Vladimir Vladimirovich Putin es abogado, que ya es algo, pero su formación real, profunda, y que llamó de inmediato la atención de analistas, periodistas y demás habladores, fue en la KGB, la policía de espionaje y contraespionaje capaz de cualquier cosa y alguna más, eterna rival de la CIA estadounidense y del Mossad israelí .que dicen que mejor.
También llamó la atención que andaba emparejado –a estas alturas no sabemos si ese amor sigue vigente, y no estamos hablando de homosexualidad sino de propaganda política- con un político bastante más joven que él, Dmitri Anatólievich Medvédev. Ante los rusos que veían a su país irse disolviendo, Putin y Medvédev surgieron como la pareja perfecta, Putin para las profundidades y oscuridades de las cucarachas, Medvédev para los vuelos de los zancudos. Pasado el tiempo ya se sabe o se intuye qué pasó.
La pareja perfecta se presentó ante los rusos nerviosos como la gran solución para Rusia. Medvédev como Presidente, figura joven, europea, bien parecida; Putin como el duro, organizador, serio, disciplinado, conocedor de secretos y reservado como buen resultado de la KGB, entrambos recogerían las ruinas de Rusia y la ensamblarían nuevamente como gran potencia mundial, productora de petróleo y gas en grandes cantidades, de trigo y cereales para la alimentación del mundo, de aviones de combate y de pasajeros, misiles y los eternos Kaláschnikov, fusil de asalto aguantatodo y favorito de terroristas, fanáticos y delincuentes.
Pasado el tiempo Putin remodeló y reestableció –los ambientes en los palacios de tiempos pasados favorecen esa sensación- el prestigio y poder automático, omnímodo, emoción pura de Zar de todas las Rusias, una mezcla del europeísta Pedro el Grande, el brutal Iván el Terrible y la clásica, tradicional y poderosa Catalina la Grande, todos integrados en este nativo de San Petersburgo que hablaba sin tapujos de la grandeza rusa.
Si es comunista o no, es asunto poco importante, que usa los métodos comunistas es otra cosa. Restableció el orgullo del ejército, reconstruyó el orgullo ruso dinamizando la fuerza industrial pero sólo en manos del Estado y de amigos leales, muchos de ellos provenientes de la misma fuente KGBiana, que manejasen las empresas y se enriquecieran con ellas, pero sin discutir con el dueño oculto, el Estado. O sea, el moderno Zar, el dictador –Presidente o primer ministro, poder es poder- Vladimir Putin a quien los dirigentes del mundo no veían con escaso miedo y muchas risas como a Boris Yeltsin, sino con la seriedad del caso, se le tomaba en cuenta.
Y que no tiene el menor recato nn asesinar a quien le moleste.
Sabía y sabe, aunque no estamos seguros de su entendía y entiende, que tiene un enorme país con una economía de tercer mundo. Reconstruyó el ejército, sacó las grandes fábricas militares de Ucrania y las instaló a su alcance en Rusia, se adueñó de media Ucrania conquistando por la fuerza la enorme península de Crimea donde dejó y mantiene la moderna y poderosa base de Sebastopol que le garantiza la salida marítima por el Mar Negro hacia el Mediterráneo y el Océano Atlántico (¿tendrá alguna vez Turquía los cojones de cerrar el estrecho del Bósforo?, con Erdogan nunca se sabe), y empezó a aplicar una política de expansión como contraoferta a Estados Unidos, trampa y escenario en los cuales, aparte de otros acomplejados, cayeron ya cada uno en sus tiempos Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Y entonces decidió –comprendió, si usted prefiere- que la rica Europa se expandía hacia las fronteras rusas y no al revés. Para prensar a los europeos sólo tenía el gas, principalmente la siempre potente Alemania, donde Berlín fue ingenua y creyendo que los rusos pensaban más en dólares que en geopolítica, confiaron toda su industria y su calefacción al gas ruso, ingenuidad que ahora tratan desesperadamente de recomponer.
Putin, ruso de profundidad y formado por la KGB, lanzó unas cuantas alertas diplomáticas con tonalidades matonescas, y después invadió Ucrania por la cuestión de las fronteras de lo ruso.
Fue entonces cuando al circo de Putin le crecieron los enanos y le engordaron los trapecistas. La que iba a ser una guerra relámpago en Ucrania, se le ha convertido en un costoso, lento, desgastante y muy áspero conflicto con Estados Unidos y Europa. Y la paz y seguridad de los rusos en la Rusia de Putin, sigue siendo materia en discusión con una delincuencia que ha fortalecido su poder y estructura al estilo mafioso.
Dentro de este renovado panorama de azares, su Marina sigue siendo costera, muchos de sus equipos militares han revelado fallas a posibles nuevos clientes, sus tropas ni son suficientes en efectivos ni tiene tantos profesionales eficaces que permitan un adecuado sistema de rotación y descaso, esencial en la que ya es una larga guerra de desgaste.
Entretanto, y es otra historia, hay dos grandes circos que crecen, el estadounidense y en segundo lugar el chino, un tercero del llamado Indopacífico y algunos nuevos con grandes perspectivas con Australia al sur como mega protagonista ayudada y en parte financiada por el estadounidense.
Y el europeo, que prueba los aromas del crecimiento sin preocuparse mucho por el ruso.