Dudo que la historia del ser humano registre tanta insensatez como la que observamos hoy en el planeta. Desde los asuntos más importantes hasta los más frívolos, todo parece contagiado por la ignorancia, la pequeñez y la mediocridad.
Por Gustavo Coronel
El serio peligro de la extinción del ser humano se ha presentado de nuevo; esta vez de la mano de Vladimir Putin, un demente acomplejado que carece por completo de la visión global que debería tener un jefe de Estado. Sus pretensiones territoriales sobre la vecina república de Ucrania pueden llevarlo, dados sus fracasos militares convencionales, a emplear armas nucleares, con todo lo que ello significa para el futuro de la humanidad. A nivel regional y de países individuales el panorama es desolador. Estados Unidos de América, la nación más poderosa del mundo, la bandera de la democracia y de la libertad, se encuentra hoy rota en dos grandes fragmentos separados por estúpidas ideologías. Toda la nación parece haberse adherido a los extremos, dejando a un lado la proverbial sensatez de sus antecesores. En la TV se pintan a diario dos países totalmente diferentes: el Estados Unidos de Fox News y el Estados Unidos de CNN. Quien se opone a Trump es comunista. Quien se opone a Biden es fascista. La mitad del país dice que Hunter Biden es un ladrón y la otra mitad dice que la ladrona es Ivanka Trump. Unos leen todo lo que se publica sobre Kanye West (quien se jacta de no haber leído jamás un libro), mientras otros leen todo sobre las hermanas Kardashian, quienes basan su notoriedad en el tamaño de sus traseros. Quien admita el aborto en casos de violaciones o de peligro inminente para la madre es comunista. Los seguidores de Black Lives Matter quieren destruir las estatuas de la confederación, a pesar de que ello es parte de la historia. Los adoradores de la supremacía blanca dicen que el incremento de la negritud representa un proyecto macabro y premeditado para cambiar la composición racial de la nación, lo que llaman la teoría de reemplazo de los blancos. El melodrama de Piqué y Shakira (acusada de evasión de impuestos), el de Jennifer López y sus múltiples esposos y queridos monopolizan la atención de los televidentes. Una verdadera orgía de embrutecimiento.
Hoy se identifica a un republicano porque rechaza vacunarse o a un demócrata porque nunca se corta el pelo. La seguridad social -se dice- es un mito demócrata, mientras que los republicanos aspiran a mantener la supremacía blanca en el país.
La inmigración, dicen Trump y la república de Fox News, está representada por pedófilos y rateros, quizás sin darse cuenta que sus ascendientes fueron inmigrantes (aunque no del mismo origen) y que el problema de esta gran estampida de sitios pobres a sitios menos pobres es muy complejo y no se soluciona con una pared. La educación universitaria gratis es necesaria, dice la extrema izquierda que habla por CNN, aunque sabemos que el tesoro estadounidense no aguantaría tamaño subsidio y que lo gratis termina siendo lo más costoso para la nación. La población negra se queja de la discriminación, pero sus organizaciones, sus programas de TV, etc. no tienen un blanco ni para remedio. El asunto de los géneros ha llegado a lo absurdo y cursi, con el uso del idioma inclusivo y el remplazo de la aceptación de diferencias (que sería lo sensato) con el intento de glorificación de las diferencias (totalmente insensato).
Quienes nos aferramos al centro, adoptando algunas posturas definidas como de izquierda y algunas posturas definidas como de derecha, somos objeto de ataque por los dos lados. Nos tildan de comunistas o de fascistas, según sea el interlocutor. Como decía el poeta William Butler Yeats, en su momento (mi traducción): El Halcón ya no escucha al halconero/todo se desintegra, el centro ya no aguanta/la anarquía se desata sobre el mundo… la ceremonia de la inocencia ha desaparecido/ los mejores carecen de convicción alguna/mientras que los peores están contagiados de una apasionada intensidad”.
En ningún tema esencial, de vida o muerte para todos, es más trágica esta polarización que en el caso del cambio climático. En la Conferencia de París de 2016 y en posteriores conferencias, la inmensa mayoría de los países del planeta se han adherido a una tesis científica sobre la influencia del hombre y su uso de combustibles fósiles sobre el clima del planeta. El hombre ha actuado como agente geológico importante, aumentando las emisiones de carbono hasta el punto que el planeta está en peligro inminente de traspasar de forma irreversible los límites de temperatura que garantizan nuestra vida normal en el planeta. Ya vemos las trágicas consecuencias de ese proceso, sin que el ser humano haya podido ponerse de acuerdo en actuar con la rapidez necesaria para corregir esta profunda deformación.
Al contrario, el mundo sigue empeñado en sus problemas de absurda frivolidad. En Venezuela Maduro, se consolida y borra la huella de su antecesor, causando una pugna entre quienes lo siguen a él y las viudas del anterior. En Perú, un hombre ridículo es presidente; en Nicaragua, un psicópata está al mando; en Cuba, el pueblo ha sido esclavizado por décadas. En la región no se vislumbra un solo estadista.
Los grupos que abogan por restituir la calidad del Homo sapiens son débiles. Nos ahogan las zarzuelas de estupideces que prevalecen hoy sobre lo que Harry le dijo a Charles o si Megan le torció la boca a Camila. Algunos me dirán: señor, la frivolidad tiene su lugar en esta vida y estarán en lo cierto, pero yo respondo: sí, pero no hasta el extremo de colocarla como piedra angular de la existencia.
Hay escapes. Pero lo triste es que uno deba escaparse de la realidad circundante para encontrar felicidad, cuando ella debería estar al alcance de la mano de la gran mayoría de los seres humanos. El camino que recorremos nos lleva a la más severa involución.