El mundo vive la mayor ola migratoria tras la Segunda Guerra Mundial, exacerbada por los conflictos bélicos prevalecientes, el hambre, las sequías, y la plaga representada por los regímenes autoritarios en diversos países, caracterizados por la intolerancia y la persecución política, étnica o religiosa.
Según el informe 2022 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de las Naciones Unidas, para el año 2020 había 281 millones de migrantes internacionales en el mundo, equivalente a un 3,6% de la población total, ello con anterioridad a la invasión rusa a Ucrania. El porcentaje no espanta, pero es que no considera los desplazamientos internos que ocurren en diferentes regiones del globo, en algo atenuados por la pandemia, ni la exacerbación reciente de la migración mundial.
Los principales movimientos migratorios y de desplazamientos son atribuidos a los conflictos en Siria, Yemen, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, o a la grave inestabilidad económica y política que afecta a millones de venezolanos y afganos. Ello, amén de los desplazamientos originados en desastres naturales ocurridos principalmente en China, Filipinas, Bangladesh, India y Haití.
En relación con el destino de los flujos migratorios, según la OIM, Europa recibió el 30,9% del total, (87 millones), seguida por Asia con el 30,5% (86 millones), América del Norte con el 20,9% (59 millones), y África con un 9% (25 millones). En América Latina y el Caribe, el número de migrantes se duplicó en los últimos 15 años, al pasar de 7 a 15 millones, el 5,3% del total mundial. Y en cuanto a países receptores, EE.UU. recibió 51 millones de migrantes, Alemania 16 millones, Arabia Saudita 13 millones, Rusia 12 millones y el Reino Unido 9 millones, solo por citar algunos.
El corredor migratorio México-Estados Unidos se configuró como el mayor del mundo, con unos 11 millones de personas, seguido del de Siria-Turquía, asociado al conflicto que ha vivido Siria por más de diez años. El tercero es el de India-Emiratos Árabes Unidos, con más de 3 millones, y ahora se agrega la ola migratoria de Ucrania a numerosos países, que supera ya los 6 millones de personas.
En cuanto a la nacionalidad de los migrantes, el puesto número uno es ocupado por India, con 18 millones, México 11 millones, Rusia 10,8 millones, China 10 millones, Siria 8 millones, y Venezuela con más de 7 millones en el lugar No. 10 en el mundo, aunque en términos proporcionales a su población es el más elevado, pues más del 20% de los venezolanos ha emigrado, sin que pueda compararse con países como India, China, o México, de muy alta población.
Pese a la pandemia, las remesas internacionales alcanzaron en 2020 la astronómica cifra de US$ 720.000 millones, de lo cuales US$ 540.000 millones se dirigieron a países de ingresos medianos y bajos. Por su parte, el número de desplazados al final de 2020 alcanzó 89,4 millones, aunados a 26,4 millones de refugiados y 4,1 millones solicitantes de asilo. Solo en 2020 los nuevos desplazamientos internos ocasionados por conflictos, violencia y desastres alcanzaron a 55 millones de personas.
Es de destacar el creciente papel del corredor centroamericano, que incluye el paso por el peligroso “tapón” del Darién, con un escalofriante saldo de muertes, explotación sexual, y proliferación, hasta la frontera de México con EE.UU. de redes mafiosas o “coyotes” que expolian a gente sin recursos ofreciendo llevarlos a su destino. Es frecuente el caso de contenedores con gente hacinada, que suelen terminar asfixiados, o en otro escenario, botes sobrecargados de africanos en el Mediterráneo, que con inusitada irresponsabilidad naufragan y provocan numerosas víctimas.
Es por ello evidente que, más allá de las buenas intenciones y declaraciones de gobiernos e instituciones, la comunidad internacional debe abordar con mayor contundencia el grave problema de la trata de personas en las rutas migratorias, mientras el número de migrantes en el mundo no ha parado de aumentar en el curso de los últimos 50 años, como lo evidencia la cifra señalada de migrantes internacionales en 2020 de 281 millones de personas, contra 84,4 millones en 1970.
Un problema de la dimensión analizada no puede ser visto en forma ligera. Se trata de los flujos migratorios mayores de la historia, en medio de duras condiciones como los que existen en campamentos en Turquía para contener migración hacia Europa, con el apoyo de la Unión Europea. El hecho es que, además, los efectos geopolíticos asociados a la migración están cambiando el mapa político en Europa en favor de gobiernos conservadores, los cuales por definición son más nacionalistas o antiinmigración, como es el caso de Hungría, Polonia y otros países del este, como también los recientes cambios políticos en Suecia e Italia, los efectos que el tema migratorio tuvo sobre la decisión del Brexit en el Reino Unido, y el visible crecimiento de la derecha en Francia y España. A ello hay que agregar la aguda polarización existente entre los partidos Demócrata y Republicano en EE.UU., entre otros por la polémica asociada a las políticas migratorias aplicadas durante sus respectivos gobiernos, que incluyen la reciente decisión de deportar a migrantes venezolanos llegados a través de México, aún antes de la promulgación de las nuevas medidas.
En un sentido positivo, hay que destacar las buenas prácticas aplicadas en Colombia por la administración Duque en favor de los migrantes venezolanos, otorgándoles permisos temporales para trabajar y beneficiarse de la salud y la educación pública, así como el reconocimiento de los hijos nacidos en su territorio, todo lo cual ha merecido reconocimientos internacionales.
Lo anterior debe mover a considerar que en las raíces del problema migratorio subyacen la pobreza, la falta de empleo en los países de escasos recursos, la mala calidad de los servicios públicos, o la violación de derechos humanos en países oprimidos por regímenes dictatoriales. Están también presentes las secuelas de regímenes coloniales, sobre todo en África, que no fueron capaces de generar fuentes de empleo y riqueza, o la profunda asimetría existente entre los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador), o el vecino Haití, y EE.UU., sin que hasta ahora se hayan definido políticas orientadas a estimular el desarrollo en esos países, como forma de mejorar su calidad de vida, y de atenuar las presiones migratorias.
Por su parte, la situación de Venezuela, protagonista del mayor fenómeno migratorio registrado en la historia del Continente, aparte del de México a EE.UU., no cambiará a raíz de la decisión del gobierno de Colombia de restablecer las relaciones con el país vecino y de reabrir las fronteras, lo cual es en general de buen recibo. La presión migratoria hacia Colombia y el mundo continuará mientras Venezuela esté sumida en la grave crisis múltiple que la afecta, que es política, económica, social y moral. Solo un cambio de sistema económico y político en Venezuela permitirá detener el éxodo de venezolanos al exterior, el cual se proyecta a todo el mundo. Hoy la migración venezolana afecta especialmente a Colombia, con más de 2 millones de personas, aunque en décadas pasadas fue a la inversa, cuando Venezuela recibió a unos 4 millones de colombianos, con la particularidad de que llegaron en forma gradual y cuando Venezuela representaba un país de oportunidades.