Versados e ilustrados desataron un inmenso despliegue anunciando la visita de un ciclón que vendría desde el Caribe con malas intenciones. Se suspendieron las clases escolares y poco faltó para denunciar, lo que provocaría indignación, un escándalo asegurando que la insurrección meteorológica devastaría urbes, anegaría poblaciones e inundaría ciudades, colmando de angustia y miedo a la familia venezolana; calificando de feroz e inhumana la agresión de los intensos vientos enviados por mandato imperial.
De alguna manera fueron días para descansar de zozobras y ansiedades que padecemos en el país de bodegones, alucinaciones y espejismos; que no se deben a la meteorología caribeña ni estudios de propiedades y fenómenos de la atmósfera sino a la acostumbrada incompetencia de un régimen que arruina todo aquello a lo cual le mete mano. La crisis avanza, se profundiza a pesar del maquillaje y colorete. Engañar con la buena vida de una diminuta minoría es inmoral. Sinvergüenzas y cobardes quienes tratan de invisibilizar la desnutrición infantil, el hambre, la miseria o la espantosa situación de hospitales y dispensarios.
A un tirano, despiadado e inclemente le costó casi treinta años convencer era omnipotente y que el mando es del más fuerte. Su esfuerzo se diluyó en días tras su muerte, después del benemérito, Hugo Chávez pudo persuadir, y sólo a una parte de la población, que era él por él y no contra algo. Juan Vicente Gómez fracturó al país, le puso la pata encima, lo mantuvo contra el piso con ayuda militar, control, espionaje y crueldad. Medina, Gallegos, la Junta de Gobierno presidida por Betancourt, después por Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez, la cívico/militar que sucedió; el líder de la democracia como sentimiento popular, Rómulo Betancourt seguido de Leoni, Caldera y su formación intelectual; Carlos Andrés Pérez, su revolución socioeconómica, nacionalizante de riquezas; pero ninguno pudo convencer en su totalidad como sí lo había logrado Gómez hasta que avanzada la década de los años veinte, un conjunto de valerosos estudiantes sorprendió a los venezolanos resignados de que la suma gomecista no era tal, y otras opciones sacudían la puerta de la Rotunda y Castillo de Puerto Cabello.
Los gobernantes no han logrado ni de cerca unanimidades y debilitaron la democracia. No se dieron cuenta, ellos y sus partidos, que los electores eligen a un individuo, y de inmediato exigen sus iniciativas en beneficio de cada ciudadano. Por eso, insisten en administrar al país con base a propios designios, a través de payasos manejables, que han ejercido cargos sintiéndose obligados con la persona del presidente, y no con las expectativas ciudadanas. Sin entrar en consideraciones de ideológicas y capacidades personales, los jefes de Estado han sido solitarios que en pocos pueden confiar, no logran saber -y en ocasiones aceptar- quién les dice la verdad sobre lo que en realidad ocurre y si asumen lo que quiere -o necesita- oír.
Así, semi ilustrados, diligentes empresarios realengos y mediocres políticos callejeros, convencieron a factores de poder que Venezuela era un prostíbulo, un lenocinio corrupto y podrido para guillotinar la democracia. La carencia material e insuficiencia intelectual se incorporaron a la absurda e ilógica prédica, pretendió amistad e influencia de la desestabilización y entusiasmados la promovieron, en la esperanza de recompensa y reparto. Crearon un espejismo, pero la mayoría se mantuvo un tiempo fiel al sistema democrático, pese al suicidio.
Consecuencia, que ha llevado, gobierno tras gobierno con escasas excepciones, a servicios que funcionan como estructura empleadora de fieles partidarios, pero no como beneficio para la ciudanía. En Venezuela existe red de telecomunicaciones, pero no buena telefonía e internet. Extensas redes de tuberías, plantas y bombas hidráulicas, pero no todos los días ni a todas las familias llega el agua. La electricidad siempre saboteada y la industria petrolera destruida, arruinada. Se gastan millones en edificaciones, sueldos e insumos médicos, sin embargo, la salud es precaria para la enorme mayoría que no tiene cómo pagarla. Hay un número importante de funcionarios y cuerpos policiales, pero escasea la seguridad personal. El sector militar esta atiborrado de generales laureados y en cargos públicos; no obstante, el contrabando y la expoliación minera crecen, también, el narcotráfico y robo descarado al erario público.
El acomodo no es nuevo. La historia está llena de opresores y aduladores que se confunden entre la gente decente. La acción para debilitar instituciones y erosionar su autoridad, para que el sistema democrático se maltrate y pierda, se produjo en el momento que éste corregía errores y florecía en lo político, económico y social.
En Venezuela todo falla, hasta las tormentas, no somos un país rico, somos una frustración perenne.
@ArmandoMartini