Por más de veinticinco años, Roberto Suárez mantuvo a su familia como coto de caza para sus bajísimos instintos sexuales. El personaje, quien podría pasar a la historia delincuencial del país como el más prolífico depredador sexual del estado Zulia, jamás imaginó que sus propios hijos señalarían sus desmanes.
Por Juan Carlos Guillén | Noticia Al Día
Pablo Suárez tiene treinta años; llegó acompañado de su prima, Dayana de Matos, de treinta y siete y de las hijas de ésta: Victoria, de dieciséis años y Valentina, de catorce. Son sólo cuatro de las once víctimas contabilizadas del depredador sexual Roberto Suárez.
-Cuando detienen al ciudadano Roberto Suárez, ¿por qué te llaman a ti?
-Me llamaron porque estaba dentro de sus contactos y pienso que él creyó que iba a salir en su defensa.
-Cómo es eso que pensó, ¿tú no eres su hijo acaso?
-Sí.
-¿El abuso de ti?
-Sí. Y por eso me extrañó que acudiera a mí, porque él estaba en conocimiento de que yo sabía lo que le había hecho a la familia y que estaba reuniendo los testimonios para llevar adelante la denuncia.
Pablo comentó en exclusiva para NAD, que la aprensión en relación con este tema es recurrente, porque pensó que era uno, en un mar de las dificultades que la vida misma plantea, las presiones del trabajo de su padre, en fin, no hubo denuncias, ni señalamientos de parte del hijo contra el papá, por misericordia.
La fe en Cristo ha sido la columna vertebral y el peñón de fortaleza de este grupo de personas, quienes anunciando al mundo de lo que es capaz Roberto Suárez, lo describen como un lobo con piel de oveja, pues hasta pastor evangélico habría sido.
-¿Por qué no habías hecho la denuncia?
-Porque lo había perdonado.
Años de preparación e impunidad
Suárez, el padre, tenía como coto de caza a los miembros de la familia, quienes estaban al alcance de sus depravadas apetencias.
Fueron décadas de manipulación y empoderamiento, reforzadas con buena posición económica, aderezada con una familia quizás ingenua, quizás detenida en el interés de un proveedor seguro de quien era como impensable que actuara de esa manera.
“Este señor es un encantador de serpientes -señala Pablo Suárez-, ayudaba a la familia, ayudaba a quien de la familia estuviera pasando por problemas económicos, pero todo era calculado”.
Dayana de Matos, otra de las afectadas por las acciones de esta especie de monstruo quimérico con cara de ángel y alma de demonio, relata su terrible experiencia:
“Yo trabajé en una camaronera y ese trabajo es muy exigente con los horarios. Veía poco a mis hijas (Victoria y Valentina). En eso llegó mi tío Roberto Suárez y me propuso que él podía ubicarme en un trabajo mejor, donde pudiera estar cerca de mis muchachas”.
Dayana, valiente, hace caso omiso del amargo recuerdo y prosigue: “En efecto, él nos alquiló una casa, pagando todo, pero días antes nos había dejado instalados en el hotel a mis hijas y a mí”.
El cálculo y la sangre fría de nuestro oscuro personaje son de antología, porque ese mismo día atacó. ¿La víctima? Una de las hijas de Dayana y así estuvo abusando de ésta y posteriormente de la otra pequeña, un poco menor. Ambas confirman la infausta información.
-¿Por qué no lo denunciaron? Preguntamos a las menores con autorización de su madre.
-Porque él nos decía que sería inútil cualquier denuncia y con eso, y sus amenazas, nos sometía.
“Todas sus acciones», interviene Pablo, «iban en esa dirección, darles facilidades para atacar sexualmente a los menores de la familia”.
–Y a usted, Dayana, ¿la atacó sexualmente?
-Sí, en un día de playa. Él había convidado a toda la familia a unas cabañas que había alquilado. En la noche se pegó a mi cuerpo y me dijo que me quedara tranquila que eso era normal, y que sólo era una muestra de afecto. Yo sólo tenía quince años.
Eso fue hace veintidós años. Al día siguiente Dayana estuvo horas encerrada en el baño y nadie daba con el motivo de tan extraña actitud, Pablo, su primo, hijo del victimario y víctima a su vez del mismo, corrobora la historia con un “Sí, yo estuve ahí”.
Pablo Suárez había perdonado al papá, pero al descubrir la madeja de podredumbre que envolvía al hasta ahora impoluto personaje, decidió tomar la sartén por el mango y actuar.
“Al tiempo y con las heridas abiertas, me fui enterando que mi padre actuaba a conciencia, manteniendo una red de intrigas tendenciosas que cortaron la comunicación entre nosotros, es decir, entre las víctimas”.
Al mejor estilo de Maquiavelo, el pedófilo soltaba historias por acá, desgranaba historias por allá, hasta lograr que no hubiese ni comentarios, ni coincidencias entre los más afectados de todo este mar de tragedia. Pablo Suárez unió los hilos y se erigió como el quijote para tejer la red que terminaría por hundir a este pez gordo de malas intenciones.
«He estado convenciendo a aquellos que no quieren recordar tan traumáticos momentos y un buen grupo de nosotros estamos convencidos que es el momento para detener a este depravado».
-¿Cuántas víctimas hay en la familia?
-Hemos contado once, pero sabemos que son más y que no quieren denunciar, ni dar declaraciones. Y por las cuentas que estamos sacando, mientras abusaba de uno en la mañana, lo hacía con otros en la noche, o al día siguiente y así durante todos los días cuando él estuviera cerca.
Pablo Suárez sigue en su lucha familiar por reivindicar el honor de los caídos durante estos treinta años de depredación sexual. Despidiéndose nos anunció que se dirigía al Ministerio Público pues lo estaban llamando por el caso.
Que tengan las víctimas, ahora, su buena cacería.