El estruendo de la artillería en las afueras de Járkov es tan constante que muchos hasta han dejado de prestarle atención. Una parte de la ciudad se aferra a la normalidad pese a que las columnas de humo que se divisan a lo lejos son una advertencia de las intenciones de Rusia.
“Me dan igual las explosiones, no pienso irme de la ciudad y confío en el Ejército ucraniano”, dice Yulia a la salida de un supermercado en una de las zonas menos afectadas.
Después de refugiarse bajo tierra desde finales de febrero, los residentes de la ciudad, la segunda más poblada de Ucrania y situada a apenas 40 kilómetros de Rusia, pudieron recuperar cierta normalidad tras expulsar en mayo las fuerzas ucranianas al Ejército ruso más allá de la distancia del fuego artillero.
El metro vuelve a funcionar, los tranvías chirrían sobre los rieles, algunos gimnasios y bares han reabierto. Pero hay ciertos recordatorios de que esta es una ciudad en guerra. Las ventanas de algunos negocios están tapiadas con sacos o maderas. Los controles militares son continuos.
El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, teme que Rusia intensifique los ataques contra esta ciudad rusoparlante en una semana “histórica” para las pretensiones ucranianas de adquirir el estatus de candidato a ingresar en la Unión Europea (UE).
UN BARRIO DESTRUIDO…
En Saltivka, el barrio norteño más afectado de Járkov, la destrucción de la guerra tiene un olor particular: putrefacción, cenizas y aceite. La cercanía a Rusia a la zona norte de ese barrio lo puso en la diana.
El grado de destrucción es tal que ese barrio de arquitectura soviética, hasta hace poco el más populoso del país con unos 400.000 residentes, parece sacado de una película distópica.
Bloques de apartamentos destrozados y ennegrecidos por los ataques de artillería, calles cubiertas de chatarra, vehículos calcinados o aplastados por los escombros, escuelas destruidas, incluso un campo de fútbol bombardeado.
Algunos vecinos, como Serguéi, tratan de recuperar lo que de valor queda en sus pisos, en los que ya no se puede vivir porque no tienen ni luz ni agua, y que abandonaron al principio de la guerra.
“Es imposible volver a vivir aquí”, explica.
Además, si Rusia vuelve a avanzar hacia Járkov, el barrio volverá a estar a tiro de la artillería.
Otras de las vecinas, Maria, explica que el olor dulzón a putrefacción se debe a los alimentos que se dejaron en los frigoríficos de las viviendas, que se descomponen entre las temperaturas veraniegas de junio.
Muchos vecinos de Saltivka se refugiaron en el metro de Jarkóv durante meses, incluso algunos siguen allí, como Alexei, de 67 años, y su mujer, Luba, de 65.
“No tenemos otro sitio al que ir”, se lamenta Alexei. Su mujer agrega con sarcasmo: “Putin nos liberó de nuestra casa y de nuestra vida pacífica”.
Luba, tumbada en la cama baja de una litera, agrega que bajo tierra se sienten seguros y que no saldrán hasta que acabe la guerra. “Tendrán que pegarme un tiro para que me vaya”, afirma.
…Y CADÁVERES RUSOS EXHUMADOS
Entretanto, la guerra continúa en las afueras de Jarkov y un recordatorio es la exhumación de cadáveres de soldados rusos en las posiciones reconquistadas por Ucrania a principios de mayo.
En un lugar a las afueras de Járkov -que los militares ucranianos piden que no se revele- dos soldados rusos muertos fueron enterrados por los vecinos y el lugar se señaló con una cruz.
“Alguien tiene que hacer este trabajo. Dicen que las guerras se acaban cuando el último soldado muerto es entregado a su familia”, explica Oleksander, uno de los militares encargados de la exhumación junto a un joven voluntario, Bogdan.
“Además, así podemos recuperar el cuerpo de nuestros soldados”, agrega mientras resuenan en el aire las explosiones del frente, situado a unos 15 kilómetros.
Los restos, sin identificación y en avanzado estado de descomposición, los recoge una furgoneta que los traslada a una cámara frigorífica en la que hay otros diez cuerpos de militares rusos, que en el futuro se esperan intercambiar por los de caídos ucranianos.
Otro Oleksander, este capitán, relata que en un área cercana a esta exhumación se encontraron cuerpos de alrededor de un centenar de soldados rusos en distintos enterramientos.
El Ejército ucraniano tiene localizados más cuerpos pero están situados en zonas peligrosas, donde hay fuego artillero, y no quieren arriesgar la vida de ningún soldado ni voluntario.
El pasado 2 de junio se produjo el último intercambio de cuerpos y entregaron 160 de militares rusos, explica el oficial ucraniano. En el proceso median organizaciones internacionales como el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Al caer la noche Jarkov recuerda que es una ciudad cercana al frente: rige el toque de queda y se oscurece para protegerse de los bombardeos rusos. El único resplandor proviene de las luces de los cohetes que cruzan el cielo, algunos de ellos disparados desde la vecina ciudad rusa de Bélgorod.
EFE