Se parecen en todo. Se fincan en la misma narrativa, desde luego con las peculiaridades de cada país, como por ejemplo los Castro, en la épica del manifiesto de Sierra Maestra firmado por Fidel, Raúl Chibás y Felipe Pazos; el chavismo en su chapuza golpista reconvertida en la frase “por ahora” y los sandinistas en su guerrilla artillada de sueños e ideales relacionados con César Augusto Sandino. Los tres procesos con sus atuendos que apelan a la muerte; en ninguna de esas revoluciones falta esa palabra fúnebre que tratan de combinar con vida, patria o victoria. Tampoco dejan de alardear de sus epopeyas y arrestos de coraje, conductas que se ven disminuidas o al descubierto cuando se les mira en transparencia su verdadero pelaje o catadura. Son los líderes de esas tales revoluciones unos grandes impostores.
El uso de las armas los califica de entrada como movimientos agresivos que comienzan justificando la violencia con el pretexto de salvar al pueblo que, a la postre, termina siendo fusilado con esos mismos cañones. En los tres experimentos cunde el uso manido de la palabra “pueblo” por el que dicen y juran luchar. Pues bien, se sabe que ese mismo pueblo acaba siendo crucificado en los paredones levantados por esas revoluciones. Las tres revoluciones se inspiran en la defensa del nacionalismo y en los tres casos se puede comprobar como ceden el territorio y la soberanía a rusos, chinos e iraníes. En Venezuela los agentes cubanos son los amos del patio y del Esequibo, no se ocuparon en defenderlo. No falta la consigna de la “probidad” en el manejo de la cosa pública y resulta que la corrupción campea por los cuatro costados de esos tres procesos “revolucionarios”.
Esas revoluciones enarbolaron banderas de progreso, porque según sus mentores “sacarían a sus pueblos del atraso económico y cultural, y los catapultarían a los estamentos en donde no se vería rasgo alguno de pobreza”. ¿La verdad? Las tres compiten por ver quién asigna el salario más raquítico y cuál ha logrado más igualdad por abajo, convirtiendo a los cubanos, nicaragüenses y venezolanos en pobres, pobres.
El nepotismo y amiguismo son otra de las señas que dan lugar a saber que estamos hablando de las falsas revoluciones de Cuba, Venezuela y Nicaragua. En la medida en que se van entronizando en el poder, van igualmente perfilando a sus “herederos” políticos. En Cuba la cosa es entre hermanos, mientras que en Venezuela y Nicaragua el reparto de roles es entre las parejas presidenciales. Tampoco rinden cuentas. Eso de estar sometidos al escrutinio de la ciudadanía o a verse forzados a presentar informes de sus actos NO va con ellos que “se sienten por encima del bien y del mal”. Para eso eliminan el principio de separación de poderes, ya que el único poder que cuenta y vale es el que ellos encarnan en nombre de sus respectivas revoluciones.
Otra cosa que desaparece, es el tal sentimiento de “hermandad” entre los revolucionarios que se entre devoran en una lucha cainita como hizo Fidel con Camilo Cienfuegos y el general Arnoldo Ochoa, los Ortega con Sergio Ramírez, aventado al exilio y en Venezuela, tanto Chávez como Maduro, van cortando las cabezas de todo aquel “revolucionario” que represente un estorbo. ¡Ah!, los tres procesos están enredados en narcotráfico; sobran los cuentos creíbles de cómo los tentáculos de los carteles los han ido penetrando.
Por todo lo que hemos resumido, concluimos en que los venezolanos, cubanos y nicaragüenses, tenemos dificultades comunes, comenzando porque los tres países y sus respectivos pueblos sufrimos en carne propia los desmanes de esas mentiras. Los tres pueblos son víctimas que escarmientan las tragedias provocadas por esas imposturas y por eso los tres pueblos debemos unirnos, para seguir adelante con nuestra lucha de resistencia. Coordinar y planificar acciones para sacar de raíz esas estafas disfrazadas de revoluciones. Si cae uno caen las demás.