Quizá sea Venezuela el país más decepcionado y pesimista si Gustavo Petro resulta hoy electo presidente de Colombia y al que aguardarían unos costos más disolventes si el nacido en Córdoba y criado en Zipaquirá se instala en pocos días en el Palacio Nariño.
La razón fundamental sería que mientras a Colombia le restan aún partidos, instituciones y una oposición democráticas con músculos para contener los posibles desmanes de Petro, ya Venezuela lleva 22 años allanando el camino para que desde Bogotá y Caracas se instaure una dictadura binacional que, además, cumpla la agenda que el globalismo está ensayando en Chile.
En la patria de Bolívar no quedan ya vestigios de lo que pueda llamarse una trinchera de partidos nacionales en capacidad de enfrentar los nuevos brotes totalitarios, líderes democráticos que encabecen iniciativas viables que le quiten el sueño a Maduro y a Petro y en cuando a la sociedad civil, puede decirse que sus síntomas de agotamiento frente a lo que sería una dictadura binacional, es todo lo que queda de ella.
De modo que, ya el traslado de fuerzas guerrilleras disidentes del “Acuerdo de Paz Santos-Timochenko a territorio venezolano se convertiría en una política oficial, así como su utilización para hostigar desde el país hermano a la oposición armada o desarmada que, sin duda, surguira en Colombia en cuanto Petro empiece a expropiar tierras, fábricas, industrias, servicios y avance en la “Agenda 30-30” que ya sus aliados están votando en el Congreso y en la Corte Constitucional con la despenalización del aborto hasta la semana 24 de gestación, el apoyo a los colectivos feministas y las minorías LGBTI.
A este respecto, es imposible no traer a estas líneas al escurridizo expresidente, Juan Manuel Santos, quien, la primera visita que recibió el 28 de junio del 2010, cuatro días después de su elección, fue la de Gustavo Petro, con quien sostuvo una larga conversación en la que, según el visitante, se trataron problemas relativos a la distribución de la tierra, las víctimas que dejaba la guerra de Uribe y “Santos “contra las FARC y asuntos del suministro del agua en las zonas urbanas.
El encuentro es propicio para recordar que durante los dos períodos en que Álvaro Uribe -con Santos como ministro de la Defensa y jefe de la represión-, puso de rodillas a las FARC, Petro, quien siempre se ha autoproclamado como el primer antiuribista de Colombia, no tocó nunca a Santos, lo cual hizo correr el rumor entre algunos de los miembros de su partido de turno, “que seguramente era un agente encubierto de Santos”.
Y era cierto que podía proclamarse como un “antiuribista enfermizo”, pues empezó a hacer carrera como parlamentario convirtiéndose en el portavoz de las críticas contra Uribe en la Cámara, a quien acusó en 2005 de haber recibido una gruesa ayuda en narcodólares de la capo Enilse López, la Chata,- en su primera campaña presidencial en el 2002- y que desde entonces, si críticas debía recibir las FARC “por sus conecciones con los carteles de la droga, tambien debía recibirlos el presidente de la República”.
Pero Petro tenía aun muchas denuncias contra él hombre que era para aquellos tiempos la figura política de más pegada en Colombia, y así, el 17 de abril del 2007, llevó a cabo en la plenaria del Congreso un debate sobre las “Convivir” y el desarrollo del paramilitarismo en Antioquia, acusando a Uribe de ser su promotor en los años en que fue gobernador del Departamento, y lo testimonió presentando una foto en la que aparecía el hermano del presidente, Santiago, con el narcotraficante, Fabio Ochoa.
En otras palabras, que un Petro agresivo y renovado, como el que en el 2005 se inició de diputado denunciando el escándalo de la “Parapolítica” y que dejaba al descubierto a muchos funcionarios y congresantes que ejercían sus cargos mientras tenían vínculos con las FARC y los paramilates, uno de los cuales, Luis Fernando Armario, fue detenido poco después.
Empezaba por esa vía entonces y con buen pie, a despojarse de su pasado violento y guerrilero, que no lo realizó en los tremedales de las FARC y el ELN, sino en el muy urbanizado y civilista alzamiento del M-19, el cual, bajo el mando de Carlos Pizarro y Antonio Navarro Wolf, ensayó a derrocar la abominable oligarquía santanderiana desde las ciudades y actos en las plazas públicas, fábricas y universidades que tenían un sabor más probletario que rural y campesino.
Petro se hizo militante del M-19 teniendo 20 años, se incorporó a los grupos de presión y subversión que irrumpieron a raiz del presunto fraude que se le hizo a comienzos de lo 80 al general, Rojas Pinilla y que llevaron a la presidencia a Misael Pastrana, y en estas peripecias fue detenido en 1985 y condenado a dos años de prisión que pasó en la Cárcel Modelo de Bogotá.
Años de estudio y reflexión (se había graduado de Economista en la Universad Externado de Colombia) que lo preparan -una vez en la calle- para la participación que tuvo con Pizarro y Navarro en la Asamblea Constituyente del 91 que redactó la actual constitución colombiana y para viajar a Lovaina, Bruselas e inscribirse en la Universidad donde culmina un postgrado en “Medio Ambiente y Desarrollo Poblacional”, que con otro que realiza en la Universidad de Salamanca, España (“Nuevas tendencias de Administración de Empresa”) finalizan su curriculum académico y profesional.
Porque lo de este nacido en Córdoba y criado en Zipaquirá, es la política y ya en 1997 lo tenemos de regreso en Bogotá disputándole la alcaldía de la capital nada menos que al arquitecto, Enrique Peñalosa, -con el apoyo de sus cofrades de “Alianza Democrática M-19- y quien le aplica una estrepitosa derrota que lo deja en el octavo lugar.
Este incidente da una pauta de la carrera política de Petro en los próximos 23 años, perdiendo alcaldías o ganando alcaldías, perdiendo diputaciones o ganando diputaciones, fundando partidos y creando partidos (que llama “polos o alianzas”), pero haciendo y conociendo la política, odiando a Uribe y aliándose con Santos y hablando con un personaje que le va a dar un aldabonazo a su carrera, el venezolano Hugo Chávez, al que no se acerca ni se aleja mucho, pero del cual dice una vez (no muy alto) que apoya y admira y que no pasará mucho tiempo en que le empaquete “su revolución” a Colombia.
Pero Chávez y Petro son muy diferentes, pues el primero tuvo que alistarse en la Fuerza Armada Nacional venezolana para derrocar el sistema de partidos que a comienzos de los 70 era muy fuerte, casi indestructible, y solo había una forma de aplastarlo: con un golpe de estado que tomara el poder y bien desde los cuarteles o las tribunas, lo pulverizara.
Petro, al contrario, percibió -quizá desde la cárcel Modelo de Bogotá-que los movimientos armados colombianos, rurales o urbanos (FARC, ELN, M-19) nunca destruirirían la odiada oligarquía (el sistema) por la violencia, por lo cual no había otro camino que enlodarse en la política, mojarse hasta los tuétanos, para salir de él.
Tampoco se le han conocido ni denunciado vínculos con el narcotráfico, ni con sus jefes ni sus carteles, si bien el expresidente Ernesto Samper lo protegió durante su gobierno dándole un cargo diplomático en Washington.
¿Cómo ha podido entonces vivir con sus ingresos de funcionario público o de activista de partidos de oposición y tener una prole de seis vástagos en tres matrimonios y sin que la corrupción sea un estigma que lo haya perseguido?
Chávez, diría cualquier colombiano sin pensarlo mucho, pero Chávez es Marulanda, las Farc, Timochenko, Samper, Saab y, para actualizarnos, Piedad Córdoba.
De todas maneras, hemos proyectado una película de los últimos 23 años, y nuevos paradigmas, nuevos algoritmos han crecido en la política, ya no son los tiempos de Marulanda, ni de los Castros, ni de Chávez, ni de Trump. Son los de Klaus Schwab, Obama, Santos, Bill Gates, Soros, la Rockeller Fundación, los de Guterrez, y el Papa que quieren un mundo sin fronteras, sin familias, sin Estados, sin géneros y quizá sin sexos.
Es el Globalismo y Petro está estrenado para entrar en el trance.