Turquía y Rusia
La cooperación competitiva iliberal tiene un objetivo central: aumentar la cuota de poder relativa del líder autoritario. Por ejemplo, Tayip Erdogan, de Turquía, ha explotado el conflicto armado con el Partido de Trabajadores de Kurdistán (PKK) para fomentar el nacionalismo y mantener a su partido Justicia y Desarrollo en el gobierno, desde que llegó al poder en 2014. A pesar de que Rusia apoya a Siria, quien a su vez financia las actividades del PKK, Turquía ha recibido a cientos de oligarcas rusos y ayudado a ocultar sus activos de las sanciones de occidente tras el inicio de la guerra en Ucrania. Las autoridades en Turquía, además, están permitiendo la venta ilegal de cereales ucranianos por parte de organizaciones criminales rusas a través de sus puertos. A primera vista, en la cooperación de Turquía con Rusia no procede la lógica de la distinción amigo/enemigo.
Las decisiones de Erdogan, sin embargo, son racionales. El presidente autoritario se enfrentará a elecciones generales en junio de 2023. Y, actualmente, el país se enfrenta a niveles de inflación oficiales de más de 80% y extraoficiales de cerca de 170%. En Teherán, Erdogan probablemente negoció con su contraparte rusa el plan de repatriación de más de un millón de sirios que inmigraron hacia Turquía desde el inicio de la guerra civil en su país de origen, en 2011. En el mes de mayo, el gobierno de Ankara amenazó a Bashar Al Assad con una nueva incursión militar, para aumentar el territorio sirio bajo control turco y así establecer asentamientos de refugiados repatriados. Si Moscú logra gestionar una cooperación competitiva con Damasco, Erdogan ganaría puntos políticos internamente, en un país en donde 72% de la población quiere que se cierren las fronteras y expulsen a los refugiados. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, además, todos los oleoductos rusos hacia Europa han disminuido su envío de energía, con la excepción de TurkStream, el gasoducto ente Rusia y Turquía. A cambio de la gestión diplomática, Putin obtiene un paraíso fiscal para sus oligarcas y exportaciones de energía, y la cooperación competitiva con un miembro de la OTAN. Esta semana, Erdogan volvió a amenazar al bloque trasatlántico con congelar el proceso de accesión de Finlandia y Suecia a la alianza militar, a menos que los escandinavos entreguen a Erdogan 73 individuos que Ankara considera terroristas del PKK. Si los europeos no acceden, Turquía bloquea a la OTAN y favorece a Rusia. Si Europa accede, Erdogan tendrá el botín político de pasear a sus nuevos prisioneros por los medios locales antes de las elecciones del año que viene, y Putin aún mantiene un elemento disruptivo dentro de la OTAN.
Organizaciones multilaterales
La idea de infiltrar organismos internacionales para sembrar división entre coaliciones adversarias no es un ingenio de Vladimir Putin, pero si responde a la experiencia del líder autoritario durante sus años como espía de la KGB. Putin, al igual que sus homólogos autoritarios a nivel mundial, ha aprendido que los principios de algunos líderes de occidente pueden estar a la venta. Al igual que la KGB logró que políticos y empresarios en EE.UU., Europa y el mundo vendieran información al Kremlin durante la Guerra Fría, los regímenes autoritarios han comprado favores de otros gobiernos.
El caso de Venezuela es un ejemplo reciente, cercano y flagrante. En 2019, la dictadura de Nicolás Maduro fue elegida como miembro del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Para la fecha de la votación, en la asamblea general de la ONU, 50 países del mundo ni siquiera reconocían a Maduro como legítimo representante del Gobierno venezolano. Los petrodólares de Maduro y la cooperación competitiva de Rusia, China y sus dependencias diplomáticas lograron que Venezuela recibiera 105 votos. Es decir que, a través de la lógica iliberal de cooperación competitiva, una mayoría abrumadora de las naciones del mundo escogieron a un régimen responsable por el asesinato extrajudicial de más de 15 mil personas, entre otras graves violaciones, como miembro del consejo garante de los derechos humanos a nivel global.
Otros casos menos obscenos, pero igual de insidiosos, son el uso, por ejemplo, de la Interpol por parte de actores iliberales para aprehender a disidentes políticos. En 2018, la policía española detuvo a Bill Browder, ciudadano británico que ayudó descubrir un caso de corrupción en la ciudad de Moscú, tras una orden de arresto emitida por Rusia. En 2019, el gobierno turco de Erdogan acusó al jugador de la NBA Enes Kanter Freedom de conspirar para cometer actos de terrorismo. El jugador de básquet turco, critico de Erdogan, tuvo que adoptar la nacionalidad americana para evitar ser extraditado, pero aún corre el riesgo de ser detenido en cualquier país miembro de la Interpol. En 2021, el Gobierno chino utilizó a la Interpol para lograr la detención de Yidiresi Aishan, un activista uigur, en Marruecos. Y la lista continúa en el caso de la policía internacional.
La cooperación competitiva entre actores iliberales no solo permite la captura de organismos multilaterales, sino también produce una alineación vertical de dependencias entre actores iliberales que abusan, corrompen y desarticulan el ideal liberal democrático.
Corrupción ideológica
La misma cooperación competitiva que vemos en el escenario internacional, la emplean los líderes autoritarios iliberales en el plano nacional, con el mismo propósito: aumentar la cuota de poder relativa del liderazgo autoritario. Algunas de las prácticas de Putin, Erdogan, Raisi y Xi Jinping a nivel internacional tienen paralelos en los gobiernos de Maduro, Jair Bolsonaro, Víctor Orban y Narendra Modi, en sus democracias enfermas (moribunda la venezolana). El producto final de la cooperación competitiva iliberal es la armamentización de los pilares de la sociedad libre. Putin, por ejemplo, está mostrando cómo la lógica liberal de un mercado libre mundial permitió que Europa creara una dependencia energética de un actor iliberal. Ahora, el gas y el petróleo ruso son armas más letales que sus misiles en Ucrania.
Las campañas de desinformación del Partido Comunista de China demostraron cómo el principio liberal de libre flujo de información aparece hoy como pernicioso para la libertad. Ahora los medios de comunicación son guarniciones políticas de distintas facciones, cuyo rol no es informar sino regurgitar palabras claves que levanten emociones. La migración, piedra angular del sueño americano, por ejemplo, se volvió un arma política. Y los movimientos sociales, que dentro de las democracias funcionaban para visibilizar a la mayoría, ahora son utilizados para destruir la institucionalidad existente. Para cada mención anterior existen decenas de ejemplos trágicos en nuestra región.
Los actores autoritarios han aprendido que algunos profesantes del liberalismo estaban dispuestos a comprometer sus principios para mantener el statu quo. ¿Acaso hemos nosotros aprendido, seamos lo que seamos, que los actores iliberales nunca van a saciar sus deseos de poder y control? ¿Acaso el mundo entendió que Putin, Xi y Maduro, entre otros, no van a detener su destrucción hasta que sean detenidos? El menor de los males, es aún un mal.