En el curso de la Semana Santa, cedo a la tentación de referirme al cristianismo y, más específicamente, al catolicismo y la política venezolana. Puedo afirmar que, en el presente siglo, el chavismo ha intentado, infructuosamente, acabar con la influencia que aún tiene la Iglesia en los asuntos públicos; sin embargo, sí logró llevarse por el medio al partido que, se supone, mejor expresaba la doctrina cristiana. Estas premisas requieren más precisión o explicación. Por un lado, nunca he creído en partidos confesionales y el que podía acercarse a ello, a partir de los años sesenta en adelante, dejó de serlo (Copei). Desde mi perspectiva y análisis, así hubiera mayores manifestaciones personales de un compromiso religioso en lo personal, un mejor entendimiento lo tuvo Acción Democracia, al diferenciar muy bien los campos con las jerarquías eclesiásticas que con los verdes. Ejemplo de ello es el Concordato suscrito con la Santa Sede en 1964.
Por otro lado, desde que se inició el presente siglo, el régimen auspició un sincretismo insólito al invocar, siempre que se puede, a Jesucristo. Ligo su nombre con el pensamiento mágico-religioso del que hizo gala Hugo Chávez al referirse al tema, por no decir que la llamada santería, proveniente de Cuba y con raíces africanas, comenzó a tener un auge extraordinario forzando una compatibilidad con el catolicismo. A pesar de todos estos golpes, todavía la Iglesia cuenta con el prestigio que muy pocas instituciones sobrevivientes tienen en Venezuela: una y otra vez constatados por los estudios de opinión pública, cuidándose muy bien de sus expresiones los más altos personeros de la usurpación.
Siendo predominantemente mayoritaria la convicción católica en la población, puede observarse que se ha diluido la enseñanza social de la Iglesia católica. Ella, como dijimos, no es exclusiva de ningún partido, porque – a modo de ejemplo – el bien común es una noción compartida por buena parte de los factores, individualidades y partidos democráticos y, por supuesto, la oposición en nuestro país. Esto se debe a un hecho cultural, dicen mis amigos socialcristianos más cercanos: el estupendo equilibrio de la Constitución de 1961 abona a la gran influencia que tuvieron los verdes en la concepción y redacción final de la carta magna. Se hizo cultura política, en definitiva y, nada original la Constitución de 1999. La parte democrática que compensa sus aspectos autocráticos, refleja no sólo la carta de 1961, sino las recomendaciones de las que se expropió respecto a la Comisión de Reforma Constitucional que presidió Rafael Caldera a principios de los años noventa.
Hay quienes insisten de buena fe en las ideas que fueron muy propias de la Guerra Fría y de la vieja confrontación con el comunismo, mientras otros aseguran una evolución que va de las tesis de la sociedad comunitaria a una economía social y ecológica de mercado, inclinándose más hacia el liberalismo como ocurre en Alemania hoy día, distantes por ejemplo del izquierdizante Partido Demócrata Cristiano de Chile. Valga acotar que los jesuitas en Venezuela que tanto respaldaron a los verdes formados en sus aulas, ya para los años ochenta y noventa, se hicieron firmes partidarios de la teología de la liberación y, desde su Centro Gumilla, promovieron con entusiasmo a Hugo Chávez y, en estos momentos, cuando se llama a la reconciliación y el entendimiento, no encuentran dónde meter la cabeza. Ya para finales del siglo pasado, es cierto que los verdes estaban divididos, pero no por razones de orden ideológico, sino fundamentalmente prácticas, políticas y generacionales. Dando tumbos el partido, finalmente judicializado, cayó en las garras del régimen. Y, por respeto a mis amigos de una profunda y sobria convicción socialcristiana, prefiero no hacer referencia a los que frontalmente se aliaron al régimen, oportunistas provenientes de otras toldas que, sin trayectoria alguna, se hicieron con las siglas oficiales, práctica que a posteriori se repitió con las demás organizaciones aun a flote.
Siendo tan notable la ausencia de ese particularísimo mensaje socialcristiano, y la distorsión de la social democracia, apelo a un libro publicado en 1941 por el mexicano Antonio Caso, en un país donde no creció ese ideario político hasta hacerse demasiado tarde con el PAN, que lucha todavía con el PRI para convertirse en alternativa política frente a López Obrador: La persona humana y el Estado totalitario (Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2016). Siendo el Estado todo – advierte – se impone por encima de la consciencia y creencia individual, sin dar ocasión a la libre manifestación religiosa, como ocurre en Cuba, sobre la cual señala que: “Convertido el Estado en Estado absoluto, la personalidad humana desaparece, necesariamente, en su aspecto esencial de libertad, en su esencia psicológica y moral de autonomía” (pág. 202).
Veamos los ejemplos más cercanos, como Cuba y Nicaragua. Formalmente, hay libertades religiosas que no se cumplen, con una Iglesia perseguida, propia del Estado totalitario. ¿Acaso, no puede ocurrir definitivamente en Venezuela? ¿No es lo que tanto teme el papa Francisco, a quien acusan de una excesiva moderación al referirse a nosotros, pero recibe en audiencia a Petro, el candidato chavista y madurista de Colombia, siendo ambos acusados por sectores radicales de comunistas? Deseamos retener esa vieja observación de Caso, porque le corresponderá a todos, católicos, protestantes, judíos, musulmanes, por mencionar algunos grupos religiosos, defender el derecho a profesar la fe. Así de sencillo. Llegará el día que ya ni por conveniencia social se bauticen a los niños, ¿para qué? Igualmente está ocurriendo con la mayoría de los jóvenes que ya no desean estudiar ¿para qué?
La Semana Santa es una fecha importante, no solo para los venezolanos, sino para gran parte de los ciudadanos del mundo que entendemos que somos un todo, donde incluimos nuestra formación y creencias religiosas y las hacemos partes de nuestra vida, para construir un mejor porvenir como hizo Jesús dando su vida por todos nosotros. Ese porvenir que más temprano que tarde debe regresar a Venezuela, concienciando a todos y, especialmente, a los políticos con una necesidad de organizarse en miras a tomar decisiones, cumplir objetivos, llegar a acuerdos y facilitar la vida en sociedad para resolver conflictos de manera democrática, y no para satisfacer necesidades personales o partidistas. Creo que todos los venezolanos que hayan o no insistido, resistido y persistido viviremos este tiempo cristiano en una profunda reflexión sobre dejar que la hermandad en el espíritu haga surgir la hermandad en lo físico y lo social, expresada en el despertar de la democracia que este país y sus ciudadanos nos merecemos.
@freddyamarcano