A mediados de febrero, en plena temporada de quemas en la Amazonía colombiana, un joven de 30 años salió a su predio de cuatro hectáreas con combustible en una mano y un encendedor en la otra. Mucho del bosque tropical ya se había derrumbado unos meses atrás y, en su lugar, quedaban algunos troncos caídos y capas densas de hojas y arbustos secos, listas para la quema. Fredy dejó un rastro de llamas por donde pisaba, que rápidamente se descontrolaron. El joven campesino se refugió a una distancia segura del calor de la quema. El fuego siguió creciendo hasta que una nube espesa de humo blanco tapó toda la vista, incluso el sol enrojecido por el verano. Un paisaje apocalíptico.
Por Christina Noriega / El País
Para los ambientalistas, estas escenas de incendios son aterradoras. Vistas desde los sobrevuelos, el humo de las quemas se extiende a lo largo de muchos kilómetros y destruye los ecosistemas boscosos de la Amazonía, los mismos bosques que absorben gases de efecto invernadero y ayudan a frenar el cambio climático.
Para los campesinos, los incendios son parte del ciclo agrícola. Durante décadas, el inicio de la temporada seca en el mes de enero ha marcado una nueva época de quemas, cuando los campesinos arrasan con los bosques para introducir pasto para su ganado y, en algunas zonas, las plantaciones de coca. “El ganado se va reproduciendo y uno tiene que deforestar para tener el ganado y sostenerse,” explica Fredy, quien prefirió reservar su apellido por temas de seguridad.
Generaciones de campesinos han ido colonizando la Amazonía desde la década de los 50, cuando la violencia política dejó a miles de colombianos sin refugio, desplazados desde el interior del país. Muchos buscaron seguridad y tierras en la Amazonía. Otros fueron alentados por el Gobierno colombiano a colonizar estas zonas remotas con promesas de títulos de propiedad.
Para leer la nota completa ingrese AQUÍ