Era la supuesta hija perfecta, pero vivía en un espiral de engaños hasta que decidió matar a sus padres

Era la supuesta hija perfecta, pero vivía en un espiral de engaños hasta que decidió matar a sus padres

Jennifer Pan, a los 24 años, ideó un parricidio.

 

 

 





Para sumergirse en la aberrante decisión de Jennifer Pan, es preciso comenzar por su contexto.

Huei Hann Pan, su padre, y Bich Ha Pan, su madre, llegaron a Canadá desde Vietnam a fines de los 70 en busca de un futuro más alentador. Así lo reseñó Clarín.

Comenzaron a trabajar infinitas horas como operarios y a enfocar su energía en lograr su ansiado progreso. Para ellos, el esfuerzo era la clave para salir adelante.

En esos primeros años de voluntad y sueños, nacieron sus dos hijos: Jennifer, en 1986, y Félix, tres años después.

Jennifer enseguida se destacó y sus padres vieron en ella la realización de sus propios anhelos personales. De acuerdo a sus exigentes parámetros, ella era la hija perfecta.

La agenda de actividades de la niña era completísima. Pero, ademas, en cada una de las ocupaciones lograba destacarse. Estudiaba música, practicaba patín artístico, hacía ballet y natación. También era una excelente alumna en un colegio católico.

A la par del crecimiento de las expectativas sobre Jennifer, también consolidaban sus proyectos personales. En 2004, pudieron comprarse una casa más grande, en una zona residencial y concretar el ascenso social.

Los planes sobre Jennifer

La expectativa inicial de Huei y Bich era que su hija se convirtiera en deportista olímpica. Pero esa fantasía quedó trunca cuando a Jennifer se le rompió el ligamento cruzado en una de sus rodillas.

La nueva decisión fue enfocar sus apuestas en la vida académica. Las condiciones parecían dadas. Aunque, en plena adolescencia, Jennifer bajó su rendimiento.

Como no se animaba a llevar sus bajas calificaciones a la casa, se las ingenió para falsificar los boletines. Lo hizo a la perfección. Sus padres no podían más del orgullo y Jennifer sintió alivio.

En esos años, la rutina de la joven era insostenible. Llegaba a las diez de la noche sus prácticas deportivas y tenía que continuar con sus tareas escolares.

Como salida a esa presión, empezó a tajearse los antebrazos. Nadie vio esa alarma. En su casa, lejos de pensar en su bienestar, cada día imponían más controles y restricciones.

Jennifer, como pudo, intentó tener la vida típica de una chica de su edad.

Uno de sus refugios era la banda del colegio y ahí conoció a Daniel Wong, un adolescente de origen chino y filipino que tocaba la trompeta. Comenzaron a salir. Ella decidió no contar nada en su casa. Sabía que sus padres jamás aceptarían su relación.

El espiral del mentiras

Cerca del fin del secundario, Jennifer aplicó para una admisión temprana en la Universidad de Ryerson. Fue aceptada. Pero debía aprobar todas sus materias y eso no ocurrió.

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