Tristeza, ira, culpa, miedo, pesadillas, insomnio, confusión, ansiedad, inseguridad y/o depresión conforman la larga lista de emociones negativas o trastornos de la salud mental que una persona puede llegar a sufrir cuando se convierte en refugiado.
También aparecen síntomas físicos como la migraña, falta de aire, debilidad muscular, dolor de estómago y /o embotamiento mental, entre otros.
Las ONG consultadas por EFE (CEAR, Médicos Sin Fronteras y Unicef) han puesto el foco sobre este problema de salud mental al hilo de la crisis de refugiados ucranianos – ya son más de dos millones- que huyen de su país tras la invasión rusa.
“Llegan con lo puesto y en estado de ‘shock’, y es que no solo dejan atrás sus casas y propiedades materiales, también sus sueños, sus ilusiones, sus proyectos, sus familiares, sus amigos ..”, explica Ángeles Plaza, psicóloga de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
Están huyendo, añade, de la guerra, del miedo, del terror, “sienten impotencia y dolor y tendrán que atravesar todo un proceso de duelo, y necesitarán ayuda y redes de apoyo familiares y sociales”.
La profundidad de las heridas emocionales, refiere, dependerá del horror que hayan vivido, si han visto muertos o presenciado bombardeos, si la huida ha sido más o menos larga y penosa, si han sufrido violencia, y también influirán sus características personales, su edad, experiencia y bagaje vital.
La buena noticia, apunta por su parte Cristina Carreño, psiquiatra y responsable de salud mental de Médicos sin Fronteras, es que la mayoría podrán superarlo cuando lleguen a un lugar seguro y/o puedan rehacer sus vidas.
“Pero el problema mayor para la salud mental de los refugiados -refiere Carreño- se da cuando estos se ven obligados a pasar años y años en campos de acogida, hacinados y en condiciones no precisamente óptimas.
En 2018, Médicos sin Fronteras ya denunció que habían aumentado los suicidios y las autolesiones entre los niños refugiados atrapados en el campo de Moria (Grecia), que luego resultó destruido por un incendio en 2020.
Además, la pandemia ha agravado los cuadros de salud mental en los campos de refugiados, denuncia esta ONG.
También Acnur informó en su día del incremento del número de intentos de suicidio en campos de refugiados de Uganda o Líbano, entre otros.
Según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), antes de la pandemia una de cada cinco personas (22,1 %) que vivía en zonas de conflicto sufría depresión, ansiedad, estrés postraumático, trastorno bipolar o esquizofrenia.
Para Ana Muedra, del área de programas Unicef España, una ruptura tan brusca como la ocurrida estas semanas en Ucrania supone un factor muy estresante para cualquier persona, y más para niñas y niños.
Dependiendo de la edad, la etapa del desarrollo y su grado de conciencia, las reacciones comunes y esperables en niños y niñas varían.
“Suele haber aumento del llanto, irritabilidad en bebés de hasta 2 años; conductas regresivas, tales como chuparse el dedo o pérdida de control de esfínteres en niños de 2 a 6 años; explosiones de rabia, sentimientos de culpabilidad, sensación de fracaso, pesadillas, cambios abruptos de humor, pérdida de apetito y/o de sueño o somnolencia en niños más mayores, entre otros”, señala.
Si las reacciones se mantienen en el tiempo, pueden derivar en trastornos más complicados de abordar, explica.
De ahí la necesidad de dar una respuesta rápida (prevención e identificación precoz) y dotar a la infancia de cierta estructura y normalidad, a través de figuras de referencia estables que les acompañen y retomando la educación, los deportes, habilitando espacios para el ocio y el juego que les permitan relacionarse, etc.
Para la representante de Unicef es importante abordar las emociones con naturalidad, explicándoles que lo que están sintiendo es normal.
Señala que hay que animarles a expresar sus emociones, si así lo necesitan, y respetar a aquellos que requieren más tiempo para verbalizarlas.
“Cada uno encuentra su propia forma de expresarse y hacer frente a la situación, sin olvidar el sesgo cultural, religioso, de género, etc. de la población afectada”, añade.
También coincide en apuntar que la pandemia ha provocado un desgaste emocional y psicológico considerable de adultos y niños, sobre todo en determinados grupos vulnerables.
“Nuestro bienestar socio-emocional es muy frágil ahora mismo, lo que deja más expuestos a niños y niñas a una mayor vulnerabilidad. Además, no olvidemos, que la salud mental tiene su resonar en la salud física y en las relaciones/habilidades sociales”, sostiene Ana Muedra.
Por ello, concluye, es fundamental reforzar los programas dirigidos a prevenir, identificar problemas antes de que se agraven, y atender la salud mental y el bienestar emocional de estos niños y sus familias.
EFE