El número de investigadores activos se ha reducido en 45%, fundamentalmente por el éxodo, y se acompaña de una bajísima incorporación de nuevos actores, lo que hace a la población científica cada vez más envejecida. La inversión nacional en ciencia y tecnología es muy pobre, lejana del 1% del PIB que prescribe la Unesco. Tampoco hay evidencia de beneficios del impuesto a las empresas privadas que para este fin obliga la Ley Orgánica de Ciencia y Tecnología.
Recordemos entre otros hechos infames el despido de 75% de la fuerza profesional del Intevep de PDVSA, institución prestigiosa por sus desarrollos tecnológicos en hidrocarburos. Ni que decir del IVIC, reconocido centro de excelencia internacional, que entre otras virtudes contaba con la mayor biblioteca científica de Latinoamérica, hoy gravemente venido a menos. Nuestras universidades son también víctimas de esa visión populachera y resentida que considera elitesca a la calidad académica y se recrea en abrir cauce a la mediocridad con instituciones de educación superior de medio pelo.
Se difuminó el importante avance alcanzado durante los años de democracia. Hoy, brillan en el exterior notables investigadores venezolanos, pero en el país, la sombra ominosa del atraso nos cubre en plena Era del Conocimiento.