Un viento rebelde se había levantado, dejando atrás la espléndida tarde de sol, como antesala de la lluvia, que ya asomaba amenazante. Eran las 19.03 del sábado 25 de octubre de 1997 y, sobre el césped del estadio Monumental, el árbitro Horacio Elizondo hizo sonar su silbato indicando el final del primer tiempo. River ganaba el clásico por 1-0 y el capitán de Boca se fue lentamente hacia el vestuario. No era una caminata más. Era la última de Diego Armando Maradona como futbolista y se estaban dibujando los trazos postreros de su capítulo maravilloso en el libro del fútbol.
Por infobae.com
Esteban Pogany había tenido una dilatada carrera como profesional a lo largo de 20 años, ocupando con éxito la valla de varios equipos, entre ellos cuatro de los cinco grandes: Independiente – Racing – San Lorenzo y Boca. Una vez retirado, pasó a formar parte del cuerpo técnico de Héctor Veira. En esas circunstancias tuvo mucho contacto con Maradona y fue testigo privilegiado de un momento conmovedor: “El retiro de Diego se venía vislumbrado y estábamos charlando en el cuerpo técnico, porque ya no estaba en buenas condiciones físicas como para resistir un partido completo y sinceramente nos daba temor de que le pudiera pasar algo. La noche previa al partido con River, fuimos a verlo con el Bambino para plantearle que en nuestra opinión le convenía ya dejar de jugar. Se pudo dar ese diálogo, también, porque tenían una muy buena relación entre ellos. A Diego se le llenaron los ojos de lágrimas y le dijo: ‘Gracias, pero dejarme jugar contra las Gallinas, porque quiero estar sí o sí y después vemos’. De ese modo fue que salió como titular, pero a los pocos minutos nos dimos cuenta que estaba agitado y cansado. El Bambi en dos ocasiones me advirtió: ‘Esteban: lo tenemos que sacar’. Al terminar el primer tiempo, salió corriendo a su encuentro y abrazados ingresaron el vestuario. Allí fue donde al oído le dijo: ‘Bueno Diego, ya se terminó’. Y Maradona lo miró con lágrimas en los ojos, porque en su interior sabía perfectamente que era su último partido. Fue un momento conmovedor y emotivo, porque en el vestuario lloramos casi todos, porque conocíamos de su sufrimiento, pero la realidad es que la prioridad era cuidar su salud. Es cierto que salimos al segundo tiempo con dos cambios y eso llevó a una modificación táctica, de plantarnos con tres defensores, pero era secundario, porque estábamos siendo testigos del retiro de una leyenda. Salió bien porque se ganó, pero estábamos en shock por lo vivido”.
Había transcurrido exactamente un mes y un día de su último partido oficial. Apenas 45 minutos frente a Colo Colo por la Supercopa y luego, el vacío. Unas pocas prácticas y varias polémicas en torneo del doping de la primera fecha ante Argentinos Juniors, disputado sobre fines de agosto. El recurso de no innovar del juez federal Claudio Bonadío le había permitido volver a las canchas, pero era un espejismo: Diego ya no era Maradona. Por sus ganas de enfrentar al rival de todos los tiempos, salió encabezando al equipo en el Monumental. Hizo un pique hasta el círculo central, se persignó y levantó sus brazos hacia la multitud azul y oro. Luego cumplió con su palabra de ir a saludar a su viejo amigo (enemigo desde hacía más de 10 años), Ramón Ángel Díaz, entrenador de los Millonarios, quien lo había apoyado en los duros momentos de un par de meses atrás. Un frío apretón de manos dejó en claro el imposible reencuentro de los compadres de las madrugadas felices del juvenil de Japón ‘79.
También fue una jornada especial para Horacio Elizondo, que, en aquella tarde, dirigió por primera vez en forma oficial un Superclásico, que no estuvo exento de polémicas. Así lo recuerda el árbitro que llegaría a la cumbre en el Mundial de Alemania 2006: “Ese año 1997 fue muy importante para mí, ya que me tocó dirigir la Copa América disputada en Bolivia y luego el Mundial Sub 17 en Egipto. En ese momento en Primera Sivisión había muchos futbolistas jóvenes, pero también algunos grandes, con los que era de la misma generación, ya que en ese momento yo tenía 33 años. Es una diferencia con lo que ocurre actualmente, donde los árbitros llegan a los partidos importantes más grandes y deberían hacerlo más chicos. Ese River – Boca fue un sábado y yo llegué al país tres días antes, luego de haber jugado en aquel torneo de juveniles. Recuerdo que leí en los diarios que estaba latente el problema entre Maradona y Ramón Díaz, y por ello presté una especial atención en el momento de la salida de los equipos al campo para ver que sucedía. Observé como Diego se acercó para saludarlo y Ramón apenas le dio la mano y miró para otro lado. Fue un partido disputado y a él lo utilizaron prácticamente como un receptor, para tratar de construir juego con pases, para que los demás continuaran las jugadas, pasando el balón en ataque. Me queda el recuerdo de un encuentro lindo, con grandes protagonistas dentro del campo, con muchas jugadas polémicas, como las del segundo tiempo, como el gol de Palermo y la expulsión de Hernán Díaz. Para mí significa mucho ese partido, porque desde el plano emocional ha quedado impregnado en mi memoria. Fue mi debut en un Superclásico y como todas las primeras veces en la vida, de cualquier situación, son las que indudablemente te marcan”.
Marcelo Benedetto llevaba varios años en el periodismo deportivo y desde hacía un par de temporadas, junto a Miguel Tití Fernández, eran los encargados de la cobertura del campo de juego de los equipos que disputaban el partido más importante de la fecha, que se emitía en directo y luego en forma de compacto de Fútbol de Primera. Para aquella jornada le fue asignado Boca y el destino le tenía preparado un papel trascendente: “El hotel donde se concentraba Boca en ese momento estaba en Suipacha y Córdoba. Mi tarea consistía en hacer la previa del Superclásico junto a un camarógrafo, siguiendo a Diego desde que se despertaba. Obviamente llegamos muy temprano y nos sentamos en la vereda del hotel junto a otros dos colegas: Matías Aldao por la revista El Gráfico y Marcelo Palacios por una radio. Desde allí nos íbamos luego a la cancha, por lo que se avecinaba un día extenso. En un momento determinado, bajó Guillermo Cóppola y nos dijo: “Suban que Diego les quiere hablar”. Allí fuimos y registramos las clásicas imágenes con él simulando que se despertaba y luego se afeitaba. Nos juntó a los tres periodistas y nos manifestó que ese era su último partido porque luego se retiraba. Empezamos a mirarnos y darnos cuenta que estábamos ante una noticia que cambiaba la historia, en el medio de un partido que paraba al país. Nos pusimos de acuerdo en guardarlo y no difundirlo. Con semejante primicia entre las manos, salimos rumbo al estadio, porque en un rato ya comenzaba el clásico”.
Diego fue una sombra, los ilustres restos del rey, increíblemente convertido en uno más. Sin tiempo ni reacción, era permanentemente anticipado por la marca de Leonardo Astrada. De sus pies no brotaba la magia acostumbrada y todo Boca pareció sentirlo en un primer tiempo donde fue abrumado por su adversario, que se quedó corto con el 1-0 convertido por Berti. Enzo Francescoli fue el gran ausente, marginado por una lesión. Su lugar fue ocupado por Sebastián Rambert, quien en ese Apertura 1997 ostentó el récord de haber jugado en el mismo torneo para los máximos rivales de nuestro fútbol. En la fecha inicial lo hizo para Boca y como el libro de pases se mantuvo abierto, fue transferido a River, en donde debutó pocos días después.
Diego Latorre estaba desarrollando su segunda etapa con la camiseta de Boca, siendo parte de un plantel de excelentes valores, sobre todo de mitad de cancha en adelante. Fue titular aquella tarde, compartido el departamento creativo xeneize con su tocayo más famoso: “El recuerdo que tengo ahora es que estaba siendo testigo del último partido de una leyenda, del mejor jugador del mundo. Pero es una percepción actual, porque en ese momento no era consciente de que iba a ser así, si bien cuando ingresamos al vestuario en el entretiempo él se tiró, casi que se desplomó sobre un banco, diciendo que no podía o no quería continuar en el clásico por una dolencia, eso no lo recuerdo con exactitud. Ya en más de una ocasión había amagado con largar, pero finalmente regresaba. Incluso en ese torneo sus entrenamientos no eran continuos, por eso no teníamos claro hasta qué punto ese podía ser el final de su carrera grandiosa, pero así fue. Diego no era el de siempre. En los 45 minutos que estuvo en el campo su rendimiento no había sido óptimo y Riquelme lo suplantó para el segundo tiempo. Creo que él era consciente de que no estaba en la plenitud y quizás, en un análisis muy personal que debe haber hecho, no quería que el final fuese con una derrota contra River en el Monumental. Por eso tengo grabado su festejo por haber ganado en ese estadio y el hecho de quedar punteros. Luego hubo una cena en el hotel, donde estuvo presente y no nos comunicó nada acerca del retiro, por lo que creo que fue algo que elaboró en esas horas hasta llegar a la determinación final”.
Como en un imaginario paso del mando sin ceremonia y en casa ajena, Juan Román Riquelme ingresó por Maradona en el entretiempo, al igual que Caniggia lo hizo por Vivas, quedando el equipo con tres defensores, jugándose todo en el segundo tiempo. Así evoca Diego Latorre, aquella remontada, que el Diez siguió desde el vestuario: “Una vez que salimos al segundo tiempo, ya sin él en el equipo, nos enfocamos en tratar de revertir el desarrollo. Riquelme ingresó fabulosamente bien y me ayudó en la creación, más Caniggia y Palermo de punta. Ofensivamente crecimos y nos ayudó empatar casi enseguida, con el gol de Toresani, por una asistencia que le di, luego de gambetear varios rivales, justo vi cómo se desmarcaba y definió con gran calidad con el revés del pie”.
El clima había cambiado afuera, ya que las inofensivas gotas habían tornado en diluvio. Y adentro también, porque unos minutos después del empate, River se quedó con 10 futbolistas por la expulsión de Hernán Díaz. Y sobre los 67 llegó el tanto de la victoria, con un inolvidable cabezazo de Martín Palermo, siendo ese el primero de los 9 goles oficiales que marcó en la historia del Superclásico. Boca sufrió en los minutos finales, pero gozó de un triunfo en el Monumental. Marcelo Benedetto se mantuvo al lado de Maradona: “Recuerdo que le tocó el control antidóping, adonde lo seguí y observé cómo se peleaba con un hincha. Cuando terminó y se estaba por ir, me dijo: ‘Venite para casa’. Avisé inmediatamente al canal, remarcando que las notas registradas hasta ahí tenían valor, pero que sería doble porque me iba para Habana y Segurola. Una vez allí, ya con Fútbol de Primera al aire, le hice la recordada nota, por lo menos para mí, en la que salió a la puerta y se puso a cantar en contra de River con los hinchas que se habían juntado. Un remis se llevó rápido el casete a Canal 13 y pudo salir al aire sobre el final del programa. Me quedé un rato más con él, disfrutando de lo que fue uno de los hallazgos más trascendentes e importantes de mi carrera, porque tenía que ver con el retiro de Maradona y un partido importantísimo”.
Para Esteban Pogany, la vinculación con el astro se daba más allá de la número cinco, ya que disfrutó muchas charlas con Maradona, de temas cotidianos y de la vida misma: “Un día llegué a la concentración y me preguntó: ‘¿Gringo: de dónde venís?’, a lo que le respondí que había ido al cine con mi familia. Noté que enseguida le cambió el rostro y se puso medio mal. Le consulté que le pasaba y me contestó: ‘¿Sabés lo que pagaría yo por ir al cine con mi familia? Yo no puedo hacer nada, ni salir a la calla tranquilo, porque se me tiran encima’. Compartir el día a día con Maradona era una emoción a raudales. Cuando él llegaba a las prácticas, el Bambino, que lo mimaba y cuidaba muchísimo, siempre me decía que fuese a charlar con él para ver cómo estaba de ánimo y si tenía alguna dolencia. Diego era una caja de sorpresas, como el día que se apareció en el predio del Sindicato de Empleados de Comercio en Ezeiza, donde entrenábamos, con el camión Scania, que le habían dado para hacer publicidad. Me acerqué y le pregunté qué trabajo quería hacer, a lo que me respondió que le llevara algún jugador de campo y un arquero para practicar centros. Fui con Abbondanzieri y Palermo y empezó: ‘Martín, va para la derecha’, y ahí la colocaba, en el punto del penal como con la mano. Al rato me pidió hacer él cuatro o cinco remates al arco. Todos fueron gol y el Pato se agarró un fastidio tremendo. Se sacó los guantes y le dijo: ‘Basta Diego, llamá a otro que yo no te puedo agarrar una’” (risas).
Y su nombre quedó flotando en el adiós. Yo nunca lo verían como lo habían visto, con sus mejores ropas, las de jugador. Fueron 21 años y 5 días de magia, desde el 20 de octubre del ‘76, cuando con tantos rulos como ilusiones, apareció con la camiseta 15 de Argentinos Juniors para el debut que millones dicen haber presenciado en el viejo estadio de La Paternal que ahora lleva su nombre. La versión ‘97 lo mostraba sin chispa, apagado, lejos de todos los Maradona que supo construir. Sonaron las campañas de la despedida. Cerró la puerta del jugador y abrió la de la leyenda eterna.