Vladimir Putin siempre ha destacado por su mueca impasible, por lo sobrio en gestos con manos y brazos, por ser tacaño en sonrisas y por su mirada firme y sostenida.
Por 20minutos
Pero esta descripción corresponde realmente con la sociedad rusa, una cultura de baja expresividad corporal de cara al exterior, por supuesto que sienten como todos, pero contienen más sus emociones a los demás.
Por ejemplo, solo ríen cuando realmente están felices, la sonrisa para ellos no es un indicador social de afabilidad, educación o aprobación.
Para la cultura rusa, sonreír sin razón a extraños en público, a menudo se juzga como un signo de enfermedad mental o inteligencia inferior.
Entonces, ¿Putin es una persona carente de emociones? ¿No sonríe? Sí que lo hace, pero cuando está cómodo de verdad, de hecho, lo vimos hace poco días en su encuentro con el Presidente de Argentina.
Evidentemente, en su declaración de guerra no esperaremos que muestre emociones positivas. Pero emociones aparecen y no tanto como una ‘filtración emocional’ sino como toda una declaración de intenciones.
¿Qué nos encontramos? Decenas de microexpresiones de asco, desprecio e ira. Las emociones compatibles y esperadas al hablar de guerra, las sensaciones que mueve el odio, el rencor, el poder ambicioso…
Porque aquí entra en juego la biología, además del desarrollo cultural, todos somos animales, mamíferos, simios, que se culturizaron y desarrollaron un lenguaje, pero con bastante posterioridad a la comunicación no verbal que nos conectaba con el medio y con la manada.
Tal y como apunta acertadamente Mario Russo: “Putin es todo un simio agresivo“. Su cuerpo no hace más que mostrarse continuamente en disposición a la conducta de ataque de la forma más primitiva.
Abre los brazos para ocupar más espacio, para parecer más grande, fuerte e imponente, baja la cabeza pero manteniendo la mirada directa, desafiante, abre sus fosas nasales, se inclina hacia adelante.
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