En tiempos en los que los niños pequeños ya registran que no está bien hablar del cuerpo ajeno, el acoso escolar aún es noticia y muchos menores lo sufren a diario. Cómo advertirlo si la víctima no habla de lo que le pasa. Qué deben hacer padres y docentes
Los Estados Miembros de la Unesco designaron el primer jueves de noviembre de cada año como Día Internacional contra la Violencia y el Acoso en la Escuela, incluido el Ciberacoso, reconociendo de este modo que la violencia en el entorno escolar bajo todas sus formas atenta contra los derechos de los niños y los adolescentes, la salud y el bienestar.
Por Infobae
La fecha se conmemora hoy, y bien vale de excusa para hablar de un fenómeno que es más frecuente de lo que se cree y que sufren a diario miles de niños y adolescentes. Para empezar, conviene dejar en claro de qué hablamos cuando hablamos de bullying o acoso escolar.
“Brevemente, es el acoso físico, verbal o social que uno o varios estudiantes realizan a uno o varios compañeros. También podemos hablar de ciberbullying cuando este hostigamiento se hace a través de Internet, redes sociales, apps, etc”. Alejandro Castro Santander es escritor, investigador y psicopedagogo institucional, y consultado por Infobae señaló que “en general se suma al desconocimiento del fenómeno la gran difusión de los últimos años focalizada en el acoso entre escolares, cuando existen otras situaciones más frecuentes, como conflictos, indisciplinas y violencias esporádicas, las que también distorsionan el clima escolar”.
Para la licenciada en Psicopedagogía María Zysman, “el bullying es una forma de violencia que puede darse entre niñas, niños y adolescentes y que consiste en la búsqueda intencional, deliberada y reiterada de hacer sentir al otro humillado. Para que ese otro se sienta humillado tiene que haber espectadores que apoyen a quien lo hace y no protejan o no salven a quien es puesto en ese lugar”.
La fundadora de Libres de Bullying, enfatizó: “Para conseguir esa estructura de humillación, quien hace bullying va a recurrir a todo lo que pueda con tal de hacer sentir a quien es victimizado que no vale, o que vale menos y que se debería ir”.
Consultado sobre si así como existe violencia física, verbal, psicológica, por ejemplo, en el ámbito de una pareja, ocurre lo mismo en el ámbito escolar, el doctor en Psicología y docente Flavio Calvo (MN 66.869) precisó que “en el ámbito escolar se dan distintos tipos de violencia, y esta también varía dependiendo la edad”.
Y siguió: “Cuando los niños son más pequeños tienen menos desarrollada la capacidad de lenguaje, por lo que suelen ocurrir más casos de violencia física, en tanto a medida que crecen y sobre todo en la adolescencia se observa más violencia verbal y psicológica, como por ejemplo la exclusión”.
“Cambiando el ámbito (escolar) y los involucrados (estudiantes), cuando hablamos de violencia, nos referimos a dominio-sumisión, abuso de poder, daño reiterado en el caso del acoso -aportó Castro Santander-. Las grandes diferencias ocurren en relación a las edades, pero el fenómeno es similar. Podríamos utilizar para esta comparación el fenómeno de violencia que llamamos mobbing o acoso laboral, que en los ámbitos de la salud y la educación son cada vez más frecuentes entre los adultos”.
Al respecto, Zysman sumó: “El bullying incluye agresiones físicas, verbales, simbólicas, muchas veces son gestos o miradas; todo aquello que hace al otro sentirse menos y que va estructurando un vínculo basado en el desequilibrio de poder. Ese desequilibrio muchas veces es percibido por los mismos niños, pero no es algo que necesariamente se vea desde afuera”.
Y tras asegurar que “el bullying se puede dar en cualquier contexto en el cual los chicos tienen que convivir”, la psicopedagoga sostuvo que “el lugar por excelencia en el que se sostiene es la escuela, pero si los chicos van con cierta frecuencia a un club, un instituto de idiomas, un centro religioso y tienen que convivir puede darse la misma estructura, por eso no se habla sólo de acoso escolar sino de bullying”.
– ¿Cuál es el límite entre el chiste o la burla y el acoso escolar?
– Castro Santander: El límite es el daño que puede producir algo que el autor considera divertido pero el destinatario sufre como un insulto. Siente vergüenza si es en público y finalmente daña su autoestima. Reiterado es acoso verbal y lo encontramos desde los primeros años del nivel primario. Somos los adultos que, con nuestra forma de comunicarnos, de dirimir diferencias, utilizamos chistes, bromas, ironías de forma agresiva.
Como dice una actual película para prevenir el bullying: “Si nos reímos, nos reímos todos”, de lo contrario produce dolor, soledad y rompe con el sentido de pertenencia.
– Zysman: El chiste es compartido y en general busca hacer reír a todos, y la burla es algo que se dice o se hace buscando que el otro pase vergüenza y quede expuesto. Siempre el límite está en el sufrimiento del otro y lo que es difícil de explicar es que lo que a uno no le duele a otro tal vez sí, entonces no se puede medir con un termómetro o una escala del dolor para ver qué cosas pueden hacer sufrir. Simplemente cuando se registra que el otro está sufriendo debería cesar cualquier intento de risa y ahí está la línea sutil.
Si uno conecta con el estado emocional de los que tiene cerca se percibe cuando alguien no la está pasando bien, cuando alguien se ríe de manera forzada para disimular una emoción y ahí como adulto hay que tener una actitud muy clara con respecto a esa valorización, esa burla o humillación.
– Calvo: El límite entre un chiste, un apodo y la burla en sí, está relacionado con cómo siente ese sobrenombre burla o chiste quien lo recibe. Si se dice algo y ambas personas pueden reírse juntas es una broma, pero cuando frente a una supuesta broma uno de los participante sufre ya pasó una barrera.
Señales de alarma y qué deben hacer los adultos ante un caso de bullying
Castro Santander es director del Observatorio de la Convivencia Escolar (Universidad Católica de Cuyo) y en el marco de las actividades que se realizan hoy presenta en la Cámara de Diputados la Alianza Anti bullying Argentina (AAB), una coalición de organizaciones con el objetivo de trazar metas de trabajo para la prevención de la violencia en las escuelas, y consultado respecto a las manifestaciones a las que padres y docentes deben estar alerta si la víctima no cuenta lo que le pasa aseguró que “se sabe por la investigación, que casi un 40% de los estudiantes que sufren de violencia en la escuela no lo comunican”. “Lo que encontramos es que se comparte más con los adultos (padres y docentes) en los primeros años del nivel primario y va descendiendo en la pubertad y la adolescencia -señaló-. Ya en los últimos años del secundario el adulto casi desaparece en la intención de comunicar el maltrato”.
En ese sentido, sabiendo que el acoso entre escolares es muy silencioso, ya que reina también la “Ley del silencio” entre ellos, para el especialista “es muy necesaria una formación específica a directivos y docentes en gestión del clima social, en qué ver y hacer sobre la convivencia, no sólo de los estudiantes, sino de todos los involucrados directa o indirectamente en la vida de las escuelas. Hoy se hace muy necesario un Programa Integral de Convivencia en cada escuela, construido con mucha responsabilidad por todos los que integran cada comunidad educativa”.
“Hay signos que pueden responder a estar siendo victimizado en la escuela -apuntó Zysman-. Lo cierto es que cualquier chico o chica que cambia sus hábitos, su conducta al comer, dormir, mirar a los demás, estar atento o pendiente de sus dispositivos algo está expresando. Puede ser que tenga que ver con el bullying o no. En muchas situaciones los chicos que están siendo victimizados se quejan de la escuela, están irritables, muy reactivos o duermen de más; todo eso nos tiene que alertar para acercarnos a hablar”.
Con ella coincidió Calvo, para quien “cuando un niño o adolescente sufre de bullying suele dar ciertas señales de alarma, se evidencia de varias maneras su falta de deseo de participar del ámbito escolar. Esta falta de deseo es mucho más visible que un simple ‘no quiero ir a la escuela’, sino que a la hora de tener que ir surgen dolores físicos de estómago, de cabeza, molestias”. Además, “puede haber disminución del rendimiento escolar, ya que en el aula se encuentra continuamente en estado de alerta frente a los compañeros. No hay interés de participar en actividades sociales. A esto se puede sumar falta de sueño, apetito, depresiones o una ansiedad muy desarrollada”.
Sin embargo, la psicopedagoga aclaró que “estos no son signos que sí o sí responden a una situación de victimización; podrían manifestarlos aquellos que son espectadores de una situación de bullying y que eso cambie también un poco su manera de referirse a los demás o sus ganas o no ganas de ir a la escuela”.
Respecto al rol de los adultos ante este tipo de situaciones, Castro Santander sostuvo que “la convivencia familiar es para los niños y niñas un aprendizaje que utilizarán al encontrarse con otros en distintos ámbitos. La escuela es un espacio privilegiado para vincularse y recrear lo aprendido en casa, pero también para aprender sobre la buena convivencia o la violencia junto a otros. Por eso, tanto la casa como la escuela deben ser muy cuidadosos en la forma en que se vinculan y cuáles son los mensajes que dan”.
Pero más allá de las buenas “enseñanzas familiares”, un niño puede sufrir la violencia y el acoso de un compañero o compañeros, por lo que para él “es fundamental que la escuela no sólo cuente con normas pertinentes de disciplina y convivencia, sino también con acciones de prevención e intervención sobre las interrelaciones”.
Con ella coincidió Calvo, para quien “cuando un niño o adolescente sufre de bullying suele dar ciertas señales de alarma, se evidencia de varias maneras su falta de deseo de participar del ámbito escolar. Esta falta de deseo es mucho más visible que un simple ‘no quiero ir a la escuela’, sino que a la hora de tener que ir surgen dolores físicos de estómago, de cabeza, molestias”. Además, “puede haber disminución del rendimiento escolar, ya que en el aula se encuentra continuamente en estado de alerta frente a los compañeros. No hay interés de participar en actividades sociales. A esto se puede sumar falta de sueño, apetito, depresiones o una ansiedad muy desarrollada”.
Sin embargo, la psicopedagoga aclaró que “estos no son signos que sí o sí responden a una situación de victimización; podrían manifestarlos aquellos que son espectadores de una situación de bullying y que eso cambie también un poco su manera de referirse a los demás o sus ganas o no ganas de ir a la escuela”.
Respecto al rol de los adultos ante este tipo de situaciones, Castro Santander sostuvo que “la convivencia familiar es para los niños y niñas un aprendizaje que utilizarán al encontrarse con otros en distintos ámbitos. La escuela es un espacio privilegiado para vincularse y recrear lo aprendido en casa, pero también para aprender sobre la buena convivencia o la violencia junto a otros. Por eso, tanto la casa como la escuela deben ser muy cuidadosos en la forma en que se vinculan y cuáles son los mensajes que dan”.
Pero más allá de las buenas “enseñanzas familiares”, un niño puede sufrir la violencia y el acoso de un compañero o compañeros, por lo que para él “es fundamental que la escuela no sólo cuente con normas pertinentes de disciplina y convivencia, sino también con acciones de prevención e intervención sobre las interrelaciones”.
Igualmente, para él, “lo mejor es no esperar a que se detecten esas situaciones”. “La mejor manera de evitar el bullying es la prevención y la promoción de conductas saludables -opinó-. Las escuelas que trabajan en prevención y en promoción de habilidades sociales y comunicación no suelen tener casos de bullying. Es importante también el rol que ocupan los testigos en estas situaciones, que son quienes más posibilidades tienen de hablar de situaciones de violencia que observan. Es ahí donde los padres pueden escuchar y acercarse al colegio a plantear temas que hacen a la comprensión y diálogo de todos”.
Aprovechar el cambio de época para avanzar sobre el bullying
De un tiempo a esta parte, cada vez se sabe y se hace más consciente la idea de que, por ejemplo, de los cuerpos ajenos no se debe hablar u opinar. En ese sentido, Infobae quiso saber si es posible aprovechar el cambio de época para dar un paso más en la lucha contra el acoso escolar, y de qué manera hacerlo.
“La investigación nos sigue mostrando que una de las formas más frecuentes de hostigamiento entre los estudiantes está referida al aspecto físico, aunque esto no sea evidente, ya que muchas veces utilizar el pelo, el peso, los anteojos, la forma de vestirse, es sólo una justificación para discriminar y excluir”, comenzó a analizar en este sentido Castro Santander. “También ser ‘linda’ o ‘estudioso’ es un argumento de aquel o aquellos que acosan -destacó-. Una vez más somos los adultos los que podemos (en casa, a través de los medios de comunicación, en las conversaciones cotidianas, aunque parezcan inofensivas o naturales), dar mensajes de desprecio, rechazo, odio, burla o miedo al otro. Los chicos lo ven, aprenden y lo pueden utilizar en la escuela con sus compañeros, o con los docentes”.
Para Zysman, “hay un cambio de época pero aún hay poca información respecto a qué hacer o de quién es la responsabilidad”. “No se trata ni de que los chicos se arreglen solos porque tienen que aprender ni que tengamos que intervenir en todas las situaciones, pero sí tener una posición ética como adultos respecto de hasta dónde avanzar, o cómo miramos al otro o cómo lo recibimos cuando llega”, destacó.
Y “si bien cuando se habla de bullying se habla de chicos”, para ella “si se habla de humillación puede buscarse el modelo que humilla en cada uno de nosotros”. “Un objetivo como adultos puede ser que cada uno identifique conductas propias que son pequeñas humillaciones cotidianas, tales como cómo miramos al vecino, al empleado, al jefe, al colega y cómo nos referimos a ellos, porque eso va modelando una cultura de la humillación o todo lo contrario”, sostuvo la especialista, para quien “hay un cambio de época y que hay que aprovecharlo”.
“Hay que tomar muchos emergentes que hay en todas partes como para sacar el tema; no para hablar de bullying solamente si nuestro hijo la está pasando mal sino para construir niños, niñas y adolescentes que miren al otro como un semejante que puede ser diverso, pensar completamente diferente a como lo hace uno y que el desafío está en poder convivir con eso”, concluyó.