas antes de volarse la cabeza en Seattle, Kurt había estado en coma en un hospital de Roma. Había consumido cincuenta pastillas de Rohypnol (un fármaco con efecto hipnótico) con champagne. Courtney llamó rápido a emergencias y le salvó la vida. Una semana antes del trágico final, la policía tuvo que ir a su casa en Seattle, Estados Unidos. Kurt se había atrincherado en una habitación con armas y pastillas.

La angustia lo consumía de manera inexorable.

Por exigencia de Courtney, Kurt se internó el 31 de marzo de 1994 en la clínica Exodus, de Los Ángeles, para un tratamiento antidrogas.

Un día después, desde su habitación, hizo aquel llamado reproducido al comienzo de esta nota y le dijo a su mujer, que estaba en ese momento alojada en un hotel de Beverly Hills, lo que le dijo.

Luego de cortar el teléfono salió al jardín para fumar. Terminó el cigarrillo, saltó la valla de casi dos metros y desapareció. No hubiera hecho falta ningún salto porque el establecimiento era de puertas abiertas. Pero Kurt era así.

Se lo declaró desaparecido el 3 de abril.

Sin avisar a nadie se subió a un avión para volver a su casa de Seattle. Durante el vuelo coincidió con Duff McKagan, de la banda musical Guns and Roses. Charlaron bastante y terminaron consumiendo heroína.

Luego, una vez solo, Kurt compró más droga y se recluyó en la habitación 226 del Hotel Marco Polo, donde se registró con un nombre falso.

El lunes 4 de abril comió en el restaurante Cactus un budín. Le rechazaron la tarjeta (su mujer se la había cancelado) así que pagó con un cheque. Más tarde, se metió en un cine a ver la película El Piano.

El martes 5 de abril de 1994 se refugió en el invernadero de su casa de Seattle y trabó la puerta con un taburete. Escribió una carta de despedida, con una lapicera roja, dirigida a su amigo imaginario de la infancia Boddah; se inyectó una triple dosis de heroína; se acomodó la escopeta y apretó el gatillo.

Una ironía: esa escopeta Remington calibre 22 la había adquirido para proteger a su familia.

Su cuerpo fue hallado el 8 de abril, por un electricista que iba a instalar un sistema de seguridad en la mansión de los artistas ubicada en el boulevard Lake Washington. Al lado de Kurt, había dos toallas extendidas, varias cervezas vacías, su documento de identidad y la extensa nota de suicidio.

“Necesito estar un poco anestesiado para recuperar el entusiasmo que tenía cuando era un niño (…) ¿Por qué no puedo disfrutar? ¡No lo sé! (…) No puedo soportar la idea de que Frances se convierta en una rockera siniestra, miserable y autodestructiva como en lo que me he convertido yo. Lo tengo todo, todo. Y lo aprecio, pero desde los siete años odio a la gente en general (…) Soy una criatura voluble y lunática. Se me ha acabado la pasión, y recuerden que es mejor quemarse que apagarse lentamente. Paz, amor y comprensión. (…) Frances y Courtney, estaré en su altar. Por favor Courtney, sigue adelante por Frances, por su vida… que será mucho más feliz sin mí. Los quiero. ¡Los quiero!”.

Courtney se enteró de lo sucedido por la radio.

En una entrevista exclusiva, otorgada varios años después del suicidio, Courtney dijo enojada: “Lo volvería a matar por lo que nos hizo; trató de suicidarse tres veces antes de lograrlo. Entró en coma al menos en cinco ocasiones. Yo era el puñetero servicio de emergencias. Siempre estaba provista de medicamentos para reanimarlo cuando se pasaba con las drogas”.

En este túnel del amor, no hubo al fondo ninguna luz.

Courtney tiró abajo el invernadero donde se quitó la vida su marido y vendió la casa de estilo victoriano, de 743 metros cuadrados y jardín, en casi tres millones de dólares.

La vida después de Kurt

Luego de la trágica muerte de Kurt, las drogas siguieron siendo parte de la existencia de Courtney. Vivir era un infierno. Los medios se nutrían de sus insolentes respuestas, de sus entradas y salidas a rehabilitación y de algunos episodios de violencia que protagonizó. ¡Una vez hasta le arrojó una caja de maquillaje a Madonna!

A pesar de sus desatinos, su talento estaba. Siguió cantando, actuando y ganando premios. Tuvo algunas parejas más, como el actor Edward Norton.

“Existe el mito de que Kurt no quería triunfar. Y… una mierda. Se dejó la piel para formar la banda adecuada y le encantó quitarle el número uno a Michael Jackson, pero nunca fue capaz de disfrutarlo porque ese circo nos quitó a nuestra hija”, dijo en una de sus intervenciones en la prensa.

En el año 2003, fue arrestada en el aeropuerto de Heathrow, Londres, porque había agredido a la tripulación del vuelo. Ese mismo año volvió a ser detenida por intentar ingresar a la casa de su ex, Jim Barber, forzando la puerta. Estaba drogada y terminó internada por sobredosis. Las autoridades le quitaron a Frances y la llevaron con su abuela materna, Wendy.

Courtney estaba tan enloquecida que golpeaba fans y hacía papelones en programas de televisión. Incluso dos de sus mascotas, un gato y un perro, murieron al ingerir accidentalmente la droga que ella dejaba tirada por la casa. En ese momento justificó su locura por un desfalco que acababa de sufrir de 27 millones de dólares. Lo cierto es que, como ella misma reconoció, estaba pasada de drogas.

“Las drogas prácticamente me castraron. Cuando estaba drogada me sentía una persona no sexual. cuando dejé de drogarme, empecé a tener sexo como un conejo”, reveló.

En 2005, Courtney se anticipó en una década a las denuncias que harían caer por abuso sexual al productor estrella de Hollywood, Harvey Weistein. En una entrevista, cuando le preguntaron qué consejo le daría a las chicas jóvenes que llegan a la meca del cine, lanzó: “Si Harvey Weinstein te invita a una fiesta privada, ¡no vayas!”. En ese momento, nadie le prestó demasiada atención.

En el año 2008, cuando cumplió 16 años, Frances organizó una fiesta temática para celebrarlo. El tema elegido escandalizó: El suicidio. En 2009, con 17 años, pidió en la justicia una orden de alejamiento temporal de su madre por violencia doméstica. Al año siguiente, cumplida la mayoría de edad, Frances pasó a ser propietaria del 37 por ciento de las ganancias que genera su fallecido padre.

La relación entre Courtney y Frances siguió siendo fluctuante y en extremo difícil. De hecho, en 2014, cuando la joven se casó con el cantante Isaiah Silva, no invitó a su madre. Courtney, siempre tan polémica como exitosa, no se quedó callada y escribió en las redes, junto a una foto con su novio del momento: “Si alguien piensa que me importa no haber sido invitada a cierto evento, que se lo piense otra vez”. Frances se divorció dos años después.

Las drogas también se instalaron en la vida de la hija de Cobain quien, en 2018, posteó que llevaba dos años limpia de ellas. Frances sabe muy bien a dónde conducen.

De las carencias del amor

Frances Bean Cobain tiene hoy 29 años, dos años más de la edad que tenía la estrella del rock grunge cuando decidió terminar con su vida. En los reportajes que otorgó a lo largo de los años dijo cosas como: “Lo que más me sorprendió fue ver la historia de amor de mis padres”; “Siempre supe que su relación era tóxica (…) no promuevo tener un bebé para arreglar las cosas, que fue la razón por la que me tuvieron: arreglar sus problemas. Pero sé, por los videos y las cartas que me escribió Kurt, las interpretaciones de mi mamá y las experiencias de mi abuela, que mi papá sí me amaba”.

Ser la dueña de 45 millones de dólares no alcanzan para suplir lo que no tuvo.

Courtney posteó en las redes al cumplirse el 28 aniversario de aquel casamiento hawaiano con el amor de su vida, en febrero del año 2020: “Este hombre era un ángel. Le agradezco haber cuidado de mí. Gran parte de los últimos 28 años han sido tortuosamente caóticas y duras, ¿y encima en público? Esa es la mierda más oscura que te puedes imaginar”.

La palabra amor tiene dos vocales y dos consonantes. Sin embargo, esas cuatro letras puestas, cuidadosamente, en el mismo orden no garantizan que siempre signifique lo mismo. Su peligroso voltaje, su mortal ausencia y lo que estamos dispuestos a hacer por quien amamos pueden definirlo.

Para los Cobain-Love, el amor fue carencia y desmesura, y así les quedó estampado en su ADN.