Más allá de los análisis históricos a favor o en contra de ese acontecimiento terrible, la presencia simbólica de Piar en el Panteón Nacional, representa un quiebre del culto bolivariano de estado que inauguró en el siglo XIX el autócrata civilizador Antonio Guzmán Blanco y continuaron con más o menos intensidad todos los gobiernos sin excepción.
Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez y Hugo Chávez, militares autócratas como Guzmán Blanco y otros que hemos sufrido, exaltaron la memoria bolivariana hasta el paroxismo y chuparon como vampiros hasta la última gota de sangre histórica del caraqueño libertador, pero fue Chávez el más ambicioso al profanar hasta los huesos de Bolívar literalmente y exponer su osamenta en un lamentable evento que no tiene ni tendrá otra justificación, que la ambición de poder de un gobernante que no tuvo límites entre este mundo de penas y alegrías y el eterno descanso de los muertos.
Hugo Chávez si hubiera podido habría expulsado del Panteón al General que ganó la batalla que nos dio la independencia, fueron muchas las veces que Chávez despotricó de José Antonio Páez, la intención era claramente la de profundizar la división del pueblo venezolano, colocando la leyenda de Bolívar, su “credo sacralizado” del lado patriota y revolucionario y a Páez con los “escuálidos” apátridas de la oposición. En esa división que estimulaba la polarización se montó la estrategia chavista y madurista hasta 2015, cuando la oposición logra unirse y derrotar al PSUV y al Polo Patriótico, esa derrota fue asimilada por el madurismo como el fin de la estrategia polarizadora, que se sustentaba en el populismo de estado, golpeado por la hiperinflación y la disminución del ingreso, condenado a declinar como el Polo Patriótico que ya casi nadie nombra sino para las efemérides.
La diferencia en este momento entre el gobierno de Maduro y la oposición, es que Maduro entendió que la polarización política es insostenible y que lo que le conviene es una oposición fragmentada, dividida sin un líder, sin una cabeza visible que recoja el descontento. Juan Gerardo Guaidó es reconocido por muchos gobiernos en el mundo, pero no goza de ese reconocimiento en el seno de la oposición Venezolana, no por falta de trabajo y coraje, el problema es que está entrampado en el relato polarizador y el país cansado de la polarización está empezando a mirar hacia el otro lado.
Maduro está bastante maltrecho a nivel internacional, pero dentro de Venezuela golpea sin piedad a sus adversarios para demostrar que tiene el poder. Esa práctica es la que usa con las diversas tendencias dentro del chavismo-madurismo.
Para desmarcarse de la retórica “revolucionaria militarista” de los autodenominados “hijos de Chávez” que mantienen al de Sabaneta como padre de la patria junto al Libertador Bolívar, Maduro ha sacado un as de la manga, desempolvando del ostracismo histórico a uno de los libertadores del oriente venezolano durante la guerra de independencia en el siglo XIX. Esto supone para los puristas bolivarianos chavistas sino una traición un error, pero lo que está tratando de mostrar Maduro despacito como la canción, es que el chavismo es historia y a Bolívar hay que dejarlo quieto porque ha sido sobreexplotado, que prefiere la boina del Che Guevara que es un icono mediático mundial a los ojitos de Chávez, que en el nuevo escudo de Caracas, el Ávila o Guaraira Repano como rebautizaron a nuestra montaña, se parece más a la Sierra Maestra cubana de Fidel Castro, que a ese inmenso verdor que nos acompaña mucho antes que estos bárbaros autoritarios llegaran al poder para desgracia de los venezolanos de adentro y afuera y también para los venezolanos, curazoleños, neogranadinos, ecuatorianos, peruanos e ingleses que en el siglo XIX conquistaron la independencia con mucho sacrificio y son víctimas de la manipulación demagógica, ideológica y política de los autoritarios de turno que los utilizan a su conveniencia.