La foto data del 19 de agosto de 1990. Y es prueba de dos cosas.
1-Que Luis Scola, uno de los dos mejores basquetbolistas de la historia, fue alcanzapelotas en el Mundial 90 disputado en el país, cumpliendo un sueño de ver a sus ídolos desde muy cerca.
Por infobae.com
2-Que Aleksandr Volkov fue una de las figuras de la URSS que jugó la final contra la Yugoslavia de Vlade Divac. Es el N° 11 que levanta los brazos, entre Divac y Zarko Pajpalj, mientras ve que la pelota se pierde por línea final. Lo mismo que nuestro Luifa, sentado, con los pies cruzados, vestido de jogging azul.
Este alero o ala pivote de 2m09 nació en 1964 en Omsk, al sur de Siberia, pero desde chico vivió en Ucrania, hoy su tierra arrasada que él intenta defender, con soldados que nacieron para eso y otros, como él y muchos otros deportistas, que han tomado las armas y están en el frente de batalla. Fue lo primero que hizo Volkov, como muchos otros deportistas, actuales o ex, a los 57 años. Una foto que circuló con él junto a su rifle, en un vehículo del ejército ucraniano, fue la prueba, aunque su rol ha ido mutando, ya dejó de patrullar el frente de batalla en Kiev… Logró, con ayuda de ex compañeros lituanos de la URSS y la NBA, ubicar refugiados y ahora dejó su país, primero yendo hacia Estambul –donde tuvo reuniones con altos directivos de FIBA para trazar un plan para el básquet cuando termine la guerra- y ahora hacia Atlanta, USA, donde se reencontró –junto a su esposa- con su hija y nieto.
Aleksandr fue formado por el famoso entrenador Boris Vdovichenko en el Stroitel de Kiev, equipo que fue campeón de la URSS en 1989, luego se llamó de otras tres formas y desapareció en 2018 por deudas económicas. Volkov debutó profesionalmente en 1981, a los 17 años, y se destacó, en su club, primero, y luego dentro de la elite de talentosos jóvenes de Europa. Sorprendió en 1986, a los 22, cuando Atlanta Hawks lo eligió en el draft de la NBA, en la posición 134 de la sexta ronda. Eran épocas en las que, muy de a poco, la mejor liga del mundo empezaba a mirar hacia el exterior, en especial a Europa. De hecho, dos años después, los mismos Hawks elegirían a nuestro Jorge González (el Gigante de 2m29 que jugaba en nuestra Liga Nacional) y los 76ers, a Hernán Montenegro. Seleccionar a figuras extranjeras era una forma de quedarse con sus derechos, por si en el futuro, le ofrecían un contrato, algo nada sencillo, por los prejuicios que había con respecto al nivel de los jugadores fuera de Estados Unidos.
Con Volkov, a diferencia de los dos argentinos, pasaría eso, ya en 1989, cuando el jugador se transformó en una estrella de su seleccionado y de toda Europa. En 1986, Aleksandr pasó al CSKA Moscú, el equipo del Ejército Rojo, pero no tanto por ambiciones deportivas, sino por “cuestiones estrictamente militares”, según él mismo explicó sin dar precisiones. Dos temporadas jugó en el hoy más importante equipo ruso y fue parte de la mítica selección soviética que conquistó Europa y el mundo del básquet en aquellos años. Aquella URSS estaba compuesta por una conglomerado de jugadores de muy diversa procedencia: bálticos (Marciulionis, Kurtinaitis, Sabonis y Homicius), letones (Valters), ucranianos (Volkov), rusos (Tachenko, Tarakanov) y hasta uzbekos (Tikhonenko)… Juntos en la cancha y afuera, con algunas diferencias “ocultables”, fueron reyes de Europa (1985), campeones olímpicos (1988) y dos veces subcampeones del mundo (1986 y 1990). Un verdadero equipazo en el que Volkov era un alero-ala pivote que hacía de todo: podía jugar de frente y espaldas al aro, podía anotar y defender, tenía tiro, visión de juego y capacidad rebotera. Un conector entre perimetrales fuertes y determinados (Marciulionis, Kurtinaitis, Valters y Homicius) y gigantes cerca del aro, no exentos de talento, como Sabonis.
En 1989, antes de llegar a nuestro país para el Mundial cuya final se definiría en el Luna Park –con Scola como ballboy, por contactos de tu tío, Raúl Becerra-, Volkov recibió la tan ansiada oferta de la NBA y se convirtió, conjuntamente con el lituano Marciulonis, en los primeros soviéticos en jugar en Estados Unidos, en la mejor competencia del mundo. Por suerte, la Guerra Fría llegó a su fin antes en el deporte que en la política y ambos pudieron romper aquella barrera que era muy difícil para cualquier extranjero y más aún si provenía de la Unión Soviética. “Ahora es más fácil ir allí… Pienso que si miras el número de jugadores que hay y los que había antes, te das cuenta. Antes tenías que ser el mejor de tu país, de los mejores de Europa y entonces podías tener alguna oportunidad. Ahora cualquier jugador puede ir allí y probar suerte. En mi tiempo, más para nosotros (los rusos), era otra cosa”, comparó, ya retirado, cuando le preguntaron por ambas épocas.
En aquellos años, Mike Fratello era el técnico de los Hawks, quien décadas después sería llevado por el propio Volkov para dirigir el seleccionado ucraniano. Aleksandr llegó a un gran equipo que, con Dominique Wilkins, Moses Malone, Doc Rivers y Reggie Theus, venía de ganar 52 de 82 partidos y llegar a playoffs. La siguiente temporada, la 89/90, ya no fue tan buena (récord de 41-41 sin playoffs), con Volkov jugando 72 de los 82 juegos, aunque sin tanta participación (13 minutos). Promedió 5 puntos y 1.7 rebote. En la siguiente, la 90/91, se mejoró en algo (43-39 llegando hasta primera ronda de la postemporada) aunque con el ucraniano sin jugar por una lesión. Lo mejor, a nivel individual, lo mostró en la 91/92, promediando 20 minutos y aportando 8.7 puntos, 3.4 recobres y 3.2 asistencias, aunque con el equipo en mitad de tabla (38-44, sin playoffs).
Su contrato terminó y, tras disputar los Juegos Olímpicos del 92, siendo la gran figura del Equipo Unificado que estuvo en Barcelona tras la disolución de la URSS, se volvió a Europa. Primero jugó en la Reggio Calabria italiana, con 19.3 puntos y 8 rebotes de promedio. Luego militó en los dos grandes equipos griegos, Panathinaikos y Olimpiacos, y se retiró en 1995 después de caer en la final de la Copa de Europa ante el Real Madrid. Fueron años de muchas lesiones y problemas físicos, en especial en la espalda, que casi lo dejan en silla de ruedas. Pero se recuperó, al menos para tener una breve reaparición en el BC Kiev que el mismo fundó. Fue algo testimonial. Dijo adiós, definitivamente, en 2002.
Ha impactado y hasta sorprendido, en estos meses de ocupación la cantidad de deportistas (o ex) que han tomado las armas para defender a su país. El primer caso fue el del consagrado boxeador Vasyl Lomachenko, ex campeón del mundo en tres categorías distintas. Luego llegaron las decisiones de dos colegas del mismo deporte, con aún más fama: los hermanos Vitali y Wladimir Klitschko, el primero actual alcalde de Kiev. El boxeo también aportó a Oleksandr Usyk –campeón de peso pesado, quien estaba a punto de cerrar una pelea decisiva ante Anthony Josua-, la lucha a Yaroslav Amosov -peleador que fuera campeón europeo de MMA-, el judo a Georgii Zantaraia -campeón mundial en 2009- y el karate al medallista olímpico Stanislav Horuna. Además se sumaron los tenistas Sergiy Stakhovsky, N° 228 del ranking mundial –llegó a ser 31° tras eliminar a Federer en Wimbledon 2013- y Alex Dolgopolov –fue 13° del mundo-, además del ex jugador Andrei Medvedev, finalista en el Roland Garros de 1999. También los biatletas Yevhen Malyshev y Dmytro Pidruchnyi, dos conocidos ajedrecistas como Georgy Timoshenko y Pevel Eljanov, los ex ciclistas Andrei Tchmil y Yaroslav Popovich, además de seis futbolistas, algunos retirados como Vitaly Mandzyuk y Oleh Luzhny, y otros actuales, como Vitalii Sapylo, Aleksandr Aliyev, Mykhailo Kopolovetz y Dmytro Martynenko.
Del básquet, Volkov no ha sido el único. Stanislav Medvedenko, ala pivote de 2m08 que jugara siete años en la NBA y lograra un bicampeonato con Kobe y Shaq (2000 y 2001), está defendiendo Kiev. Prometió ganar la guerra y devolver el deporte a su país, a través de contactos que tiene con la NBA y la FIBA. Varios, además, exhibieron fotos con armas, en distintos lugares de batalla, repitiendo el mismo discurso y avisando que están dispuestos a pelear hasta la muerte. En el caso de Volkov, admitió haberse reunido con un grupo de milicia local para distribuir armas y organizar simulacros de entrenamientos. También ayudó a hacer arreglos para que llegaran los transportes llenos de ayuda humanitaria desde los países vecinos. También hizo guardias nocturnas y patrulló las afueras de Kiev, manejando un vehículo, en “búsqueda de saqueadores y saboteadores”, según aclaró. “La guerra es un momento desesperado y hay que hacer lo que hay que hacer”, explicó.
Hace unos días, Volkov se enteró de que la casa de su niñez, en Chernihiv, 150 kilómetros al norte de Kiev, había sido bombardeada. El departamento del tercer piso que heredó de sus padres y le alquilaba a una familia quedó reducido a escombros. Aleksander compartió las fotos de cómo había quedado la vivienda. Pero su preocupación también ha estado con su academia de básquet, especialmente en sus integrantes. Desde que dejó la NBA y regresó a Kiev en los 90, Volkov tenía una escuela de básquet con 90 niños y adolescentes. Y, cuando comenzó el conflicto, su prioridad fueron ellos. Para eso le pidió ayuda a Sarunas Marciulonis, ex estrella lituana y entrañable compañero de Volkov en el seleccionado de la URSS.
-¿Puedes ayudarme?
-Claro, dime cómo.
Así organizaron la salida de nueve jugadores entre 15 y 16 años, en autos, hacia Vilnius, la capital lituana donde vive Marciulonis, el precursor del movimiento (Eurostep) que luego patentaría nuestro Manu Ginóbili en la NBA. Sarunas estableció viviendas para los refugiados y empezó a inscribirlos en escuelas locales, mientras intentan seguir en contacto con sus padres, algunos de los cuales están en el frente de batalla. Volkov también extendió esta red de contactos que hizo con el básquet, nada menos que con Arvydas Sabonis, el mítico pivote que también dejó su huella en Europa y la NBA, siendo uno de los mejores hombres grandes de la historia del continente. Hacía allí, en Kaunas, mando a otros jugadores, siempre usando a otros amigos que están en países como Polonia, por donde deben pasar antes de terminar en Lituania. “Nunca pensé que el apoyo iba a ser tan grande. Recibí llamadas de todo el mundo, incluso de amigos que hace 20 ó 30 años no hablaba… Me llamaron y me ofrecieron todo el apoyo que pudieron… No se imaginan lo que es ayudar. Y los mensajes de agradecimiento que hemos recibido”, admitió. Marciulonis evitó quedar como un héroe más. “Son nueve niños en dos habitaciones, no es nada glamoroso ni grandioso. Pero los estamos mandando a la escuela. No es algo ideal, pero es mejor, obviamente, que donde estaban”, contó en una entrevista con la revista Sports Illustrated.
Por lo pronto, Volkov y su esposa ya dejaron Ucrania. Primero fue, a través de Moldavia, hasta Estambul, donde el ex jugador se reunió con directivos de FIBA para pensar cómo será la vida del básquet ucraniano tras este desastre. Volkov, tras su retiro, ocupó puestos como directivo. Fue, primero, Ministro de Deportes de Ucrania, entre 1999 y 2000. Y desde junio de 2007 estaba al frente de la Federación de Basketball de Ucrania.
Claro, la historia la marcó adentro de la cancha. En 1991, la FIBA lo eligió como uno de los 50 mejores jugadores de la historia y, aunque no hubo premios, en su país, Ucrania, nadie duda de que se trata del mejor basquetbolista de la historia. Ahora, además, se ganó el cielo, primero por animarse a tomar un arma e ir al frente de batalla y luego ayudando a los refugiados, siempre siguiendo su convicción de hacer historia en la vida. Como pasó con su selección, en la NBA y ahora en esta guerra contra Rusia. “Mis palabras favoritas, desde mi juventud, son las de Julio César, el emperador romano: ‘23 años y no se ha hecho nada por la inmortalidad’”. Volkov ha vivido tratando de dejar una huella.