Setenta y dos años atrás, Venezuela supo de un inmenso rebulicio político: se habían “echado” al presidente de la Junta Militar de Gobierno. Es nuestra impresión, por un largo tiempo Carlos Delgado-Chalbaud Gómez fue visto como un mártir de las fuerzas del obscurantismo, las del comunismo al asociarse a la era de la guerra fría que apenas comenzaba, y las de la barbarie al remitirnos a su victimario, Rafael Simón Urbina, el anacrónico caudillo rural que había ultimado a un culto ingeniero formado en el exterior y, a la vez, refinado militar.
Transcurrido el tiempo, empinándose, se impuso la figura de Marcos Pérez Jiménez, un militar eficaz que, en los términos más recientes, sería el incansable desarrollista que supo ocupar a los tecnócratas de entonces. Vale decir, la versión actualizada de su antecesor y compañero de armas de quien se sirvió propagandísticamente, superada la intrascendente coyuntura de Germán Suárez Flamerich.
El hijo que llegó más lejos que su padre, Román Delgado Chalbaud, reivindicándolo, pero, ahora, es parte del olvido, por lo demás, lógico: no cabe en las aulas escolares, la clase política venezolana suele ser inculta, y ¿para qué recordarlo, cuáles lecciones históricas puede dar su caso, qué objeto tiene? Quizá únicamente se ocuparán de él, si no lo han hecho ya, como ocurrió con Joaquín Crespo, los impunes profanadores que dominan el Cementerio General del Sur, o los que buscan las piezas de mármol, como antes lo hicieron con las del aluminio urbano, para la reventa. Sin embargo, es necesario retomarlo, porque hemos dejado en el total abandono la historia venezolana y la enorme riqueza de los éxitos, fracasos y contradicciones que tejen incansablemente la nacionalidad.
Faltando las libertades culturales indispensables, ya nadie versiona a Carlos Delgado como lo hizo Raúl Amundaray, acartonándolo al extremo en términos morales o moralistas, aunque el actor un estupendo trabajo dramático. Quebrada la industria editorial, apenas sobreviven títulos biográficos, como los de Ocarina Castillo, en versiones corta y larga, o novelas como la de Federico Vegas: no hay incentivos para que la academia siga escudriñando a fondo al protagonista histórico y su época, ya que las universidades ni espacios digitales tienen disponibles, escaseando la investigación.
Un 13 de noviembre se llevaron por el medio a Delgado, así como éste lo hizo un 24 de 1948 con el primer y efectivo ensayo democrático-representativo del país, pero ahora lo único que se recordará será el 27, el día de la segunda gran traición antidemocrática de 1992. Así queda el almanaque oficial y oficioso venezolano, apesadumbrándonos.