Estas palabras no son dirigidas a discutir los graves problemas económicos y sociales de Honduras. Ni siquiera son sobre Honduras. No son sobre ideas, sino sobre humillantes cultos a las personalidades. Es un discurso de poder, a nivel continental, defendiendo a líderes lejanos que han llevado a su país a la miseria, líderes que no van a dedicar ni cinco minutos pensando en cómo resolver los problemas de Honduras. Llevan un mensaje de muy mal agüero: si el gobierno de Xiomara Castro tiene éxito en hacer lo que quiere hacer, llevará a Honduras por la misma ruta de Venezuela, Nicaragua y Cuba, destruyendo la economía, creando más problemas sociales y llenando más de odio la política del país hasta llevarlo al caos y la tiranía absoluta.
Analizando este último suicidio nacional en América Latina —después de Perú, Chile, Nicaragua, Venezuela y Cuba— la gente echará la culpa de este descalabro, no a Xiomara Castro, sino a Juan Orlando Hernández, el previo presidente, pensando que, al haber manejado al país tan mal, llevó al pueblo a su propia perdición, yéndose con el partido que ahora está tomando el poder. Según este pensamiento, la gente no tenía otra cosa que hacer.
La gente ve estos imaginarios procesos como muy lógicos. Pero no lo son, como no lo es saltar de la sartén al fuego. Ciertamente, Hernández es culpable de casi cualquier mala práctica política, y puede ser acusado de varios crímenes en juzgados hondureños y norteamericanos. Pero haber tenido un mal gobernante no implica que la población tenga que poner a otro igual o peor que va a llevar al país por el rumbo de Venezuela. Estar en la sartén no implica que uno tenga que saltar al fuego cuando se puede saltar a un lugar seguro —como ha sucedido en los países desarrollados cuando han tenido malos gobiernos y los han superado. El triunfo en la vida no es tanto el no haber cometido errores sino el haberse recuperado rápidamente de ellos. El resultado de no recuperarse se ve claro no solo en la falta de desarrollo de América Latina sino en el caso trágico de Argentina, que, siendo más rico que Alemania a principios del Siglo XX, es ahora un país pobre que ha declinado por más de un siglo como resultado de encapricharse al final de cada mal gobierno con poner en el poder a uno todavía peor.
Esto desemboca en un punto en el que he insistido muchas veces en estas líneas, que los países tienen el gobierno que se merecen. La excusa de que los malos políticos han engañado al pueblo para llevarlo por esta calle de la amargura no funciona cuando esto ha pasado por 200 años. El problema ya no es el engañador sino los engañados. Por otro lado, hay que notar que los políticos, aun los tiranos, son reflejos del carácter nacional. Hitler nunca hubiera ganado una elección en Inglaterra, Roosevelt nunca hubiera ganado en Alemania, Xiomara Castro nunca hubiera ganado en Noruega. Ella, sin duda, expresa algo muy hondureño. Que usted conozca a varios hondureños que no son así, no es argumento. En su mayoría, ellos reaccionaron positivamente a sus mensajes de odio, que funcionan porque la gente cree que los objetos del odio serán otros, no ellos. Cuando se dan cuenta de que ellos también, ya es muy tarde. Que entonces lloren no los excusa de que optaron por el discurso de odio cuando pudieron generar otras alternativas.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) 2 de diciembre de 2021.