Los trastornos de salud mental son más recurrentes entre los venezolanos e incluso se agravan luego de la pandemia por covid-19 que venía arrastrando el deterioro de la calidad de vida. Factores que predisponen y que, según estudios de organizaciones no gubernamentales superan el 70% de síntomas de ansiedad y depresión, ubicándose por encima del promedio mundial que no supera el 20% de afectados entre la población de cada país. Un incremento que llama a la aplicación de políticas nacionales, desde la atención primaria, mayor accesibilidad y hasta el desarrollo del recurso humano.
Por Guiomar López | LA PRENSA DE LARA
Son reflejos de un escenario que fue descrito por la Sociedad Venezolana de Psiquiatría a través de un comunicado que reitera al país de problemas crónicos que se han agravado en los últimos 10 años y con habitantes inmersos en la crisis social, económica y moral que intenta seguir atacando la convivenciaante las preocupaciones de bajos sueldos y al alza en inflación. Todo se desencadena en ese ambiente de riesgos frente a la dificultad para alimentarse, índices de desempleo, fallas en servicios públicos, incertidumbre política y en un supuesto entorno de impunidad e injusticia.
La encrucijada deja la preocupación de especialistas y Jaime Lorenzo, presidente de la organización Médicos Unidos de Venezuela, lo reitera ante los riesgos de esa ansiedad y que puede pasar a depresión ante los detonantes de la emergencia humanitaria, con adolescentes y adultos de la tercera edad que pueden llegar al extremo en riesgos de suicidios.
“El problema es la realidad social, donde en lugar de aplicar más políticas de prevención, cada vez se cierran más servicios de atención psicológica en centros públicos y algunos hospitales psiquiátricos están casi cerrados”, denuncia al considerar la falta de respuestas del sistema de salud que ni siquiera garantiza el seguimiento ni tratamientos farmacológicos.
En alarma
Dicho problema también fue abordado por el psiquiatra, Carlos Tineo, quien empieza por destacar que la salud mental estaba afectada antes de la pandemia y que la crisis humanitaria predispone a la mejor calidad de vida, generando el incremento de trastornos que arrastran hasta a los adolescentes con un giro drástico que va desde la ansiedad, depresión y el suicidio. Todo puede empezar desde el hogar como caldo de cultivo de preocupaciones y sin mayores oportunidades para que los padres garanticen el sustento diario.
Señala que no se tienen las cifras oficiales, pero según estudios de organizaciones no gubernamentales se experimenta el alza significativa de la ansiedad y depresión en 70%. Cifras alarmantes que se desencadenan de la reducción entre 70 a 80% de atención psiquiátrica, principalmente a partir de la disminución de la atención de consultas externas. También precisa el estimado de la caída en 80% de camas disponibles en centros de salud mental. La mayoría de consultas públicas suspendidas y con la falta de psicofármacos que puede superar el 90%.
Todo indica que la atención en centros privados no tiene el respectivo alcance a la mayoría de la población, considerando que dependerá de la disponibilidad del presupuesto para poder cubrir el pago de consultas y las sesiones de terapias, las cuales son relativas a la evolución del paciente.
Un acompañamiento con psicólogos, psiquiatras o demás especialistas.
De allí es que las políticas deberían empezar por la atención primaria con más acceso desde las comunidades y que anteriormente hasta se proporcionaba en los departamentos de orientación de planteles educativos.
Alternativas para atender de manera inmediata aquellos conflictos de niños o adolescentes.
Las alertas pueden ser encendidas en cualquier momento y que la familia acuda al apoyo ante cualquier síntoma de ansiedad, los cuales van desde intranquilidad, taquicardia, sudoración y palpitaciones. Mientras en lo emocional, la intranquilidad llega a afectar con trastornos de alimentación y de sueño, así como en cambios de hábitos.
Pero al tratarse de la depresión, la tristeza se transforma en decaimiento del ánimo, pérdida del interés por actividades cotidianas, llanto fácil, sin apetito, insomnio y demás indicios que se suelen encerrar en el problema, al punto de sólo querer finalizar el conflicto a través del suicidio. Todas las recomendaciones empiezan desde el abordaje de la familia para buscar ayuda ante los primeros cambios e incluso con la orientación a través de líneas telefónicas de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría.
Entender que se deben resolver los problemas de manera paulatina y sin quedarse en colapso, es esencial para avanzar.
Los expertos también reiteran lo indispensable del seguimiento comunitario. Hablan de lo accesible de la asistencia en salud mental desde la red ambulatoria, así como la disponibilidad de consultas externas en estas especialidades y sin remitir las citas a varios meses de espera.
También destacan que lo importante es empezar por mejorar las condiciones de vida y así no se sentencia a la sobrevivencia. Una realidad que trasciende de las preocupaciones de los padres y termina arropando a toda la familia. Los niños y adolescentes ni siquiera terminan cubriendo sus exigencias en recreación o propias de la edad.
El panorama siempre debe ser por la higiene mental y así lograr el bienestar en colectivo, que empieza desde el bienestar en el hogar sin dejar arroparse por esas dificultades tan básicas de subsistencia.
Se debe mejorar la formación en el área
En la definición de salud mental, el psiquiatra, Marco Tulio Mendoza, empieza por recordar que se trata de aprovechar todo el potencial de la población. Todo desde una seguridad de contar con la atención primaria y del seguimiento comunitario. Es hacerlo tan familiar y contar con el recurso calificado para atacar desde lo preventivo, sin llegar a caer en la profundidad del problema como cuadros depresivos.
Recalca la necesidad de la accesibilidad a este tipo de atención, cuando no se cuenta con suficientes especialistas en centros asistenciales y los pacientes que solicitan citas médicas pueden terminar esperando durante mucho tiempo. Situación que resta el interés del paciente o implica un lapso de tiempo de complicaciones emocionales.
Recalca la pertinencia de un programa de asistencia bien planificado a las circunstancias de la realidad de cada región y contar con los recursos, considerando que la formación en posgrados de psiquiatría no tiene mayor demanda.
El asunto es tan complejo que se necesita hasta de enfermeras calificadas para el cuidado de estos pacientes.
“Hemos perdido médicos y aquellos de extensa carrera, quienes eran referencia en docentes de posgrados”, lamenta de la migración.
Según Mendoza, en el área de salud mental se necesita mayor insistencia en la formación de todo ese equipo multidisciplinario que empieza por psicólogos, psiquiatras, enfermeras, trabajador social y visitadores.
“Se trata de un equipo de desarrollo que se plantea desde lo humano, por la recuperación de sueños y relaciones afectivas”, recalca.
La exigencia va más allá de la infraestructura de centros asistenciales y se extiende hacia el clamor por políticas con programas permanentes.
Todo desde la atención primaria.
La capacidad de atención debe ser más amplia y lograr mayor cobertura. Además de la necesidad de crear conciencia de la existencia de cuaquier trastorno emocional y la inevitable búsqueda de ayuda. La salud mental no debería etiquetarse simplemente a demencia, sino a orientación.
Tanta presión frena potencial
La sociedad venezolana corre el riesgo de sacrificar potencialidades, al enfrentarse al daño en la salud mental. Son alarmas que aprecia el psiquiatra, Marco Tulio Mendoza, al reiterar la urgencia de aceptar que
el desarrollo de habilidades termina truncado por altos niveles de ansiedad y depresión.
“Deben entender que el desarrollo social depende del avance de su gente”, destaca y lamenta el crecimiento de niños o adolescentes en ambientes tan hostiles, carentes de estimulación. Los hijos también absorben las preocupaciones y hasta pueden terminar sintiéndose como una carga pesada. También lo aprecian a partir de las limitaciones económicas que no permiten el sano esparcimiento. Tal consideración es respaldada por Yudi Chaudary, doctora en seguridad social, al destacar que lo más delicado puede provenir del avance silencioso.
La salud mental puede pasar desapercibida, pero termina corroída por esas angustias de no poder cubrir las necesidades básicas de alimentación y salud. Se termina asociando al individuo a una conducta automática, cuando ni siquiera se puede disponer del tiempo libre.
Viaja a través del tiempo y recuerda cuando los planteles educativos contanban con el departamento de Bienestar Estudiantil. Se trataba del área donde los alumnos eran atendidos por orientadores y psicólogos, logrando asistir en esos momentos iniciales de angustia y encaminarlos.
Al considerar aspectos preventivos, resalta que es un desafío el disfrute de tiempo libre de calidad cuando las condiciones de vida llegan a ser tan limitadas. Todo individuo debería gozar del espacio para el esparcimiento a partir de la recreación con actividades de su preferencia, pero sin la preocupación de la sensación de inseguridad mientras se camina o se ejercita al aire libre.
“No hay que olvidar ese respiro de la rutina”, precisa de lo indispensable de darle un receso a ese ritmo robótico y tomar aire fresco. Además del incentivo para los adolescentes, siendo acompañados en sus ilusiones por concretar un proyecto de vida, lo cual han venido perdiendo al sentirse sin un propósito de futuro a corto plazo.
Una sociedad productiva empieza por el desarrollo de capacidades, esas libres de angustia.