En el imaginario colectivo está anclada la idea de acuerdo con la cual, las revoluciones y los cambios de régimen han sido el resultado de actos extraordinarios que, han resuelto en un día, contradicciones de siglos anteriores. Todo esto tiene que ver con la épica que, normalmente y a posteriori, los vencedores y sus propagandistas han desparramado sobre la opinión publica.
Así las cosas, pensamos que la Revolución Francesa comenzó con la Toma de La Bastilla y la rusa con la Toma del Palacio de Invierno.
Nada más lejano de la verdad. Cuando esos dos acontecimientos tuvieron lugar ya habían ocurrido profundas transformaciones económicas, sociales y culturales en esas sociedades. La Francia de Luis XVI estaba dominada culturalmente, en sus clases intelectuales, por las ideas de la Ilustración. El poder económico ya no estaba en manos de la monarquía y la aristocracia. La corte de Versalles era un sindicato de manganzones y parásitos que no producían nada. Las posesiones feudales habían sido vaciadas por los siervos de la gleba que se fueron a las ciudades, aprendieron oficios y, con la platica ganada, devinieron en burguesía de comerciantes y banqueros que terminaron prestándole dinero al propio rey y empeñando las joyas de los aristócratas arruinados. Esta clase insurgente no fue la que asalto la Bastilla, pero fue la que creo y patrocino universidades; creo asociaciones de oficios; se juntó con sus pares de toda Europa y crearon Ligas de comerciantes y finanzas globalizando la economía de la época. Con todo este proceso, ganaron la batalla cultural de aquella sociedad y aquel momento histórico (Todo ocurrió cientos de años antes de que Gramsci postulara esta estrategia para que los comunistas tomaran el poder)
En Rusia ocurrió otro tanto. Sus elites instruidas (la mayoría de ella desde el exilio) fueron postulando las ideas y creando los partidos que provocaron en 1905 la primera irrupción contra el régimen de los zares. Luego, desarticulada por la guerra, aquella sociedad gobernada por una dinastía de siglos de pericia y acumulación de poder, termino cayendo en un proceso gradual desde aquel “domingo sangriento” en 1905 hasta 1917, cuando un regimiento de cosacos apostados frente al Palacio de Invierno resolvieron, sin autorización del Soviet de Petrogrado, entrar sin conseguir resistencia alguna. El palacio, por cierto, estaba resguardado por un regimiento femenino de la guardia zaristas con quienes terminaron confraternizando y bebiendo te, alrededor de un humeante samovar.
En la historia ciertamente ocurre irrupciones y cambios radicales de régimen, como los que resultaron de los acontecimientos que acabamos de citar, pero lo relevante es que estas transformaciones son el resultado de procesos de acumulación de fuerzas de los grupos insurgentes que suelen pasar por momentos de flujo y reflujo y de desarrollos irregulares y a veces imprevistos.
Lo cierto del caso es que las sociedades siempre combinan estos picos de insurgencia con tiempos de “normalización”. Todo esto es el reflejo lejano de lo que ocurre en la naturaleza y en el propio cuerpo humano. En la naturaleza, los procesos de irrupción (los volcanes, por ejemplo) los choques de grandes cuerpos celestes y los mega cataclismos son seguidos por largos periodos de relativa calma. Los cambios geológicos documentados, así lo demuestran.
En la fisiología humana ocurre otro tanto. La vida está asociada al proceso de división celular y de desencadenamiento de tormentas bioquímicas. No obstante, esta frenética actividad, consigue el momento para que las células colaboren entre sí para formar los tejidos y los tejidos a los órganos para que se cumplan las funciones vitales.
Si estas ideas las aplicamos (con cierta dosis de arbitrariedad, obviamente) a lo que ocurre hoy en Venezuela, podríamos afirmar que luego de la irrupción social de los años del 2013 al 2019, el país que no logro su Toma de la Bastilla o su alto al Palacio de Invierno, ha entrado, sin duda en un periodo de relativa “normalización” (comillas exprofeso para evitar la lapidación de quienes van a decir que Venezuela no se ha arreglado. Afirmación con la que estoy de acuerdo. Aprovecho, incluso, para declarar que bajo la aparente quietud, duerme el monstruo de una espantosa realidad social)
En realidad para lo que nos interesa esta temeraria afirmación es para poner en evidencia lo que pensamos es el modelo por el que está apostando el régimen y sobre como podríamos (con las reglas del Jiu Jitsu) aprovechar lo que ocurre para hacer avanzar el cambio y el rescate de la democracia y la libertad.
Veamos: En notas anteriores hemos manifestado que la burbuja (con sus dosis de dolarización y expansión del consumo para ciertos grupos) al contrario de sea un desencadenante de adormecimiento social, puede ser aprovechado precisamente para lo contrario. Dicho en otras palabras, deshacerse de la esclavitud de la bolsa CLAP, del bono de la patria y las limosnas organizadas, ha representado la conquista de parcelas de libertad individual que pueden tener su correlato político si se hace lo adecuado para que esto ocurra.
Otro elemento importante a considerar, en esta línea, es que el régimen chavista y el madurista no han tenido éxito en crear lo que los clásicos llamaban “una clase dominante”. El enraizamiento de la boliburguesia con la estructura económica del país es endeble y frágil. Los negocios a los que están vinculados estos sectores, aparte de opacos, son de efímera existencia: Importaciones desenfrenadas; explotación ilegal de minerales; tráfico de gasolina; contrabando de extracción etc. Su formación como elite social está muy lejos también de lo que ha sido la conducta universal de quienes se preparan para dominar a largo plazo. Las elites suelen formar a sus hijos, estimulan la academia, se hacen rodear de artistas e intelectuales que les ayuden a crear una cultura de largo aliento. En Venezuela, el nuevoriquismo ha producido una casta de gente cuyo fin cultural más importante es demostrar cómo le sobra el dinero. El mal gusto de los barrigones con guayas de oro en las cubiertas de los yates; las filas de Ferraris en los lugares de lujo; la estética “kitsch” de los Guaicaipuros de latón, así lo atestiguan. Sus hijos no están en las mejores universidades de Europa y los Estados Unidos formándose para dirigir el país, sino gastando la plata mal habida de los padres.
Con todo, esta burbuja de relativa “normalización” no ha conducido a un afianzamiento popular de Maduro. Todo lo contrario, incluso las encuestas que revelan un crecimiento sostenido de gente que opina que su situación económica ha mejorado, no revela un correlato de popularidad hacia el régimen.
Esto último no es un dato menor. Es la prueba elocuente de que es necesario aprovechar este momento para cumplir las tareas importantes en las que las fuerzas democráticas venezolanas deberían estar ocupadas.
En ese sentido hoy se debería estar trabajando en poner orden en la casa: 1) En rescatar la credibilidad de la dirección política opositora para que vuelva a entusiasmar. Para ello es imprescindible que se opera un profundo balance crítico de la actuación (hasta que duela); una reorganización de las estructuras y un remozamiento del pensamiento; 2) Prepararse para el próximo desafío político visible y previsible (los imprevisibles suelen agarrar a a todas las vanguardias sin pañuelo para el catarro) que son unas eventuales elecciones en 2024. Para ello, las estructuras remozadas deberán ponerse a trabajar para lograr una plataforma y un candidato unitario; 3) Ir preparando la narrativa del país que se sueña (el Proyecto País es un capital semilla); 4) Trabajar como aconseja Gramsci, en el liderazgo cultural del país. No entendido como el intelectual o artístico, que también, sino en el que representan millones de compatriotas que desarrollan iniciativas concretas y tienen contacto concreto con gente de carne y hueso. Una profunda tarea de “Scouting” es necesaria para ubicar las iniciativas, las dotes de líder de miles de esos venezolanos que andan en la búsqueda de una dirección unitaria y de una suerte de “estado mayor” que indique hacia dónde y cómo llegamos a la Tierra Prometida del fin de esta pesadilla.
Eso es lo que voluntariamente podemos decidir. La historia, caprichosa siempre, puede tenernos deparadas otras sorpresas. Si estas llegan, es mejor tener partidos fuertes y fuertes lazos con la gente para no equivocarse en la coyuntura, pero si esos acontecimientos no ocurren hay que ponerse a trabajar en lo previsible y en lo que tiene fecha fija.
Dos años en Venezuela no son mucho tiempo. ¡Manos a la obra!