Apenas se inicia el año y afloran los conflictos armados por territorio y control de grupos guerrilleros y narcotraficantes en Venezuela y la frontera colombiana. Las implicaciones de esas actividades al margen del Estado oficial son múltiples y nos dan a entender con mayor claridad la situación de cautiverio en la que nos encontramos los habitantes de la Venecia pequeña.
El hecho de unas muertes por enfrentamiento ya no nos sorprende. Tampoco la huida de conciudadanos agobiados, en estampida. Que deambulen crápulas por Monagas, Apure y el Zulia, como una vez más queda demostrado, no resulta novedad alguna. Pero se precisa entender de una vez la compleja situación casi indescifrable. Es la guerrilla, son los narcotraficantes, pero también paramilitares y otros grupos armados que lucen su poderío como si nada por todo el país. Los pranes, los trenes, los colectivos, asociados o no. Los de la Cota, Petate, El Valle, El 23 de enero. Y así también quienes llevan “el carro” o “el volante” en cada barrio o sector. Controlan armas, narcóticos, redes de secuestro, “vacunas”, e imponen su ley en fragmentos territoriales.
No solo están respaldados por el régimen del terror, sino que lo conforman de una manera no estatuida en ningún lado. El Estado venezolano ha sido deconstituido. Se ha regado a propósito para crear una madeja prácticamente imposible de desentramar. El parapeto “oficial” choca arriba desmembrado: dos presidentes, dos asambleas, para simular un manejo del Estado que por debajo cuenta con estructuras múltiples, absolutamente al margen de cualquier legalidad en un país donde esa palabra disuena por completo. Así, estamos tomados por el régimen y sus acólitos, entre los que se encuentran grupos sin mayor control, por zonas, que, en oportunidades, como hemos apreciado, se le rebelan al que debería ser el poder central. El Estado no está disuelto, no, ha sido fragmentado para procurar un control general más profundo, de filigrana.
A todo ello debemos sumar los avances del Estado Comunal, también al margen de la ley, las intenciones de generar cuerpos armados de ciudadanos comunes, vinculados a empresas, a juntas comunales, a la milicia, a la repartición de bolsas de comida, al control electoral, a los condicionamientos y el más absoluto control social que repele la palabra libertad por todos lados. Los presos políticos son otra muestra de esos paralelos múltiples del Estado que busca someter sin límite alguno cualquier amago de disidencia.
Nada de lo anterior es comprensible sin incorporar la participación internacional. ¿Este alboroto guerrillero no es acaso una respuesta al problema severo de Ucrania? ¿Colombia no sufre, como vemos, los trastocamientos sociales y políticos generados por la presencia protegida de la guerrilla en Venezuela, como no se ha cansado de denunciar el presidente Duque? ¿Esos actos guerrilleros no tienen que ver con la próxima elección en Colombia? ¿Como es el papel de Rusia, de Cuba, de otros “aliados” con el régimen de Nicolás Maduro: China, Irán, Turquía …?
Sería ingenuo elaborar que las Fuerzas Armadas carecen de inteligencia militar. Todo este accionar es deliberado y protegido. Y sin entender cabalmente la inmensa madeja y atacarla por todos sus flancos, será imposible desmontar el Estado del terror que se ha instaurado progresiva y terriblemente en Venezuela.