Catorce años atrás, descarado y prepotente, Chávez se echó al coleto al Centro Comercial Sambil de La Candelaria, en Caracas. Apenas terminada la enorme edificación, relumbrante, en el centro de la ciudad capital, la expropió. No le importaron muchas cosas, es necesario decirlo, como que la inauguración del lugar que pudo generar numerosos empleos, y decimos “pudo” porque la economía no prometía nada, como quedó comprobado.
Muchísima gente puso sus ahorros ahí para comprar un local, quedando en la ruina. No eran precisamente millonarios, sino pequeños inversionistas que deseaban establecerse y probar suerte. Ni siquiera Chávez los dejó despegar. Al menos, cercanos, otros centros comerciales de menor dimensión hicieron algo, aunque – como ocurre con el resto del país – ahora no pueden pagar ni el condominio. Además, eso de los bodegones tampoco es fácil: las mafias le tuercen el pescuezo a la gente por un negocio altamente sospechoso.
Nos preguntamos si por siempre el caso del Sambil quedará en el olvido. Alegó Chávez y sus rufianes más cercanos que la obra no cumplía con los parámetros necesarios de la ciudad, pero dejó que la terminaran para dar la estocada y después que fueron pagadas las “comisioncitas” de estilo. El mequetrefe usurpador del Táchira, Freddy Bernal (habrá que decirle doctor después que le “regalaron” el título en una universidad aragüeña?), pasa completamente ileso. El alcalde de Caracas cobró y se hizo el gafo. Permitió esa edificación. Entonces, ¿irá muy orondo a la inauguración o reinauguración?