La diferencia entre el dictador romano republicano, el tirano arcaico griego y el déspota oriental, es que el tirano al igual que el déspota oriental ejercieron el poder sin oposiciones y casi sin leyes, mientras que el dictador republicano acataba un cuerpo legal y rendía cuentas de sus actos. El imperio romano aún con un senado débil mantuvo las leyes que llevaron a todos los territorios a los que alcanzó llegar Roma y cuando colapsó por distintas causas en el 476 d.c. su legado le dio piso a lo que después sería el mosaico de regiones en la edad media hasta el renacimiento, que es cuando se retoma la herencia de la antigüedad romana y griega dándole reconocimiento a un pasado común que es el pegamento que le va a dar forma a Europa más allá de una idea y un territorio.
América es parte de occidente porque los europeos a finales del siglo XV iniciaron un proceso de trasplante de su modelo de sociedad, sus instituciones, lengua y cultura, sustituyendo por la fuerza y superioridad tecnológica bélica la de las culturas originarias amerindias, que en distintos niveles de desarrollo fueron arropadas por la primera globalización que de manera inevitable se produjo en el sentido que se dio, pues los españoles, portugueses, españoles, italianos e ingleses estaban en una etapa de expansión lo cual no era el caso de los pueblos amerindios, la conquista y colonización de América fue una empresa europea que se impuso a sangre y fuego, la esclavitud primero de indígenas y luego de personas arrancadas por la fuerza de África es irrebatible e incuestionable y si la esclavitud de los negros africanos fue abolida en el siglo XIX, se debe en parte a la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” promulgada por la Asamblea Constituyente Francesa de 1789, libertadores como Miranda y Bolívar asumieron la independencia de España redactando constituciones con leyes inspiradas precisamente en el pasado común europeo que tiene su fuente de aguas prístinas en la Grecia clásica y en la Roma antigua, de la cual se dice que todos los caminos conducen a ella.
Pero esos caminos no llegaron nunca a Rusia ubicada más allá de los montes Urales, que si bien fue conquistada por el cristianismo oriental bizantino mantuvo distancia con una Europa de la cual nunca se ha sentido parte históricamente, salvo cuando el marxismo universalizó el concepto de la lucha de clases con los bolcheviques en el poder en 1917, reviviendo la figura del déspota oriental en la del déspota camarada, como en el caso de Stalin, que superó por mucho al absolutismo zarista. Rusia no transitó como predijo Marx las contradicciones capitalistas para llegar al comunismo, al igual que China saltaron de sociedades agrarias semifeudales a la más perversa utopía igualitarista que ha conocido la humanidad moderna.
Pienso que la diferencia política más evidente entre Oriente y Occidente se encuentra en los modelos irreconciliables de democracias y despotismos, mientras en uno encontramos alternabilidad de liderazgo, equilibrio de poderes, libertades de pensamiento y encuentro en valores comunes, en el otro, el despotismo político o religioso como en las teocracias orientales y países como la Rusia de Putin, se reducen las libertades personales y se le niegan derechos a personas por su sexo u orientación sexual, impidiendo los cambios sociales y el respeto a la diversidad cultural y religiosa, como también el derecho a la información.
La segunda globalización que incluye a despotismos y democracias es el capitalismo, pero como podemos observar las libertades de las sociedades liberales no necesariamente alcanzan a los despotismos políticos que han encontrado una interpretación con éxito de superar el comunismo sin conceder los beneficios políticos, culturales y de género por los cuales occidente continua luchando para hacer más vivible el mundo. Por eso en esta hora en que un hombre como Putin amenaza con una guerra nuclear, se hace necesario identificar qué tipo de modelo de sociedad histórica tiene en su cabeza, la Rusia de los zares, la del Kremlin con su cortina de hierro o una nueva edad de los tiranos, que en todo caso tiene como norte diferenciarse de la Europa liberal y democrática.