Como soberana británica, Isabel II construyó un reinado marcado por su negativa a opinar de nada, mucho menos de política, un silencio que le permitió consolidar una monarquía que no ha estado exenta de desafíos ni de críticas.
La reina siempre disfrutó de una gran popularidad, dentro y fuera de las fronteras británicas, y su imagen fue sinónimo de estoicismo y compromiso con el servicio público.
Los 70 años del reinado de Isabel II están asociados con su estilo de reinar: una mezcla de tradición, discreción y, sobre todo, capacidad para adaptarse a los cambios.
“Es muy difícil distinguir a la institución de la persona. Creo que la reina Isabel II ha sido un fenómeno y ahora nos estamos dando cuenta de eso”, dijo a EFE el profesor Philip Murphy, director del Instituto de Estudios de la Commonwealth (Mancomunidad Británica de Naciones), de la Universidad de Londres.
Según Murphy, Isabel II ha sido una monarca tradicionalista que ha hecho un “trabajo extraordinario” al “suprimir sus propios puntos de vista y ser una figura que está por encima de la política”.
Durante sus largos años de reinado, Isabel II jamás concedió una entrevista ni expresó opiniones, más allá de cumplir con sus funciones de Estado al repetir los discursos que le preparaba su Gobierno, como los que pronunciaba en el Parlamento.
Profesional como pocas y con la idea bien clara de que el que reina no gobierna, Isabel II utilizó el poder del silencio para afianzar una monarquía que se había tambaleado en 1936 cuando su tío, el rey Eduardo VIII, abdicó y, también, cuando la princesa Diana, exesposa del príncipe de Gales, murió en agosto de 1997.
En una ocasión, con la alusión a que había que “pensarlo bien”, Isabel II se refirió de manera muy escueta a Escocia días antes de la celebración del referéndum sobre la independencia escocesa en septiembre de 2014, cuando la escisión fue rechazada por los ciudadanos.
A lo largo de los años, la reina superó uno y otro escándalo, aplicando siempre la discreción y escuchando las opiniones de los demás, desde políticos hasta expertos en relaciones públicas.
“La monarquía ha tenido sus vicisitudes. El peor momento fue el ‘annus horribilis’ (año horrible en latín) de 1992, con el incendio en el castillo de Windsor que destruyó 115 salas, y la separación del príncipe Carlos de la princesa Diana”, señaló a Efe Robert Hazell, experto constitucional del University College London (UCL).
Pese a ese obstáculo, los analistas han destacado que la reina pudo superar esos peligros para la monarquía, especialmente cuando se produjo la muerte de Diana de Gales en agosto de 1997.
Para muchos, Isabel II ha sido símbolo de unidad nacional y compromiso, pues prometió de joven que se entregaría al servicio del país hasta su muerte, descartando por completo la abdicación.
Aunque por el momento las encuestas indican que los británicos no quieren un cambio constitucional en favor de una república, el futuro de la monarquía bajo el reinado de Carlos es incierto.
En su empeño por opinar de muchas cosas, desde la arquitectura hasta la medicina alternativa, el nuevo rey británico ha dado a entender que su reinado será muy distinto al de su madre.
Carlos ha sido centro de las críticas de la prensa al revelarse que intercambió cartas con miembros del Gobierno de Tony Blair entre 2004 y 2005, en las que trataba de ejercer presión en asuntos como el medio ambiente o la sanidad, o este mismo año al posicionarse en contra de la expulsión de solicitantes de asilo a Ruanda.
Murphy opina que el nuevo rey se considera algo así como un “filósofo aficionado” por su interés en opinar de muchas cosas.
“Un monarca que habla en voz alta se vuelve político y está en una posición muy vulnerable”, añadió el catedrático.
EFE