¿Es verdad que lo que le pasa a un bebé en las primeras semanas o meses de la vida es tan importante? ¿Qué pasa si la madre se deprime y no lo puede atender?
El psicoanalista austríaco René Spitz demostró en 1945 que no era suficiente que un niño pequeño tuviera sus necesidades físicas cubiertas –alimentación, cuidados o higiene– para que se desarrollara con normalidad.
Por Clarín
En ese momento afirmó: “Cuando los niños son acogidos por hogares institucionales, a los pocos días manifiestan llanto y, luego, caen en un estado de apatía y depresión, muy similar a la depresión adulta. Por su sola presencia, la madre actúa como estímulo para las respuestas del niño. El placer del bebé se acrecienta cuando ella participa de sus regocijos”.
En 1992 neurólogos norteamericanos descubrieron que los bebés que tenían figuras de apego sólidas desde su nacimiento, desarrollaban sus redes neuronales de manera más consistente que los niños que fueron abandonados o vivían en instituciones que atendían sus cuerpos pero no sus afectos.
En el libro Una base segura. Aplicaciones clínicas de una teoría de apego, John Bowlby decía que son la estabilidad y la previsibilidad de los vínculos maternos los que le permiten al niño en crecimiento sentir que tiene una base segura de sostén.
A su vez, le permitirá confiar primero en quienes lo cuidan y después en él mismo. Es lo que lo dejará comenzar a explorar el mundo, separarse progresivamente y desarrollar su propia identidad.