Las vidas tras el Septiembre Negro: una viuda que da pelea y un sobreviviente del Holocausto

Las vidas tras el Septiembre Negro: una viuda que da pelea y un sobreviviente del Holocausto

Los once israelíes asesinados en el ataque a la Villa Olímpica durante los Juegos Olímpicos de Múnich 72 por parte de la terroristas integrantes de la OLP: Yosef Gutfreund, 40; Moshe Weinberg, 33: Yoseph Romano, 32; David Berger, 28; Mark Slavin, 18; Yaacov Springer, 52; (bottom left to right): Ze’ev Friedman, 28; Amitsur Shapira, 40; Eliezer Halfin, 24; Kehat Schorr, 53; Andre Spitzer, 27

 

Hoy en Múnich, cincuenta años después, habrá una ceremonia para recordar el horror, para honrar a los once israelíes muertos en el ataque a la Villa Olímpica por parte de ocho terroristas integrantes de la Organización para la Liberación Palestina. Estarán presentes Frank-Walter Steinmeier, el presidente alemán y su par israelí, Isaac Herzog.

Por infobae.com

También familiares de las víctimas. Hasta hace unos días, ninguno de los deudos estaba dispuesto a concurrir. Dos de las viudas fueron las opositores más férreas: Ankie Spitzer e Ilana Romano.

La viuda que da pelea

Ankie Spitzer, en el momento de la masacre, tenía 26 años y una beba de dos meses. Se había casado hacía un año y medio y era feliz. Estaba en Múnich acompañando a su marido. Andre Spitzer era uno de los entrenadores del equipo israelí de esgrima.

Unas horas después de que terminara todo, a Ankie la dejaron visitar la Villa Olímpica. Iba a recoger la ropa y otras pertenencias de su marido. Vio vidrios rotos, ropa y muebles destrozados por el suelo y mucha sangre. La habitación era un caos. Hay una foto que testimonia ese momento. Ella está parada frente a un sillón. Todo está revuelto y en el piso y en cada rincón hay decenas de cosas tiradas y deshechas. Ankie lleva una remera a rayas horizontales y un pantalón claro. Mira ese panorama desolador pero no parece todavía entender lo que está sucediendo. Sin embargo, en ese momento se juramentó no permitir que la masacre fuera olvidada. “No sabía cómo iba a continuar mi vida, ni siquiera si iba a tener fuerzas para hacerlo. Pero el dolor y ese espectáculo atroz me convencieron que yo debía luchar para que eso no se olvidara, para que no volviera suceder. Para que nadie tuviera que pasar por lo que yo estaba pasando”.

Ella fue la que, cuando el Comité Olímpico Internacional, su presidente Jacques Rogge y Sebastian Coe se negaron a introducir un minuto de silencio en la ceremonia inaugural de Londres 2012, alzó la voz. “Su actitud es vergonzosa. Es increíble que con todo el tiempo pasado todavía no hayan realizado un homenaje oficial en medio de unos Juegos”. En Río 2016, la pertinaz Ankie logró que Thomas Bach y el Comité organizador realizaran una conmemoración y que se erigiera un monumento recordando a las once víctimas. Ella les había avisado que no se iba a callar. Y cumplió.

Uno días atrás se conoció oficialmente que el gobierno alemán pagará una indemnización de 28 millones de dólares a los familiares de los deportistas asesinados y a los sobrevivientes. Ankie y otros familiares amenazaron con boicotear la ceremonia de homenaje por los cincuenta años si la indemnización no era mejorada sustancialmente. Eso fue lo que terminó sucediendo. En un comunicado conjunto, los presidentes de Israel y Alemania expresaron su alegría (y alivio) por el acuerdo final.

Con anterioridad, el estado alemán había pagado algo más de 4 millones de dólares a las familias, que siempre consideraron la suma demasiado exigua. Las negociaciones se extendieron durante años. El aniversario 50 hizo que los gobiernos de ambos países estuvieran más atentos a que se cerrara la cuestión. La oferta inicial de Alemania fue de 5 millones a repartir entre los 23 beneficiarios. Estos encabezados por Ankie la rechazaron y dijeron que les parecía insultante. Los actuales 28 millones fueron aceptados después de que Isaac Herzog, el presidente israelí, intercediera para que las familias dieran por concluido el reclamo. Los que los deudos consiguieron además del dinero es que el estado alemán reconociera las fallas de seguridad (desoyeron varias alarmas) y en el operativo de rescate y que se abran los archivos con documentos clasificados sobre la masacre.

Durante la madrugada del 5 de septiembre de 1972 un comando terrorista de la Organización para la Liberación Palestina ingresó a la Villa Olímpica de Munich en pleno Juegos para atacar a los atletas israelíes.

La delegación de Israel no era muy numerosa (faltarían todavía veinte años para que en Barcelona 92, ese país consiguiera sus primeras medallas olímpicas). Pero era similar a la que habían llevado a México 68 y a la de los Juegos posteriores de Montreal 76. Eran treinta personas. 15 atletas: luchadores, levantadores de pesas, tiradores, participantes de yachting y uno que se destacaba en la marcha atlética. Sólo dos eran mujeres: una nadadora y Esther Shahamarov, una velocista con una digna actuación en los 100 mts. Los otros 15 se dividían entre referís, entrenadores, delegados y dirigentes.

Yosseff Gutfrend se despertó sobresaltado a las 4.30 de la mañana. El referí de lucha se asomó y vio a varios hombres encapuchados y con armas largas. Trataban de entrar a su habitación. El trató de impedirlo lanzándose contra la puerta mientras con sus gritos despertaba a los compañeros de cuarto. Uno de ellos era Moshe Weinberg, un hombre de 135 kilos y entrenador del equipo de lucha. Weinberg peleó contra los atacantes. A uno lo llegó a herir con un cuchillo de cocina. En medio de un forcejeo, un disparo atravesó su mejilla. Reducido por cuatro terroristas y sus armas lo obligaron a mostrarle las otras habitaciones de la delegación israelí. Weinberg se salteó la Número 2, en la que estaban los atletas y tiradores y los llevó a la de los luchadores y los que practicaban halterofilia. Tenía la esperanza que los más fuertes lo ayudaran a reducir a los atacantes. Weinberg volvió a pegarle a uno de los palestinos y lo hirió. Eso permitió que Gad Tsobari, uno de sus luchadores, pudiera escaparse. Weinberg no podía ser reducido. Lo mataron con una ráfaga de disparos y lanzaron su cuerpo desde el balcón.

El levantador de pesas Yossef Romano también se defendió a los golpes e hirió a un par de terroristas. También fue acribillado. Muchas décadas después el New York Times en conversación con su viuda reveló que luego del asesinato, como venganza por su resistencia y las heridas que propinó a los terroristas, su cadáver fue capado y mutilado ante la vista de los otros israelíes. La mujer vio las fotos del cadáver de su marido veinte años después de los hechos: “Fue una sensación indescriptible. Hasta ese momento cuando cerraba los ojos el Yossef que veía era ese hombre fuerte y sonriente que despedí en el aeropuerto. Después no pude sacarme nunca más esas imágenes terribles de la cabeza”. Se supo que, además, el trato a los otros rehenes fue brutal; a varios le rompieron huesos de las extremidades y los golpearon salvajamente.

Después llegaron las negociaciones, el pedido de liberación de palestinos detenidos y de Baader y Meinhoff, los guerrilleros alemanes, el intento frustrado por la televisión de ataque por parte de las fuerzas de seguridad alemana mientras los terroristas pretendían escapar con los rehenes, el pedido de helicópteros y el desastroso ataque final que provocó la muerte de 5 palestinos y once de los rehenes israelíes. Para empeorar la situación, las primeras informaciones que circularon y se publicaron en varios diarios del mundo y se dieron a conocer en informes radiales y televisivos fue que el operativo había sido un éxito, los atacantes reducidos y todos los rehenes salvados. Poco después se supo la verdad. Había ocurrido una tragedia. La página más negra de los Juegos Olímpicos. Septiembre Negro había tenido lugar.

Sobrevivir al Holocausto y a Múnich 72

Shaul Ladany tiene 86 años. Es varias cosas a la vez. Un exitoso hombre de negocios, un académico respetado, ostenta el récord del mundo en su especialidad atlética. Y es, también, un sobreviviente. Contra todas las probabilidades Shaul escapó con vida dos veces de Alemania.

Nació en Belgrado en 1936. Con el advenimiento de la Segunda Guerra y los bombardeos alemanes que destruyeron su hogar, su familia escapó a Hungría. Pero cuando Shaul tenía 8 años, él y sus padres fueron capturados y llevados al campo de concentración de Bergen- Belsen. Gran parte de su familia ya había sido asesinada en las cámaras de gas de Auschwitz. Los tiempos en los que tenía que utilizar una estrella amarilla cosida en la solapa de la ropa habían quedado atrás. Y en ese momento a él y a su familia les parecía que esos habían sido buenos tiempos en comparación a cómo la pasaban en el campo de concentración. Una tarde, Shaul y sus padres fueron empujados hasta una cámara de gas. Pero nada sucedió. Nunca supo si se trató de un simulacro, de un alma piadosa o que una falla en el mecanismo les salvó la vida. Al poco tiempo, un grupo de judíos norteamericanos pagó un soborno, una especie de rescate, a un alto oficial del campo para sacar con vida a un millar de judíos. Otra vez la suerte: en ese contingente estuvo la familia Ladany. En Bergen- Belsen murieron más de 100.000 prisioneros. Y de los 70.000 judíos yugoslavos al inicio de la Segunda Guerra, fueron muy pocos los que sobrevivieron. Después de la guerra volvieron a Belgrado. Tuvieron que empezar de nuevo. Pero no los importó: estaban con vida.

En su adolescencia empezó a correr. Era mirado como un loco. Nadie lo hacía en esa época. Sólo los que se fugaban o los que estaban demasiado apurados. Al poco tiempo, casi por casualidad, descubrió otra especialidad: la marcha atlética. Se dedicó a las carreras de largo alcance. Se consagró varias veces campeón en los Juegos Macabeos. Y consiguió el récord mundial en los 100 kilómetros. En 1968 clasificó para los Juegos Olímpicos de México. Su actuación fue algo decepcionante para sus expectativas elevadas: el calor y la altura lo afectaron. En 1972 estaba en su mejor forma. Batió el récord mundial de las 50 millas (cerca de 80 kms.), una distancia clásica pero que no integra el calendario olímpico: esa marca todavía se encuentra vigente. Clasificó con facilidad para Munich (sin entrenador como a la larga de toda su trayectoria). Era el único integrante del equipo masculino de atletismo de su país. Durante varias de las jornadas de entrenamiento se colocó una estrella amarilla en su musculosa, para recordar al chico que había estado casi tres décadas antes en Alemania. Lo mismo hizo en el precalentamiento de la carrera; el mensaje era claro: “Un judío había sobrevivido”. Cuando se cruzaba con algún alemán no podía evitar calcular su edad. Si era alguien que ya era adulto durante la Segunda Guerra Mundial, evitaba el contacto. Algunos le elogiaron su manejo del idioma alemán. Shaul los miraba y respondía: “Lo aprendí el tiempo que me tuvieron detenido, al borde la muerte, en Bergen- Belsen. Era fundamental para intentar sobrevivir”.

No peleó por los puestos de podio pero logró meterse entre los veinte primeros. Exhausto por el esfuerzo, la noche de la competencia se durmió relativamente temprano. De madrugada escuchó ruidos, golpes y algún estruendo en una de las habitaciones vecinas en la Villa Olímpica. Su compañero de habitación estaba parado al lado de su cama. Le pedía que se despertara, que los estaban atacando terroristas y que habían matado a Monie, tal como ellos llamaban a Moshe Weinberg, el entrenador de lucha que fue el primer muerto de esa jornada.

Cansado, entre dormido, Shaul pensó que se trataba de otra de las bromas de su compañero. Escuchó más gritos. Se asomó a la puerta de su habitación y vio a un hombre armado en su pasillo comunicándose con guardias de seguridad de la Villa que estaban en la calle. Le pedían que dejara entrar a la Cruz Roja a tratar a los heridos, que era una cuestión humanitaria. El terrorista se negó: “Los judíos no son personas”, gritó y volvió a apuntar con su arma. Shaul no necesitó mayor información para entender qué estaba sucediendo. Mientras pensaba qué hacer, vio las grandes manchas de sangre en las paredes y el suelo del pasillo. Sin pensarlo demasiado se decidió a saltar desde el balcón hacia la planta baja, por la parte de atrás de la habitación. Los atacantes palestinos iban a verlo correr por el ese pequeño parque y se podía convertir en un blanco fácil. Pero a él no le importó. Supo que si se quedaba ahí tenía pocas posibilidades de salir con vida. Saltó y corrió. Y corrió. Y corrió. No dio vuelta la cabeza a pesar de que escuchó gritos y algún disparo. Los terroristas no pudieron detenerlo. Shaul llegó hasta donde descansaba la delegación norteamericana y despertó a Bill Bowerman, el mítico entrenador del equipo de atletismo. Le contó lo que sucedía. El entrenador dio aviso a las autoridades para que se ocuparan de la situación y pidió que protegieran a los miembros de origen judío de su propia delegación, entre los que se encontraba la gran estrella de los Juegos, el nadador Mark Spitz.

El alerta de Ladany fue el primero que se tuvo del ataque. En esas horas todo fue confuso. Al día siguiente varios medios dieron por muerto al atleta. Un diario publicó que “esta vez no pudo salir vivo de Alemania”. El malentendido se aclaró rápido.

Cuando los cuerpos de los asesinados llegaron a Israel hubo un funeral público y masivo. Decenas de miles de ciudadanos israelíes participaron de las exequias. Cada uno de los sobrevivientes del ataque palestino a la Villa Olímpica se paró al lado de un ataúd. Muchos años después Ladany contó que ese fue el momento en el que tomó conciencia real de lo que había sucedido.

Shaul volvió rápido a las competencias. Batió su propio récord unos meses después. Hasta hace pocos años participaba de carreras, bajando marcas permanentemente dentro de su categoría. Pero no todo fue atletismo en su vida posterior. Es un muy reconocido ingeniero industrial, profesor universitario con más de un centenar de trabajos publicados y escribió doce libros.

El fin de semana, como cada vez que puede, Shaul estuvo en Bergen- Belsen. Siempre que viaja por Europa pasa por ahí: para no olvidar, para valorar el presente, lo que logró. Esta vez fue diferente. Porque lo hizo acompañado por toda su familia, incluidos sus nietos. Quiere que ellos también conozcan el pasado.

Hoy Shaul Ladany estará presente en los homenajes. Llevará puesta la campera que la delegación israelí utilizó en Munich 72 para recordar a sus compañeros. Cuando le preguntaron qué siente, dijo: “Los que ordenaron el ataque, los que lo planificaron y los que lo ejecutaron ya no están con vida. Yo sí. Y, mucho más importante que eso, mi familia, mis compatriotas y también mi país lo están”.

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