Bañado por las aguas del Pacífico, en la Micronesia Nauru es el tercer país soberano más pequeño del mundo, con apenas 21 kilómetros cuadrados. Hace unas décadas llegó a gozar de una gran prosperidad a raíz del descubrimiento de fosfato. El ingreso per cápita era de 50.000 dólares. Cómo lo gobernantes corruptos agotaron los recursos y cuáles fueron los mecanismos que evitaron la quiebra definitiva
Por Infobae
Nauru es el tercer país soberano más pequeño del mundo. Los únicos más diminutos son bastante más célebres: Mónaco y el Vaticano. Al menos en este ránking permanece en el podio. Hubo otro bastante más importante, no muchas décadas atrás, que lideró durante un buen tiempo. Fue el país más rico del mundo, el de mayor ingreso per cápita.
Desde inicios del Siglo XX, Nauru pasó por el dominio de diferentes países. Fue parte del Imperio Alemán, estuvo bajo el protectorado de las naciones más grandes Oceanía e Inglaterra, los japoneses lo invadieron durante la Segunda Guerra y luego estuvo bajo el dominio australiano. Hasta que en 1968 obtuvo la independencia.
A simple vista se trata de una más de las islas de la Micronesia, mojada por el Pacífico. Pequeña, con una superficie de 21 kilómetros cuadrados, nada parecía distinguirla. Hasta que alguien descubrió que Nauru tenía una gran riqueza natural. Era una reserva enorme de fosfato. Elemento vital para los fertilizantes. Nauru se convirtió en una atracción y en una isla pequeña pero muy codiciada. Por su cercanía los australianos se hicieron cargo y montaron todo alrededor del fosfato. Las precarias actividades económicas previas de la isla eran los frutos (en especial plátanos) y la pesca. Cuando a principios de la Segunda Guerra Mundial en la lucha por el Pacífico un acorazado alemán bombardeó a la isla y paralizó durante meses las actividades de extracción de fosfato, la actividad agropecuaria de Australia y Nueva Zelanda se vio muy perjudicada por la escasez de fertilizantes. Ese año se perdieron muchas cosechas.
Más adelante, tropas japonesas invadieron las islas. Bastó con trescientos soldados para tomar el control. Todos los que no eran de las tribus originarias fueron detenidos y despojados de sus posesiones. Los invasores olvidaron por un tiempo los recursos naturales y con trabajadores que trajeron desde Japón y con detenidos a los que trataban como esclavos construyeron una gran pista de aviación. Sus aviones de guerra utilizarían Nauru como punto de reabastecimiento y zona de lanzamiento de ataque contra la flota enemiga. Pero los Aliados descubrieron las instalaciones con bastante velocidad y bombardearon la isla con ferocidad.
En los años finales de la guerra hubo una terrible sequía. Las duras condiciones de vida empeoraron y la situación se volvió desesperante. Los japoneses fusilaron prisioneros británicos y australianos y hubo varios episodios de canibalismo. Muchos originarios de Nauru fueron deportados. Y varios cientos murieron de inanición e infecciones.
El nuevo reparto mundial tras las rendiciones de la Alemania Nazi y de Japón dejó Nauru bajo el ala tripartita de Australia, Nueva Zelanda y el Reino Unido.
Pero los habitantes de Nauru mostraban deseos de independizarse y no depender más de nadie. Lo lograron recién en 1968. En ese momento no sólo formaron gobierno propio y se dieron sus instituciones sino que tomaron control de los negocios de la isla.
Con el auge de la explotación del fosfato, el impulso de la recién ganada independencia y, en especial, el de quedarse con el total de los beneficios de las ventas al exterior llegó el momento de la bonanza económica. Eran menos de 10.000 habitantes y la riqueza (parecía) alcanzaba para todos. El ingreso per cápita, en esos años, llegó a ser el mayor del mundo. 50.000 dólares anuales por persona. Pero acá habría que hacer una aclaración necesaria. La mayoría de los habitantes ganaban apenas 5.000 por año. Los que vivían bien eran pocos y los millonarios muy escasos.
Eso produjo que muchos se dieran viejos lujos atrasados. Y que los gobernantes creyeran que los recursos eran ilimitados, que nunca vivirían en otra circunstancia que la abundancia.
Nauru y sus gobernantes se inclinaron por lo ostentoso. Construyeron un descomunal rascacielos en Australia y hasta se creó una aerolínea de bandera.
Con las grandes sumas de dinero no sólo llegaron los dispendios y la prodigalidad, sino que también hizo su incursión casi inevitable la corrupción. Mucho de ese dinero dejaba de entrar en las arcas oficiales e iban al bolsillo de algunos políticos. Eso terminó de herir de muerte las finanzas de la isla.
A mediados de los noventa el negocio del fosfato empezó a tambalear. Los gobernantes trataron de paliar la baja de ingresos proveniente de su recurso natural. Se les ocurrió convertir a Nauru en un paraíso fiscal. Los requisitos que pusieron para atraer fondos fueron tan escasos que las Islas Caimán al lado de ellos parecían estrictas. Lo que sucedió no puede sorprender a nadie. Narcos latinoamericanos y mafiosos rusos (y los políticos corruptos de la islita) confiaron sus recursos a estos bancos que no tenían sede ni empleados. Esta situación se extendió durante unos años hasta que la presión internacional exigió regulaciones Las presiones para que dejaran de lavar fondos provenientes de actividades claramente ilícitas fueron efectivas. Una de las últimas chances de mantener el alto nivel de vida de Nauru se acababa.
El otro factor fue el agotamiento del recurso natural. La facturación anual bajó año a año hasta que a fines de los años noventa fue sólo del 10% de lo que era a principios de esa década. Y aquello que era esplendor y lujo se convirtió en tensión y miseria. La explotación tan intensa del suelo no sólo agotó el principal recurso sino que también dejó el suelo inutilizable. Nada podía crecer allí. Vista desde arriba Nauru es como un círculo algo irregular con un anillo exterior algo verde y muy delgado y un centro que ocupa el 95 % de la superficie, gris, árido y agotado.
Nauru tuvo su 2YK. En enero del 2000 todo colapsó en la pequeña isla. La realidad se abatió sobre ellos. Ya nada sería como antes. Los gobiernos cambiaban casi mensualmente. El país más rico del mundo se convirtió en uno de los más pobres.
De aquel apogeo económico, de aquella república diminuta pero portentosa, nada permaneció. Se quedó sin dinero, sin ingresos y, lo peor de todo, sin recursos naturales. El 80 % del terreno quedó inutilizable, totalmente yermo.
Dentro de aquella locura consumista y de las épocas de bienestar económico también hubo cambios en las costumbres alimentarias. Los isleños quedaron fascinados con la comida occidental. Pero muy en especial con las hamburguesas, los fritos y las diferentes variedades de la comida chatarra. Eso produjo casi una adicción en la sociedad que se prolongó hasta la actualidad. La consecuencia principal es que Nauru ocupa un lugar de privilegio en otro podio: el de las poblaciones con mayor obesidad en el planeta. Eso trae aparejado numerosas muertes por diabetes y problemas coronarios. El porcentaje de diabéticos supera al 40% de la población. El mejor ejemplo es que los dos políticos más importantes de la era independiente de la isla, los que más veces ocuparon el poder, Hammer DeRoburt y Bernard Dowiyogo (ocho veces primer mandatario en ejercicios que duraron varios años o tan solo una semana) murieron mientras ejercían el poder por graves cuadros diabéticos.
Hammer DeRoburt incorporó al menos un hábito saludable. O algo así. Como era fanático del fútbol australiano, ese deporte en el que se corre con una pelota ovalada, se golpean y patean a un arco y por encima de él, decretó que pasaría a ser el deporte nacional.
Además de recurrir a créditos internacionales, Narau debió ingeniárselas para conseguir recursos. Primero vendió todas sus posesiones en Australia, aquellas de la era del lujo. El rascacielos, otras propiedades, sus aviones. Pero eso no alcanzó.
Alguien se dio cuenta que pese a su tamaño minúsculo y a su crisis política y económica, en los organismos internacionales su voto valía tanto como el del resto de los países. De esta manera sus diplomáticos comenzaron a cobrar por sus votos en esos foros. Algunos de ellos resultaron claves. Cada mano levantada la hicieron valer varios millones de dólares.
Australia paga varias decenas de millones de dólares anuales para que centenares de deportados permanezcan detenidos en la isla. También desde el principio de este siglo, el gran país de Oceanía envía refugiados a los que no recibe en Australia y los ubica en Narau, que también cobra por ese servicio.
Se llamó La Solución Pacífico. Los deportados e inmigrantes ilegales encontraron un lugar en el que son acogidos y Narau como contraprestación recibe de Australia 1.000 dólares mensuales por cada uno. Eso logró que las cuentas públicas de la isla tuvieran un respiro.
Técnicamente lo llaman “Centro de Procesamiento de Inmigración Australiana”. Es la manera de darle una pátina legal al mecanismo pergeñado. Organismos internacionales denunciaron que la situación de muchas de estas personas deportadas es desesperante. Un estudio determinó que los niños sufren muchos problemas psiquiátricos y que hasta tiene tendencias suicidas por las pésimas condiciones de vida y los sufrimientos cotidianos.
La parábola de Narau de ascenso y caída parece escrita por un guionista de Hollywood. Pero es absolutamente real. De estado más rico del mundo a uno de los más pobres. Las decisiones basadas en la coyuntura sin miras al futuro, los errores de los poderosos por su alejamiento de la realidad, la devastación de los recursos y la corrupción explican el camino descendente.