Cuando las ideologías sustituyen los hechos es conducta frecuente inquietarse o preguntarse sobre el futuro, igualmente nuestra idea del futuro no logra ir más allá de nuestras creencias con respecto al presente-pasado. Es la llamada sabiduría-retrospectiva, el pretencioso y arrogante “yo lo sabía o yo lo dije”. El futuro siempre es incierto, por mucho que la tendencia dominante sea repetirnos a nosotros mismos. Las estadísticas ayudan a orientarnos y los llamados algoritmos, al reflejar conductas frecuentes y generalizadas, no anulan lo imponderable ni las conductas individuales. Los seres humanos tomamos decisiones parecidas en contextos y circunstancias parecidas, pero no necesariamente. La libertad personal, por lo menos como posibilidad, nos permite ser diferentes y actuar en consecuencia. El problema es la masificación o “rebañización” a la que somos sometidos, por la propaganda y el miedo, pero fundamentalmente por las ideologías, cuerpo de creencias que nos adocenan y expresan nuestros intereses y nuestro entorno social y cultural dominante. En este sentido se asume el futuro como el pasado que se prolonga o se repite como las estaciones en un más de lo mismo y en un cambiar para no cambiar. Visto así, desde las ideologías y creencias e inercias, el futuro deja de ser amenazador, convertido en un tiempo del eterno-retorno que las religiones expresan de manera típica.
El futuro no es predecible en una perspectiva individual y, en términos societarios y como humanidad, sólo es posible identificar tendencias que obligan a generar respuestas cónsonas. Es el caso del calentamiento global y la precariedad ambiental empíricamente demostrada, igual el problema de la demografía, migrantes y desigualdades que atentan contra la paz. Los desafíos y las oportunidades de la tecno-ciencia que cada día aumenta nuestras respuestas, pero igualmente impone límites que no comprometan la dignidad y la libertad de cada ser humano. Ocuparse del futuro significa ocuparse del presente. El mejor o peor futuro va a depender en mucho de lo que se logre en el presente.
La retórica futurista es la peor respuesta, es la ideología del fracaso como ocurrió con la ideología comunista que en nombre de una ilusión utópica del paraíso en la tierra, terminaron siendo constructores de tiranías y sistemas inhumanos. Prometer el futuro no es lo mismo que construir el futuro desde el presente. Las ideologías no pueden sustituir los hechos y hay que desconfiar de quiénes niegan el presente para insistir en un futuro prometido, pero no realizado, “castrismo y chavismo” son el mejor ejemplo cercano y padecido; son los anticipadores del pasado que sobre una retórica anacrónica prometen el futuro como un pasado diferente.