León Sarcos: Criminal violencia xenofóbica

León Sarcos: Criminal violencia xenofóbica

A German Carrera Damas

No hai cosa más patriota que un tonto. Simón Rodríguez

Todos somos forasteros hasta que damos con nosotros mismos. No hay razas, solo la humana: todos somos mestizos. El mundo es uno, conectado por el interés, la vanidad, la envidia y el miedo, y por supuesto, casi me olvidaba, por las redes. La búsqueda de nuestros perfiles es permanente porque todo cambia y el tiempo todo lo transforma. Por eso debemos evitar determinismos, porque lo que ayer era una verdad, hoy ya no lo es, o no lo es de forma absoluta.  





Después de muchos viajes de mi memoria visitando el pasado, confirmo y ubico en la baja secundaria la lectura de Los viajeros de indias (1961) del psiquiatra Francisco Herrera Luque. Aunque entonces no comprendía mucho los alcances de su propuesta, me impactó descubrir que éramos una sociedad marcada genéticamente por la locura. Incomprendido en su época, el mundo se le vino encima al profesor Herrera; sus envidiosos rivales de cátedra, sus enemigos ideológicos de la izquierda y la sorprendida audiencia le hicieron una cayapa que lo obligó a renunciar a su catedra de psiquiatría para buscar amparo en la historia fabulada.

Su error: ser determinista a la hora de asomar una hipótesis imposible de demostrar: la herencia genética dejada por los conquistadores españoles en tierras americanas. Son enfermedades y criminalidad morbosa, que producen personalidades psicopáticas, de comportamientos inestables conducentes a las mayores tasas de criminalidad en el continente. Herrera Luque diagnosticó en su propuesta como mentales los problemas de comportamiento del venezolano, y no de índole económico y social. Pero en esa tesis determinista, absoluta y equivocada en su formulación había una parte de verdad que la historia fabulada y la ciencia han reivindicado en parte.

Había comenzado en la universidad cuando leí El Culto a Bolívar, ensayo del profesor German Carrera Damas que estimuló fuertemente mi espíritu crítico y mi respeto por la historia como ciencia social. Su libro, sin duda un verdadero desafío al mundo académico de su tiempo y a las ideas dominantes acerca del Libertador, casi le cuesta la ruina de su carrera como docente. Aceradas, ácidas y mezquinas descalificaciones recibiría este joven historiador en aquel lejano momento por atreverse a tocar en el pedestal y a jurungar ese avispero intocable conocido como culto a Bolívar. 

Su libro ayudaría a miles de venezolanos de nuestra generación a beber de su fuente para ayudarnos a comprender y a su vez explicar por qué Bolívar se transformó en un culto, en una religión laica, en una ideología histórica, principio y fin de la conciencia nacional. La tesis, gracias a su convicción y persistencia, le ha ganado no solo varias generaciones de lectores, estudiosos e investigadores, sino también un gran prestigio por toda su obra a nivel mundial. 

Es a ese mismo profesor Carrera Damas a quien le leí, en una entrevista por Ramón Hernández: 

La revolución Bolivariana ha facilitado que salgan a la superficie los bajos fondos de la conciencia histórica del venezolano

Para mí, es la expresión que mejor define, casi como un aforismo para la eternidad, el enjuiciamiento de lo que significa para la cultura nacional el extraviado liderazgo de Hugo Chávez, inspirado en un falso Bolívar y sus desenfrenadas hordas de militares al acecho de una oportunidad para enriquecerse a costa de lo que fuere.

Chávez y su lenguaje atribulado de ira, sus predicas arrebatadas y su animoso y pervertido humor, terminaron embaucando a lo peor en la pirámide de la parte pensante de los venezolanos que han hecho suyos todos los valores de una contracultura que ha pretendido acabar la república, desmontar institucionalmente la nación y hacer una cruel caricatura de la democracia liberal con su mal llamado socialismo del siglo 21, para levantar los odios sedimentados a lo largo de la historia no solo en el país sino también en los países andinos, que con las mismas raíces bolivarianas han puesto en vigencia una xenofobia que nunca antes tuvo manifestaciones tan llenas de un odio atroz y de un deseo inconsciente de vengar la  condición del estado permanente de sobrevivientes.

Toda cultura tiene por lo menos dos caras: una positiva y notoria, con la que las sociedades logran el progreso, el avance y la modernidad; y la otra, que debemos exorcizar, producto de las miserias, las creencias, ideas y comportamientos equivocados que vamos abandonando progresivamente porque constituyen un pesado lastre a la herencia cultural.

La revolución pretendidamente bolivariana hizo que aflorara lo más feo del español: la grandilocuencia, la exageración y la mentira. Del indio, la retórica del leguleyo —tan ajena a su bello silencio—, la simulación y la victimización, y del negro ha aparecido una pretenciosa ironía que exagera sus fortalezas y un desbordado cinismo que esconde sus carencias y debilidades. La identidad del venezolano de hoy yace perdida entre muchas máscaras sin que ninguna se ajuste a lo que realmente es y siente.

Pienso que aquí es cuando cobra vigencia la parte de la herencia biológica que nos legaron los conquistadores y la manipulación histórica, ideológica y mal intencionada de la imagen de Simón Bolívar, que no solo desdibuja la visión del prócer con sus méritos, sino que actúa también como acicate para provocar tergiversaciones de consecuencias sociales impredecibles, como la violencia xenofóbica descontrolada y perversa que tantas desgracias y terribles sinsabores les ha estado creando a nuestros connacionales que se han visto obligados a emigrar.

La sociedad venezolana, es mi percepción, antes de que llegara Hugo Chávez al poder y hasta catorce años después, siempre fue objeto de admiración por el imaginario social latinoamericano, especialmente el de los países andinos, con considerable presencia indígena y un común líder de la independencia. Siento que en el resto del continente, principalmente en estos últimos países, se nos consideraba un país de inmensa riqueza petrolera capaz de satisfacer las necesidades de toda la población e incluso de proporcionar ciertos lujos hasta a las clases populares. Éramos una sociedad de la abundancia.

Éramos la sociedad de las mujeres bonitas —gracias a los concursos de Miss Venezuela—, codiciadas por el sexo masculino en el mundo y solicitadas por muchos certámenes de cosméticos, prendas íntimas y desfiles de moda exaltados por la industria del espectáculo, y expresada nuestra emoción con orgullo nacional cada vez que ganamos una corona mundial. Éramos también uno de los países que se disputaban los primeros lugares en consumo de escocés, especialmente Old Parr y Johnny Walker. No había evento, boda, cumpleaños o parrillada donde no corrieran el vino, la cerveza y el buen wiski a raudales. De eso nos jactábamos.

La principal empresa del estado, PDVSA, tenía en su gerencia, en su administración y hasta en sus empleados una plantilla de recursos humanos con sueldos, beneficios y prerrogativas que constituían la envidia del resto de las empresas publicas y privadas del país. Pero no es cierto que fueran privilegiados ni una aristocracia, como se pretende con animo de molestar; los profesores universitarios tenían también remuneraciones acordes con patrones internacionales y los empleados de las otras empresas energéticas gozaban igualmente de buenos sueldos y de una estructura de incentivos progresivos y satisfactorios. Todo esto era conocido y compartido por los países latinoamericanos, sobre todo los andinos, que siempre han sido por los lazo histórico-políticos nuestros principales aliados en el subcontinente.

Pero sobre todo, teníamos una democracia estable de instituciones en proceso de consolidación. Un país con inmensos recursos naturales, con un sistema democrático referencia para el mundo, una clase media fortalecida, un país con universidades competitivas mundialmente; tenía que de alguna manera ser referente para los países andinos, de representativa presencia indígena y de un libertador común.

Cuando aparece Hugo Chávez con toda su mala herencia psicopática, sus complejos, su ancestral resentimiento, con el odio con que el promete freír en aceite hirviendo la cabeza de sus adversarios, el populacho latinoamericano comienza a sentir que todos los odios apaciguados y sedimentados en normas, en leyes, acuerdos y en progreso pueden ser vulnerados, como lo demuestra la revolución inspirada en el pensamiento extraviado de Simón Bolívar, cuya actualización trae este nuevo comandante vengador.

Una sociedad puesta patas arriba por efecto de un populismo autocrático, demagógico y mal intencionado, dirigido por comisarios políticos dóciles y obedientes, termina transformando en perdedores a los futuros emigrantes, que ya empiezan a percibir en 2015, que el país del socialismo bolivariano del siglo 21 es inviable. 

Ahora es otro tiempo, totalmente cambiado por la revolución digital y la pandemia; en estos últimos dos años es distinta la recepción de los nuestros en otros países latinoamericanos. Ayer llegaban graneados, en búsqueda de superación, discretos exilados políticos o técnicos o artesanos para mejorar la calidad de la economía. Ahora son hordas en la que se mezclan profesionales calificados que pueden desplazar fácilmente a los nacionales, mujeres trabajadoras y hermosas de todos los estratos que remueven el piso laboral a las nativas y hasta la estabilidad de algunas parejas y matrimonios. No es lo mismo recibir algunos exilados políticos y algunos técnicos y profesionales que llegan discretamente a estos países, que recibir a millares venidos a menos, cansados, exánimes y muertos de hambre.

Todo el odio y el resentimiento social que levantó el discurso encendido e iracundo con ánimo de venganza, por una razón inexplicable se traslada a los sectores populares de casi todos los países del continente, que ven arribar en un momento económico a millares de venezolanos en busca de una oportunidad. 

Digno de estudio para los criminalistas es la forma en que se producen los asesinatos de migrantes venezolanos, víctimas del desprecio de ciudadanos comunes, el hampa y la narco guerrilla de los países donde se asientan. La crueldad, la sevicia y ensañamiento con los que se ejecutan los crímenes parecieran encerrar un odio enfermizo y morboso. La forma en que se liquida a las mujeres por celos y otros motivos fútiles demuestra un desprecio animal por la condición femenina. Da la impresión de que se cobrara por envidia los tiempos de prosperidad que vivimos como sociedad organizada y que se nos recordara con rencor el bienestar y el confort que alguna vez tuvimos. 

Lo que más duele de toda nuestra tragedia es que parece que muy pocos se muestran sensibles a lo que está aconteciendo, especialmente quienes están en la obligación por ley de velar por nuestra soberanía y la seguridad de las personas y los bienes. Es patéticamente dolorosa la situación que viven nuestros conciudadanos alrededor del mundo, ofende el gentilicio nacional, hiela la sangre y enciende la cólera venezolanista tanta indolencia, tanto silencio cómplice, tanta cobardía, tanta humillación del espíritu nacional. 

Vergüenza debe darnos ese ejército ayer malamente llamado forjador de libertades, que se ha prestado para que más de 6.000.000, de nuestros ciudadanos salgan en peregrinaje por el mundo a mostrar su miseria y su dolor. Su pretorianismo lo hace promotor y principal soporte de este abominable desastre al que nos ha conducido la muy mal llamada revolución bolivariana.  

 

Leon Sarcos, marzo de 2022