Para nadie es secreto que la democracia en Venezuela tiene más de 20 años secuestrada por el chavismo. Durante ese tiempo, el poder de decisión del venezolano sobre sus mandatarios ha descendido por un barranco que ha conducido al país hacia un régimen autoritario.
Lucho Suárez // lapatilla.com
Para algunos ciudadanos, el sufragio como derecho constitucional para lograr cambios políticos, ha perdido valor, y recuperar la confianza en el proceso electoral se erige como uno de los mayores desafíos de la oposición.
A lo largo de dos décadas, desgastante para la mayoría de los venezolanos, solo hemos visto en la presidencia de la República dos caras: el fallecido Hugo Chávez y su heredero Nicolás Maduro. Aparentemente, hoy el panorama pinta un poco “diferente” para algunos.
Con la llegada del presidente interino Juan Guaidó más los mecanismos de presión de la comunidad internacional mediante las sanciones económicas y el desconocimiento de Nicolás Maduro como mandatario, el chavismo se ha visto contra la espada y la pared, por lo que estuvo obligado a “disfrazarse de democracia” y comenzar a ceder en ciertos espacios de poder.
El ejemplo más evidente ocurrió en el emblemático estado Barinas durante los comicios del 21 de noviembre de 2021, cuando un líder regional como Sergio Garrido, aun con el ventajismo del chavismo, logró ganar la gobernación de la entidad llanera, corazón de la revolución bolivariana y tierra natal de Hugo Chávez Frías.
Diálogos inconclusos y medidas desesperadas han sido los gestos de un régimen que busca “a juro” aprobación popular intentando llevarse al bolsillo las decisiones de la gente, ya arrebatadas durante años por medio de organismos como el Consejo Nacional Electoral (CNE), hoy presidido por el político e historiador chavista Pedro Calzadilla.
Si bien es cierto que se observa una leve mejoría en la situación de algunos sectores económicos a partir de la implementación de medidas como la liberación de precios y la flexibilización cambiaria, lo cual ha dado la sensación de una tímida estabilidad en el país, también es una realidad que existe una gran desconfianza de los venezolanos hacia quienes llevan la batuta de los poderes públicos. La pregunta que se escucha en las calles es si existe la posibilidad de que en Venezuela se realicen unas elecciones justas y transparentes.
Para responder esa y otras interrogantes, lapatilla.com conversó con Carmen Beatriz Fernández, urbanista con maestría en campañas electorales y directora de la firma de consultoría política DataStrategia, a propósito del Día Internacional de la Democracia que se conmemora hoy, y analizó el momento que atraviesa el país de cara a las próximas elecciones presidenciales a llevarse a cabo en 2024.
-¿Cómo visualizas la situación actual del régimen y la oposición en el contexto de las próximas presidenciales en 2024?
Creo que hay que partir de un diagnóstico que puede resultar duro: el mundo es otro, muy distinto al mundo de 2019. En ese mundo distinto, que dibujaron primero la pandemia y luego la guerra en Ucrania, Maduro ganó ese round, y la oposición debe aceptarlo para saber de dónde parte.
El Departamento de Estado fue el primero en certificarlo y se ratifica cuando hay indicios claros de que Maduro negocia ya directamente con EEUU y las petroleras.
En ese sentido, el oficialismo parte con una ventaja hacia 2024. En buena medida se obliga a la sociedad a jugar bajo las reglas que Maduro establezca, y siento que la gente lo entendió antes que la clase política. No quiere decir que sea algo permanente, más bien creo que es un mecanismo de adaptación y sobrevivencia de la sociedad, como una lagartija cuando se hace la muerta.
-Analistas aseguran que el venezolano ha perdido la fe en quienes actualmente los “representan”, por lo que se encuentran enfocados en sobrevivir debido a la crisis.
Ha habido una seguidilla de frustraciones en una sociedad que ansiaba el cambio político y no lo obtuvo. Es natural ante esa frustración querer buscar culpables, y quien está más a mano es el liderazgo opositor. El gobierno interino desarrolló una estrategia maximalista que no funcionó. Se apostó al todo o nada, y cuando eso pasa te puedes quedar sin nada.
Adicionalmente, la oposición democrática tiene sus diferencias y ha demostrado a veces no tener la madurez de poder resolverlas. Es variopinta en lo ideológico, abarca un abanico muy amplio, ven distintos abordajes estratégicos.
El dilema sobre cómo participar electoralmente es una de estas diferencias. Además, compiten entre sí en sus aspiraciones de conducir el liderazgo, como es natural. Eso pasa en cualquier espacio político y en todas partes del mundo. Los factores democráticos llegan al 2022 más fraccionados que nunca.
Hay que recordar, sin embargo, que siempre ha habido diferencias importantes, pero en los momentos claves han sabido superar las diferencias ante un adversario común que es muy poderoso y cruel.
– En ese escenario, ¿cómo la oposición pudiera crear estrategias para atraer a los electores luego de perder popularidad entre los venezolanos?
La Unidad debe ver el horizonte 2024 y 2025 como una oportunidad para lograr reinstitucionalizarse y reconstruir el músculo político. Aprender de los errores y reconocer los aciertos de otros tiempos, no tan lejanos, donde existían más reglas claras y consensuadas entre los actores. Solo haciéndolo podrá evitar la fragmentación del voto que aspira al cambio político, que es el principal enemigo de la materialización de ese cambio, precisamente.
Al final, un partido es una plataforma para potenciar a políticos ambiciosos y con potencial; si eso deja de ser así y se convierte en una agencia de colocación de los candidatos panas, pues falla en su razón de ser, y eso se paga.
Los vacíos siempre se ocupan, y la Unidad ha fallado al no definir reglas claras ni actitudes coherentes en el pasado reciente. La MUD perdió institucionalidad y al no tener reglas claras, se convirtió en un espacio de privilegios y endosos sin procedimientos consensuados.
– ¿Cómo visualizas el tema de las primarias opositoras?
Veo las primarias en el 2023 no como destino, sino como un proceso; no como un fin, sino como un instrumento. Las primarias no son importantes si no se entiende colectivamente el para qué son las primarias y se establecen objetivos comunes. Más importante que celebrar un proceso de primarias, es lograr acuerdos y crear una arquitectura/metodología de consensos.
Las presidenciales 2024 serán complejas y llenas de obstáculos. Pueden ser una mezcla de las peores mañas que se vieron entre Barinas y Nicaragua. Si no se ha rescatado la confianza entre los actores para ese momento, será mucho más difícil tomar las decisiones rápidas acerca de los tropiezos que sobre ese camino complicado van a ir surgiendo.
El objetivo debe ser el rescate de la democracia en Venezuela. Crear las condiciones para que la democracia florezca. A la democracia no se llega por decreto, es un proceso de reconstrucción de la institucionalidad, de las capacidades de los partidos, de la cultura y convivencia democrática. Como dijera Madison: solo la ambición controla a la ambición. Eso aplica en la definición de pesos y contrapesos en el Estado, pero aplica también para las primarias opositoras.
– ¿El panorama está favorable para una reelección chavista?
Es claramente posible una reelección de Maduro. La sociedad venezolana, incluyendo el país de dentro y el de afuera, está dividida en una relación de fuerzas 20%-80 %. Un 80% está buscando el cambio político y un 20% se opone.
Obviamente, ninguna elección se expresa en esas cifras. En primer lugar, sigue habiendo una fractura con argumentos potentes a favor y en contra de salir a votar en dictadura.
Luego hay un descrédito hacia la clase opositora, que en sus expresiones más duras tiende a igualarla con el propio chavismo. Aparte, tienes las otras fisuras que hemos visto entre las fuerzas democráticas de la sociedad y que se traducen en la hiperfragmentación como escenario probable. Eso pone la batalla cuantitativamente mucho más equilibrada, incluso, favorable a Maduro.
-En relación con el actual CNE, ¿crees que será un árbitro transparente en las próximas presidenciales?
El CNE actual es un árbitro razonablemente bueno cuando lo comparas con la composición de esa misma institución en períodos anteriores. Evidentemente eso no es suficiente. Se va a elecciones en una democracia secuestrada y las condiciones nunca van a ser suficientes. No van a ser óptimas, van a ser sub-óptimas, eso lo sabemos.
Hay una larga lista de elementos pendientes: hay presos políticos, hay inhabilitados, hay exiliados, hay que crear un padrón de la diáspora, facilitar el derecho al voto de venezolanos en el exilio, eliminar figuras de “protectorado”, el Plan República que secuestra un proceso netamente civil y un largo etcétera. El sub-óptimo de las condiciones 2024-2025 quizás mejore algunas de ellas, pero muy probablemente otras no.
Hay que entender que las elecciones son un proceso, que va más allá de la jornada electoral: incluye el antes, el durante y el después. Hay espacios democráticos en Venezuela que hay que ocupar, y el voto sigue siendo el mayor activo de los demócratas.
La redemocratización puede no ser una hoja de ruta en línea recta. Ninguna elección es el punto final, sino parte de un proceso de reconquista de condiciones electorales que lleven finalmente a procesos electorales libres.