El asesino en serie que odiaba y mataba a las prostitutas, y cómo una adolescente lo engañó y ayudó a su captura

El asesino en serie que odiaba y mataba a las prostitutas, y cómo una adolescente lo engañó y ayudó a su captura

Durante las horas en las que estuvo cautiva de Bobby Joe Long, Lisa McVey se dedicó a juntar información que sería vital después para capturarlo

 

Eran las dos de la madrugada del sábado 3 de noviembre de 1984 cuando Lisa McVey de 17 años terminó su doble turno en el local de donas “Krispy Kreme”. Se subió a su bicicleta y comenzó a pedalear hacia la casa de su abuela, donde vivía desde hacía tres años. Estaba muy deprimida y harta de los abusos a los que era sometida en su hogar. La noche anterior angustiada había escrito una carta donde anunciaba su deseo de morir. Pensaba que una bala en su cabeza terminaría de una vez por todas con tanto sufrimiento.

Por infobae.com

Sin embargo, pocas horas después, se daría cuenta de que ese deseo era falaz y que nada ansiaba más que la vida.

Pedaleaba con fuerza cuando vio un auto detenido al costado del camino. Pasó frente a la Iglesia y, de pronto, alguien la sorprendió por la espalda y la arrancó de la bicicleta. Lisa gritó, pero el cañón helado de un arma apoyada contra su sien la hizo desistir: “Cállate o te vuelo los sesos”, dijo un hombre con voz ronca.

Lisa calló, definitivamente no quería morir.

Amparado por la oscuridad el hombre la introdujo en su auto, un Dodge Magnum; le exigió que se quitara la ropa y le vendó los ojos.

Lisa era ahora una adolescente secuestrada en los alrededores de la ciudad de Tampa, Florida, Estados Unidos.

Una infancia acorralada

Desde muy chica Lisa venía entrenada en soportar abusos físicos y sexuales. Se la había pasado deambulando -con la intervención de los servicios sociales del estado- por hogares de tránsito debido a que su madre Catherine era adicta a las drogas y al alcohol.

Cuando cumplió los 14 años fue obligada a mudarse a vivir con su abuela. Las autoridades creyeron que de esta manera la pondrían a salvo. No resultó así. Las cosas no mejoraron para Lisa sino que empeoraron. El novio de su abuela comenzó a violarla con frecuencia a punta de pistola.

Por eso, esa noche cuando se vio dentro del auto sometida por la fuerza, ya sabía a lo que se enfrentaba. “No era nada nuevo para mí. Una mala situación me llevó a otra mala situación que me salvó la vida. La noche antes del secuestro estuve escribiendo mi nota de suicidio…”, revelaría tiempo después del espanto.

Fue justamente ese susto mortal lo que le devolvió las ganas de vivir.

Lisa tenía los ojos vendados, pero su mente lo registraba todo. Cuando el desconocido le ató la venda sobre los ojos, ella colocó su mandíbula de tal manera que, luego, cuando la relajó se hizo un hueco entre la tela y su cara. Podría ver algo de lo que pasaba a su alrededor. Su cabeza iba a mil por hora. Sus deseos de muerte se habían evaporado. Se sabía fuerte, siempre se había sentido una sobreviviente. Lo primero que hizo fue suplicarle a Dios “sea lo que sea, no dejes que me mate”.

No sabía en manos de quién estaba, pero tenía decidido que iba a actuar. No tendría un papel pasivo.

En poder de un homicida feroz

Lisa no demoró en darse cuenta de que tenía que hacer algo distinto si quería salir con vida de esta trampa en la que estaba. El hombre la violó repetidamente durante 26 horas (“Perdí la cuenta”, aseguraría Lisa después), pero fueron los ultrajes anteriores los que le permitieron conservar la calma y no entrar en pánico. Estaba enfocada en una sola cosa: que ese sujeto horrible no la matara. “Tuve que tomar todo el abuso que había padecido y simplemente alcanzarlo una vez más, en la boca de mi estómago, y aprovechar esas habilidades de superviviente para superarlo psicológicamente”, explicaría.

Por sobre todo, sabía que hay que evitar enojar a un violador. Si luchaba abiertamente, desataría su crueldad.

Durante las horas en las que estuvo cautiva de Bobby Joe Long, así se llamaba su captor, Lisa se dedicó a juntar información que sería vital.

Memorizó detalles del auto. Había logrado pispear por el hueco de su venda que en el tablero estaba escrita la palabra Magnum. Observó también las alfombras rojas del coche. Como estaba menstruando, se las ingenió para dejar restos de su sangre en el asiento trasero donde estaba atrapada. Además, intentó recordar las vueltas del camino por el que la llevaba. Se dio cuenta de que iban hacia el norte, por la ruta interestatal 275, y contó los pasos desde que bajó del auto e ingresó a una vivienda en un segundo piso. Anotaba todo en su cabeza con precisión milimétrica. En el departamento de su secuestrador, se preocupó por dejar huellas dactilares por todos lados. Cuando le pidió ir al baño, estampó sus dedos contra los azulejos, en el espejo y en varios lugares de difícil acceso. Quería que si este degenerado la mataba los policías pudieran comprobar que ella había estado allí. También recurrió a memorizar con sus manos la apariencia de Long. Le tocó la cara y grabó en su mente lo que sentía: “Tenía marcas de viruela, un pequeño bigote, orejas pequeñas, cabello corto, bien cortado, algo robusto, pero sin sobrepeso; un tipo grande”.

Luego de varias violaciones Long hizo algo raro. La llevó para lavarle el pelo. Ella aprovechó ese momento de aparente amabilidad para preguntarle por qué lo hacía. Él le respondió que había tenido un feo divorcio y que odiaba a las mujeres. Ella, la adolescente a la que le habían robado la infancia, detectó rápidamente la personalidad infantil y perversa de su secuestrador. Se le ocurrió, entonces, ofrecerle ser su “novia secreta”. Le dijo con suavidad: “Escucha, es lamentable cómo nos conocimos, pero puedo ser tu novia. Podría cuidar de ti y nadie tiene que saberlo”. Lisa siguió hablando, le dijo que él parecía una buena persona e inventó una historia para conmoverlo. Le contó que era hija única de un padre muy enfermo que sin su ayuda moriría en su cama. Fue convincente, Long le creyó.

Sus cuentos e inteligentes artimañas y el hecho de que no era una prostituta fueron claves para que Long accediera a liberarla. Alrededor de las cuatro de la mañana, 26 horas después de haberla hecho prisionera, la abandonó en un lugar aislado de Tampa, cerca de un cementerio y una iglesia. Le dijo que bajara del auto con los ojos tapados y le exigió que esperara un buen rato para sacarse la venda. Además, le pidió que le dijera a su padre enfermo que él era la única razón por la que no la había asesinado.

Lisa escuchó alejarse el motor del auto y esperó cinco minutos. Se quitó el trapo que tenía sobre sus ojos: “Lo primero que vi fue un hermoso roble. Ese fue el momento en que supe que mi vida estaba a punto de cambiar para bien. Vi las ramas de una nueva vida”, recordó en sus reportajes. Luego, corrió y corrió sin parar. Long podía arrepentirse, en realidad ya se había arrepentido, y ella quería vivir.

La víctima indoblegable

Pero volver a casa no resultó como ella lo había imaginado. Su abuela y su novio abusador le recriminaron su ausencia repentina. No le creyeron una palabra sobre la historia del secuestro. Exigían que les contara la verdad… ¿dónde había estado realmente? La golpearon repetidas veces durante cinco horas. Como no lograron nada, al final, llamaron a la policía.

La primera oficial que llegó y le tomó testimonio tampoco le creyó. Su rocambolesca historia no la convenció. Lisa se desesperó. Nadie le creería. La trasladaron a la comisaría donde se acurrucó en un sillón. Fue entonces que apareció el detective, Larry Pinkerton, quien tenía una hija de su edad. Él la escuchó con atención y, al final, le aseguró que le creía. Con esa confianza Lisa empezó a proporcionar pistas y más pistas. Además, reveló los abusos sexuales que sufría en su propia casa. La policía la puso bajo custodia y arrestó a la pareja de su abuela.

Cuando Lisa le mencionó a Larry las alfombras rojas del auto de su secuestrador, al detective se le encendieron todas las alarmas: muchas mujeres que habían sido violadas y asesinadas en los últimos meses tenían fibras rojas adheridas a sus cuerpos.

Lo que esa chica contaba no solo parecía cierto, era lo que podía ayudar a dilucidar decenas de casos irresueltos que tenían en pánico a la población.

Con los datos del auto llegaron al propietario. La pusieron delante de una hilera de fotos. Lisa logró reconocer a Long. Era plenamente consciente de que estaba ayudando a encontrar a un peligroso y sádico asesino que volvería a atacar.

El 16 de noviembre de 1984, luego de seguir el Dodge Magnum de Long durante más de treinta horas, la policía lo arrestó en un cine de Tampa. Los cargos fueron por la agresión sexual y el secuestro de Lisa McVey. El ADN de Lisa fue hallado tanto en el departamento como en el auto de Long. Ya no había dudas: el asesino serial había sido capturado.

Lamentablemente, en esos pocos días, el imparable depredador le había quitado la vida a dos jóvenes más.

Quién era Bobby Joe Long

Robert “Bobby Joe” Joseph Long había nacido en Kenova, West Virginia, el 14 de octubre de 1953. Era hijo de Joe y Louetta Long. Pero su madre lo tuvo que criar sola. El pequeño, rubio y de ojos azules, había nacido con una copia adicional del cromosoma X, un error genético aleatorio que se conoce como síndrome de Klinefelter. Como consecuencia de esto, secretaba estrógeno en exceso. Eso hizo que desarrollara algunos rasgos femeninos. Le crecieron los senos y en el colegio todos empezaron a burlarse de él. A los 11 años fue sometido a una cirugía para reducir las mamas que se habían desarrollado en su pecho: le quitaron tres kilos de tejido adiposo.

Long tenía, además, una relación disfuncional con su madre con quien durmió en la cama hasta la adolescencia. Louetta era ama de casa por las mañanas, pero trabajaba de stripper en bares de Tampa por las noches. Incluso llevaba hombres a su casa. En Long crecía un odio profundo hacia las mujeres que se dedicaban a la prostitución.

 

En 1974, antes de convertirse en asesino, Long dejó la casa de su madre para casarse con Cindy Gutherie Brown, su novia de la escuela secundaria. Tuvieron dos hijas. En una entrevista luego de la detención de Long, ella dijo que él había sido un hombre agradable durante algún tiempo, pero que había cambiado luego de un grave traumatismo craneoencefálico por un accidente en moto. Lo cierto es que luego de varios episodios de violencia doméstica Cindy le pidió el divorcio. Estaba muy asustada. En el último ataque de celos su esposo la había estrangulado con furia y había golpeado su cabeza contra un televisor dejándola inconsciente. Cuando Cindy despertó se encontró con que Long lloraba como un chico y le pedía perdón. Ella enojada tomó una escopeta, la cargó y le apuntó. “Quizá -diría años después al Daily Mail- debería haberlo matado en ese momento. Lo perdoné por lo que me hizo a mí, pero nunca lo podré perdonar por lo que le hizo a mis hijas y a esas pobres chicas”. Pero Cindy no era una asesina. No disparó. Bajó el arma y siguió con la idea de la separación. Se divorció de Long, quien trabajaba como técnico en rayos X, en 1980.

Long se alejó de Florida por un tiempo y vivió en Long Beach, California, en el bloque 2500 de la avenida Eucalyptus. Allí alquiló una habitación a una mujer llamada Kathy mientras salía con una chica de 17 años que vivía enfrente.

A partir de 1981 la rabia de Long con las mujeres se volvió incontenible. Cometió más de cincuenta violaciones. La prensa desconocía su identidad, pero lo bautizó “el violador de los anuncios clasificados” por su modus operandi. Long contactaba mujeres a través del Penny Saver (un periódico gratuito que anuncia artículos a la venta) y otros anuncios clasificados. Cuando llegaba a una vivienda donde había una mujer sola se mostraba sumamente amable y podía conversar con el ama de casa por horas. Luego, le pedía pasar al baño. Allí sacaba su “kit de violación”, le robaba y la abusaba sexualmente. En una de esas ocasiones fue capturado y llegó a los tribunales acusado de violación. Su abogado apeló y solicitó un nuevo juicio. Terminó logrando que los cargos fueran retirados. Era el año 1981 y la justicia le había dado una oportunidad.

Raid mortal

En 1983 Long se mudó al área de la bahía de Tampa, en el estado de Florida. A partir de su llegada la tasa de homicidios de la zona se incrementó de forma abrupta.

Los diez asesinatos que se le imputaron ocurrieron en un período de ocho meses durante el año 1984. Ataba, violaba y mataba para luego abandonar los cadáveres en posturas sexualmente explícitas. La primera víctima descubierta en mayo de 1984 desató una profunda investigación con la participación del FBI, pero los cuerpos continuaron apareciendo en caminos rurales y bosques.

Long conducía su auto acechando a sus presas en barrios de donde se ejercía la prostitución, en los alrededores de bares y en calles desiertas. Las convencía para que subieran a su auto y las llevaba a su departamento donde las ataba con collares de cuerdas y sofisticados nudos que había ensayado previamente.

El raid homicida, durante 1984, fue el siguiente.

El 27 de marzo cometió su primer asesinato: la víctima fue Artiss Ann Wick (20), quien ejercía la prostitución. Había llegado a Tampa desde Indiana haciendo dedo y estaba por casarse.

El 13 de mayo volvió a matar. Ngeun Thi Long (19) era una inmigrante que había arribado desde Laos siguiendo a su novio. Si bien había trabajado como bailarina exótica en el nightclub Starlite Lounge acababa de abandonar ese empleo para estudiar arte y cine en la Universidad de South Florida. Su cuerpo apareció atado, desnudo y abusado en la calle East Bay.

El 27 de mayo fue el turno de Michelle Denise Simms, de 22 años, quien había sido participante de certámenes de belleza en Culver, California, su ciudad natal. Al momento de ser capturada por Long trabajaba como recepcionista en un lugar de masajes. Su cadáver fue hallado apuñalado y con el cuello cortado, al costado de la ruta interestatal 4 en las afueras de Plant City.

Ese mismo mes de mayo Linda Nuttall fue violada delante de sus hijos de 1 y 4 años. Long había acudido a su casa para ver unos muebles que ella y su marido tenían en venta. Cuando Long vio que el marido de Nuttall no estaba, procedió a atacarla. No la mató, al fin de cuentas Nuttall era un ama de casa como las que Long tanto admiraba.

El 8 de junio fue Elizabeth Loudenback (22), una tímida operaria de ensamblaje de una fábrica de Odessa, la que cayó en sus manos y murió estrangulada. Vivía con sus padres y hermanos en una casa rodante muy cerca de donde Long había encontrado a muchas de sus otras víctimas.

El 7 de septiembre asesinó a Vicky Marie Elliott, de 21 años. La joven trabajaba en la cafetería del hotel Ramada Inn y soñaba con retornar a su casa en Muskegon, Michigan, para comenzar sus estudios para ser paramédica. Ese día le había pedido a un vecino que la llevara al trabajo, pero cuando su conocido llegó a buscarla la joven había desaparecido. La encontraron nueve días más tarde entre matorrales.

Un mes más tarde, el 7 de octubre, acabó con la vida de Chanel Devoun Williams (18), una mujer de color que vivía del ejercicio de la prostitución. Chanel había llegado a Tampa un mes antes. Le disparó dos veces: una en la cabeza y otra en el cuello.

El 14 de octubre la escogida fue Karen Beth Dinsfriend (28) quien tenía una hija llamada Alexa. Karen era adicta a las drogas y para conseguir dinero y poder comprar estupefacientes se prostituía.

El día de Halloween, 31 de octubre, Kimberly Kyle Hopps (22) perdió la vida en las manos de Long y sus sueños de mudarse a Texas quedaron truncos. La última vez que la vieron con vida iba caminando y charlando con un grupo de prostitutas cerca de la avenida Nebraska.

El 3 de noviembre secuestró en medio de la noche a Lisa McVey (17) y la liberó 26 horas después. Creyó que era una joven de la noche, pero solo era una adolescente que venía de trabajar.

Virginia Lee Johnson, de 18 años, no tuvo la misma suerte. Fue asesinada por Long el 6 de noviembre. Fue devastador para su familia, una hermana suya había muerto en un accidente de auto el año anterior.

El 11 de noviembre mató por última vez: Kim Marie Swann (21, madre de un pequeño llamado Robbie), que había sido por un tiempo bailarina en el local Sly Fox y quería cambiar de vida. Fue violada y estrangulada.

Gracias a los datos proporcionados por Lisa el 16 de noviembre Long fue detenido. Las fibras que se habían encontrado en los cuerpos fueron cotejadas y procedían del auto de Long. Lo habían atrapado. El acusado pidió llamar a su ex Cindy a quien le dijo que él era el asesino de todas esas mujeres de Tampa.

El 23 de septiembre de 1985, Long se declaró culpable de los crímenes. Obtuvo ocho cadenas perpetuas y, en julio de 1986, lo condenaron a muerte por el asesinato de Michelle Denise Simms.

Perdonar para seguir viviendo

Lisa se convirtió en una heroína para la sociedad por su comportamiento y recolección de pistas durante su cautiverio. Pero ella se resistía a ser confinada al papel de víctima. Batalló contra esa etiqueta con uñas y dientes. Quería ayudar a empoderar a todas las mujeres y niños agredidos y que ellos pudieran hacer algo por superar las circunstancias atravesadas. Dio entrevistas y consejos y, en 2007, publicó un libro relatando su experiencia. “Había visto muchos programas sobre crímenes… Te sorprenderías de las habilidades de supervivencia que tienes cuando estás en una situación como esa”, afirmó en los medios.

Los delitos de Long llegaron también a los programas de archivos forenses y del género del true crime. La historia de Lisa inspiró, además, al cine: en 2013 se estrenó Sobreviví al Mal y, en 2018, Secuestrada: La verdad de Lisa McVey. Esta última fue puesta en el aire por Netflix en los Estados Unidos en 2021 y este año se estrenó para Latinoamérica y encabezó la lista de las más vistas. Cuando esta última película se terminó de filmar, Lisa asistió a una proyección especial del filme en aquel mismo cine de Tampa donde había sido capturado Long en 1984.

En todos estos años transcurridos Lisa vivió primero con sus tíos Carol y Charlie, eran las únicas personas en las que confiaba. En 1999 se enroló en la academia de policía y, luego, ingresó para trabajar en las dependencias policiales de Hillsborough, el mismo departamento que arrestó a Long con su ayuda. Se convirtió en oficial de policía, se especializó en delitos sexuales y se dedicó a dar charlas motivacionales en colegios. Su misión es, desde entonces, la protección infantil y ayudar a jóvenes y niños a prevenir ataques, superar abusos y, también, a que aprendan cómo deberían comportarse en caso de sufrir un secuestro.

Dos años después de su liberación Lisa se casó con un policía: el oficial Noland. El matrimonio duró cinco años y tuvieron una hija. “Nadie se mete con mi hija -decía orgullosa a A & E-, soy una Mamá Osa. Pueden decir que soy demasiado sobreprotectora, pero estuve siempre determinada a que mi hija no pasara por lo que yo pasé”.

La abuela de Lisa murió un par de años después. El novio abusador del que no se dio a conocer el nombre la siguió poco después como consecuencia de un ataque al corazón. En 2018 murió su madre Catherine, pero para ella eso no significó nada. “Ella no merecía conocer a mi hija, teníamos cero relación. Corté todos los lazos con mi madre, nunca la volví a ver. Nunca hubo un pedido de disculpas por parte de ella, nada”, dijo en una entrevista Lisa que hoy tiene 55 años y ya es abuela de una niña.

El 23 de abril de 2019, el gobernador de Florida, Ron DeSantis firmó la sentencia de muerte de Long. Las apelaciones del convicto fueron rechazadas.

La fecha elegida fue el 23 de mayo de 2019 y el lugar la Prisión Estatal de Florida. Long no quiso hacer uso del derecho a decir sus últimas palabras. Fue ejecutado con una inyección letal y se lo declaró muerto a las 18:54. Tenía 65 años y había esperado en la fila de los condenados a la pena capital 34 años.

Lisa McVey fue uno de los testigos de su muerte, entre otros familiares de las demás víctimas que estuvieron en la sala contigua a la de la ejecución. Quería ser ella a quien Long viera a través de ese vidrio al morir. “Desafortunadamente nunca abrió los ojos, ni cuando llegó caminando, ni cuando le aplicaron la inyección”, reveló más tarde.

Lisa sí tenía algo que decir ese día clave: “Yo represento la voz de todas las víctimas que no pueden hablar”. Y leyó, ante los presentes, los nombres de cada una de las mujeres asesinadas. Cerró diciendo con ironía: “Bobby Joe Long, gracias. Gracias por elegirme en lugar de escoger a otra niña de 17 años, porque yo pude manejarlo. La razón por la que digo ‘gracias’ ahora es porque te he perdonado por lo que me has hecho. Si no te hubiera perdonado, estaría en mi propia prisión, sin muros. Dios me ha mostrado que la única manera de ser realmente libre es el perdón total. Mi vida cambió para siempre, y para mejor. Elegí no seguir siendo una víctima, elegí vivir”.

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