Hoy, día internacional del migrante, conmemoramos el hecho más con sustanciadlo con ser humanos: caminamos. Como dijo un célebre autor, “tenemos pies, no raíces” podemos movernos y buscamos protegernos y proteger a los nuestros de las inclemencias del clima, de las crisis sociales y económicas, de los excesos de la autoridad, de la barbarie de otro seres humanos que amenazan lo más sagrado: la vida.
La migración es un acto de esperanza instintivo, una respuesta al acecho del depredador o una adaptación natural del hombre en búsqueda de espacios para florecer. Tan antigua como el propio hombre y tan constante que todos las grandes civilizaciones se han erigido sobre procesos de movilidad: desde las tribus chichimecas que construyeron el imperio azteca, o los incas frente A la culturas preincaicas o nuestros pueblos nómades aun latentes. Los egipcios, los romanos, los moros, los sabios de Bizancio que llegaron a traer consigo el despertar del renacimiento hasta los europeos y los asiáticos en Latinoamérica; y por supuesto la huella migrante en Estados Unidos o en el sur de Europa que han marcado en este siglo una identidad. Esto sin contar un importante flujo que existió a Venezuela hasta el año 2000, matriz que se revirtió con fuerza desde 2010.
Hoy nuestra Suramérica sigue experimentando un proceso natural de movilidad, y Perú sigue con un balance de 1 a 3 entre inmigrantes y emigrantes.
El hecho no está exento de retos, pero retos que son simplemente humanos y que nos convocan a reconocer en el otro lo más esencial: humanidad. Somos los mismos, y no importa de donde vengamos sino a donde podamos llegar juntos. Hoy Día Internacional del Migrante, conmemoramos nuestra capacidad de mirar a los ojos a otra persona y ver en ella, en él, a un ser humano igual, a un miembro más de nuestra especie, a un hermano de nuestra aldea global.