Curiosa ironía. Ocho décadas después, una generación, la historia se ha dado la vuelta. Si en los años cuarenta era Iósif Stalin el que llamaba a los soviéticos a combatir hasta la muerte para defender la urbe que portaba orgullosa su nombre –conviene recordar la popular Orden 227–, hoy es la Ucrania que se defiende de una invasión la que enarbola la bandera de la ‘rattenkrieg’ (o ‘lucha de ratas’) para insuflar valor a sus soldados. De norte a sur, de este a oeste, hoy son un sinfín las urbes que confirman que se convertirán en la Stalingrado de Vladimir Putin. Desde la Kryvyi Rih que vio nacer al presidente Volodímir Zelenski, a Dnipro.
Por ABC
No es absurdo agitar el fantasma de la lucha a muerte en Stalingrado.
Además de extensa, nada menos que seis meses, la batalla se convirtió en un verdadero infierno para los nazis. La lucha fue, como explicó el diario ABC en su edición de septiembre de 1942 –cuando el conflicto se hallaba en su punto álgido–, tan cruenta como aguerrida: «Las fábricas y las casas particulares han sido convertidas por los sóviets en un sistema de bases de defensas y nidos de resistencia. Se han empleado campos de minas. La eliminación de estos focos de resistencia se realiza paulatinamente por las tropas de infantería y por las unidades de zapadores alemanas».
Casa a casa
La defensa a la que llama Ucrania es aquella que los alemanes calificaron de forma despectiva como ‘rattenkrieg’. La palabra, imponente, fue utilizada por Javier García Andrés para titular, hace casi una década, uno de sus artículos sobre la batalla de Stalingrado elaborado para ABC. En sus palabras, desde la caída de Varsovia en 1939 los alemanes no se habían enfrentado a un combate urbano que les supusiera un dolor de cabeza. Lo suyo era otra cosa, la mitificada ‘Blitzkrieg’: los avances a toda velocidad y el embolsamiento de grandes masas de infantería enemiga. El día a día de una ‘Wehrmacht’ y de una ‘Luftwaffe’ que desconocían lo que era la lucha casa a casa.
Sería más falso que un rublo de madera denigrar la resistencia soviética en las calles de la ciudad. Las estrategias fueron más que acertadas. La más sencilla de ellas fue ‘abrazar’ a la infantería alemana. En la práctica: desplegar a los soldados lo más cerca posible de las posiciones de la ‘ Wehrmacht’ para evitar que las fuerzas aéreas germanas lanzaran sus bombas. Y lo mismo sucedía con la artillería que sitiaba la urbe, todavía letal durante estos compases del conflicto.
Para seguir leyendo, clic AQUÍ.