Se reconoce en una humanidad que vive en tensión permanente entre el temor y la esperanza y cómo él, a pesar de todo y al final de su vida, nunca quiso ni pudo renunciar a la esperanza.
Sin horizontes de esperanza se nos escapa la vida entre huidas y claudicaciones, digo yo.
Su primera etapa (1872-1914) es la “Belle Epoque”, un tiempo de confianza y optimismo general en Europa Occidental, presente en el mundo entero como “civilizadora” en función de un modelo de orden, progreso y sistema político y económico liberal-industrial, aunque hoy sabemos que para los países colonizados y explotados no fue la “Belle-Epoque”.
La segunda etapa (1914-1944) es el duro despertar a las tragedias de su época, dos guerras mundiales, las amenazas totalitarias del comunismo y del nazi-fascismo y todo tipo de dificultades. Y, a pesar de todo, intentó proteger sus esperanzas en un mundo mejor.
Escribe el 11 de Junio de 1931: “me hallo envuelto en una vasta niebla de soledad, emocional y metafísica, de la que no encuentro salida”.
En su tercera etapa (1944-1967), con un bien ganado prestigio internacional su principal preocupación y ocupación son las causas humanitarias y el pacifismo.
“Pasé mi vida persiguiendo una visión, tanto personal como social. Personalmente interesándome por aquello que es noble, hermoso y amable… en donde los individuos se desarrollen en libertad y en donde el odio, la codicia y la envidia mueran… Creo en esas cosas y el mundo con todos sus horrores, no me ha hecho vacilar”.