Un lugar llamado Notting Hill es de esas películas que, para esta cronista y seguramente para muchos lectores, cuando se la engancha en el cable, atrapa. Sea por la química de Anna Scott y William Thacker, por la banda de sonido perfecta, por el barrio real pero ideal o porque simplemente nos cuenta muy bien el cuento, a dos décadas de su estreno, todavía seduce. Julia Roberts y Hugh Grant nos hacen creer que efectivamente se enamoran y aman, pero lo increíble es que cuando se apagaban las cámaras ellos no se hablaban. Quizá por eso, Grant suele repetir, con conocimiento de causa, que “la interpretación cinematográfica es una experiencia horrible”.
Por Infobae
A fines de los 90, el guionista Richard Curtis se preguntaba qué pasaría si una actriz famosa se enamoraba de un desconocido. Siguió con su divague e intentó imaginar qué haría su grupo de amigos comunes si alguno llegaba con una novia, celebridad de Hollywood. De esas dos pequeñas ideas nació un gran guion que revolucionaría el género: Un lugar llamado Notting Hill.
Curtis partía de una premisa hasta ese momento poco explorada en la comedia romántica. No se trataba de un señor poderoso y millonario que se enamoraba de una muchacha pobre como ocurría en Sabrina, ese clásico con Humphrey Bogart, Audrey Hepburn, o más cerca del tiempo, Mujer bonita con Richard Gere y Julia Roberts.
En la idea de Curtis, Anna Scott era una actriz megafamosa que vivía asediada por la prensa, pero con la suficiente personalidad para enfrentar y dejar en ridículo a unos señores que realizaban comentarios despectivos sobre ella. Para definirla, nada mejor que una palabra siglo XXI: era una mujer empoderada. Su opuesto complementario era William Thacker, no era famoso, no lo perseguían los periodistas y no lo caracterizaba la locuacidad sino la torpeza. Un señor común, feliz con su librería y en eso -punto para él- los que amamos los libros no solo entendemos su felicidad sino que lo envidiamos.
Aceptado el guion, elegido Roger Michell como director, había que encontrar a la protagonista. Autor, director y el productor, Duncan Kenworthy, coincidían que la actriz ideal era Julia Roberts. “Siempre que te preguntan sobre el casting de tu película tiendes a decir que quienquiera que elegiste fue siempre tu primera opción, pero tengo que decir que Julia Roberts fue la única persona en la que pensamos para el papel de Anna”, contaba Kenworthy en una entrevista. “Recuerdo haberle dicho a Roger: ‘Ofrecéselo a Julia’, y Roger dijo: ‘Nunca la conseguiremos’”. Alguien sugirió que si Roberts decía no, quizá podrían llamar a Nicole Kidman, pero la idea no prosperó porque les parecía que “no era lo suficientemente conocida y no tenía el talento suficiente”. Si la australiana llegó a hacer una audición, si leyó de rebote el guion o si al menos la sondearon, nunca trascendió.
Mientras en Inglaterra cruzaban los dedos para que Roberts aceptara, del otro lado del océano la actriz recibía la propuesta. Pasaba un momento de gloria que había comenzado en 1990 cuando fue Mujer bonita y siguió con Hook, Durmiendo con el enemigo, Todo por amor y Las reglas del juego. Al recibir el guion, Roberts pensó en rechazarlo. “No quería hacer la película, el enfoque me parecía horrible. ¿Interpretar a la estrella de cine más importante del mundo que se enamora de un librero? ¡No!”, aseguró en The Guardian. Su agente le dijo que le diera una oportunidad porque era “la mejor comedia romántica que había leído”. La actriz frunció la nariz, no mostró su icónica sonrisa pero pidió conocer al director y al resto del equipo. El encuentro resultó muy convincente porque aceptó participar. Suponemos que además los 15 millones de dólares que ofrecieron pagarle -el doble de lo que venía cobrando- también ayudaron al sí.
En cuanto al protagonista masculino la decisión de Hugh Grant fue unánime por parte de todos, sobre todo de Curtis. Habían trabajado juntos en Cuatro bodas y un funeral y, según el director, Grant era “uno de los únicos actores que pueden hablar perfectamente sobre los textos de Richard y Richard le escribe a Hugh mejor que nadie”. El inglés dijo yes sin vacilar, y eso que en las entrevistas se encargaba de aclarar: “Odio de forma vehemente las comedias románticas”.
Con el sí de los protagonistas solo quedaba… todo lo demás. Buscar las locaciones, conseguir los permisos de filmación, contratar extras, elegir actores secundarios y otras tantas tareas. Curtis ya sabía en qué lugar transcurriría la historia: Notting Hill, un distrito londinense encantador. Sus disquerías de usados eran el lugar indicado para conseguir joyitas musicales, pero el gran orgullo del barrio es el mercado de Portobello Road donde, según los habitués, se encuentran “todas las frutas conocidas por el hombre”. Entre sus 1500 puestos se destacan los que venden antigüedades y ropa vintage. Cuando el personaje de Hugh Grant asegura que “Notting Hill es mi zona favorita de Londres”, era Curtis el que hablaba.
Notting Hill era el lugar ideal, pero con un pequeño detalle: lo habita gente real. A algunos vecinos la idea de convivir con equipos de filmación les parecía buena idea, pero a otros les parecía pésima por más que pudieran ver a Julia Roberts de cerca y hasta pedirle un autógrafo a Hugh Grant. Para convencerlos, Sue Quinn, la persona que debía conseguir los permisos, les prometió que la productora realizaría donaciones a las ONG que sugirieran. Aceptaron, la producción consiguió las autorizaciones y 200 ONG recibieron un dinero tan necesario como inesperado.
Obtenido el permiso de los vecinos faltaba conseguir la casa del protagonista. No debía ser una mansión ya que sabemos que los libreros tienen uno de los oficios más lindos del mundo, pero no de los salarios más grandes del mundo. Tampoco podía ser un departamento chiquito y oscuro, estilo bohardilla, porque aunque no son millonarios, tampoco viven al día. Curtis aseguró que conocía el lugar apropiado, un departamento en 280 Westbourne Park Road. Y vaya si lo conocía: era el lugar donde había vivido antes de ser un guionista reconocido. Sumó un detalle de color, literal: la puerta de entrada era azul.
Con el tiempo esa puerta se convertiría en una especie de “lugar de peregrinación” para los fanáticos de la película. Un año después del estreno, la puerta original estaba llena de autógrafos de fans y se vendió en una subasta en Christie’s. El dueño la sustituyó por otra negra, pero ante la insistencia de los turistas, se vio obligado a pintarla otra vez de azul. Si alguien pedía pasar, aclaraba que el interior de la casa que aparece en la película no era real sino uno que se montó en un estudio cerca de allí.
Elegido el oficio faltaba encontrar el lugar físico para la librería y otra vez Curtis, gran conocedor del barrio, propuso un local de venta de antigüedades. Sus dueños aceptaron ambientarlo como se les pedía y luego de la filmación volvieron a su rubro. Los que hoy pasan por el lugar encontrarán nuevos dueños que venden souvenirs.
Pero sin duda el gran éxito de la película no es solo por guion y locaciones maravillosas sino en la química maravillosa que transmiten Roberts y Grant. Es tan natural que no parece que la actúan. Lo increíble es que apenas el director decía “¡Corten!”, esos seres enamorados se convertían en dos seres que se ignoraban. Dicen que lo contrario al amor no es el odio sino la indiferencia y eso fue lo que sucedió entre el británico y la estadounidense. Terminaba la escena y cada uno seguía en la suya. No compartían chistes, no repasaban escenas, no se contaban chismes, ni siquiera hablaban de su aversión compartida por el acoso de la prensa.
Al parecer un comentario desubicado, o una broma de mal gusto, fue el comienzo de la pésima relación: ocurrió que a Julia le fueron con el chisme de que Grant había dicho que ella tenía “una boca enorme”, y que cuando la besó, podía escuchar el eco de su respiración. Para evitar roces ambos acordaron no hablarse detrás de cámara.
Para esa época Julia Roberts no solo era la actriz mejor paga de Hollywood, también comenzaba a mostrar algunas actitudes de celebridad. En el set recordaban que al grabar una escena de Durmiendo con el enemigo donde debía aparecer en bombacha y camiseta pidió que todo el equipo estuviera en ropa interior para no sentirse incómoda. En Mary Reilly obligó a que reescribieran el guion para poder lucirse más que John Malkovich; el problema es que el actor ordenó lo mismo. Al final, ambos se celaban tanto que hubo que rearmar el texto para que compartieran el menor número de escenas. Y Steven Spielberg después de dirigirla en Hook dijo que jamás volvería trabajar con ella: “No estaba en un buen momento”, intentó justificarla porque Julia se hallaba en el foco mediático por la cancelación de su boda con Kiefer Sutherland a tres días de la ceremonia. Años después, la actriz reconoció que Steven tenía razón y que ella se había comportado como una nena malcriada.
Por otro lado, la actitud indiferente de Grant no se repitió con otras compañeras de elenco con las que trabajó. Con Sandra Bullock luego de filmar Amor a segunda vista se hicieron tan compinches que se rumoreó un romance. En el estreno aparecieron juntos y abrazados, e incluso Bullock le pellizcó el trasero a su compañero cuando caminaban por la alfombra roja. Cuando les preguntaron si eran novios, Bullock respondió: “Es el rumor más verdadero que se ha escrito”. “Nunca me había divertido tanto filmando una película”, aseguraba Grant.
Con Drew Barrymore se hicieron muy amigos luego de filmar Letra y Música. Tanto que la actriz todavía recuerda con humor la vez “que había bebido un poco y entré en el restaurante. Cuando te vi, en lugar de saludarte, te agarré por el cuello y comencé a besarte”. Lo increíble es que Grant estaba con unos ejecutivos y tras el beso “me senté de nuevo y volvimos a hablar sobre el guion”. De Reneé Zellweger aseguró: “Nos llevamos muy bien y todavía intercambiamos largos emails. Ella en particular, al menos 70 páginas cada uno… Cosas interesantes, pero bastante difíciles de descifrar. Es una persona estupenda”. Además agregó con humor letal que “besa mejor que Julia Roberts”.
Se sabe que con todas estas actrices mantuvo una gran relación. Lo que se desconoce es si Grant hizo, sobre alguna de ellas, un chiste desubicado sobre su aspecto físico, como habría ocurrido con Roberts.
Pese a la indiferencia fuera de pantalla de sus protagonistas, el resultado fue un éxito. Un lugar llamado Notting Hill se estrenó el 28 de mayo de 1999 y logró lo que toda comedia romántica quiere. Que mientras el cerebro del espectador pregunte escéptico “¿Esto podría pasarle a alguien?”, el corazón le responda esperanzado: “Si les pasó a ellos, ¿por qué no a mí?”. Sí, sí ya sabemos que es casi imposible que una mega estrella de Hollywood se enamore de nosotros pero lo que no es imposible es sentirnos “solo una chica delante de un chico pidiéndole que la quiera”. Y cuando eso pasa, siempre habrá un amor que nos regale un banco de madera con la leyenda Para June, quien amaba este parque. De Joseph, quien siempre se sentaba junto a ella. Y si no nos puede regalar el banco, alcanza y sobra con que ese chico que nos quiere, deje de ver una de Clint Eastwoood para compartir una peli de amor con nosotros. Creáme lector que eso pasa. Se lo digo por experiencia y no porque me gustó la película.