El melodrama se pensó como una propuesta que convirtiera al protagonista de Thelma y Louise en una super estrella y logró su objetivo. Su compañera, Julia Ormond, podría haber seguido el mismo camino pero eligió otro
Platón escribió en el Banquete, quizás una de sus obras más conocidas, que si “hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza”. El filósofo griego no solo se refería a aquello que nos provoca un placer sensual sino a todo lo que nos causa aprobación o admiración, lo que nos fascina y agrada en cualquier de sus formas. No sabemos si los productores de Leyendas de pasión leyeron a Platón pero sin duda tenían muy claro el concepto de belleza cuando convocaron a Brad Pitt para meterse en la piel de Tristan.
Por Infobae
Filmar la película no fue una idea que surgió “de un día para otro” ni un proyecto hecho a las apuradas. En 1979 el escritor Jim Harrison publicó la novela Legends of the Fall, al leerla Edward Zwick director, guionista y productor estadounidense pensó que sería una maravillosa historia para adaptar a la pantalla grande. Ningún estudio se entusiasmó con su entusiasmo. Recién en 1993 y luego que Zwick mostrara su talento dirigiendo ese épico relato sobre la Guerra de Secesión que fue Tiempos de Gloria, Tristar Pictures decidió financiar su proyecto.
Leyendas de pasión parecía tener todo para captar al público de los 90 sobre todo al femenino. Un melodrama auténtico, con violencia, enfrentamientos, sentimientos exaltados y escasa profundización en los personajes o giros en el guion. Una de esas historias pensadas para pasar un buen momento y que aunque no son inolvidables logran que por un rato nos olvidemos de facturas impagas, problemas con el tráfico y si nos vamos o no de vacaciones.
Como se trataba de un melodrama y no una película de acción con tiros y mucha testosterona se pensó que los indicados para protagonizarla eran Tom Cruise y Sean Connery, pero ambos rechazaron la propuesta. El siguiente para ocupar el rol de Tristan fue Johnny Deep pero estaba embarcado en otros proyectos. Así fue que se lo ofrecieron a Brad Pitt.
Pitt firmó el contrato convencido de que contaría “una historia muy espiritual de amor y odio”. Sin embargo, sin querer o queriendo, la película terminó convertida en un proyecto ideado alrededor del actor. El rubio había terminado de filmar de Entrevista con el vampiro, y venía de cosechar tanta atención como suspiros en Thelma & Louise, Johnny Suede, El río de la vida y Kalifornia. Aunque las películas se sucedían y su nombre comenzaba a ser muy conocido, todavía faltaba el espaldarazo que lo convirtiera en el actor más popular de todo el planeta.
Consciente de sus dotes como actor pero también de su pinta innegable, Pitt aceptó lucir su melena al viento, pero no solo eso. Son llamativas la cantidad de escenas al servicio de su belleza. Cabalga sin camiseta y siempre cuando la brisa favorece más su melena; cuando doma una yegua, lejos de aparecer como un tipo sudoroso su imagen proyecta una sensualidad descarada, los primeros planos de su rostro están pensados para contemplarlo más que en función de la trama. Pitt no solo aceptó dejarse el pelo largo también usó el mismo sombrero con el que había aparecido en Thelma y Louise y que tantas alegrías le/nos trajo.
Para destacar más su pinta, los productores eligieron secundarlo con un grupo de actores con bellezas humanas y no sobrenaturales. Anthony Hopkins ya estaba entrado en años. Aidan Quinn detentaba una pinta discreta y a Henry Thomas era imposible no recordarlo como a Elliot en ET.
Pitt era consciente del doble juego que se le proponía: entrar al Olimpo de Hollywood aprovechando su belleza de dios. De ese empeño por conseguir llegar a lo más alto de Hollywood respetando su juego, Julia Ormond, su compañera de reparto, recordaría: “Era fascinante ver cómo, en su interior, Brad era un actor de personaje que se resistía a eso de tener que aparecer sin camiseta, pero al mismo tiempo entendía qué es lo que querían de él. También es lo bastante listo como para saber quién es y sentirse cómodo en ese papel”.
Si los protagonistas masculinos no debían opacar a Pitt con su belleza, la protagonista femenina no debía opacarlo con su rol. Buscaron una actriz no muy conocida, Gwyneth Paltrow era una opción pero fue descartada. Alguien propuso el nombre de Julia Ormond, una actriz inglesa. La convocaron.
El día del casting los sorprendió porque no era muy alta ni se imponía con su presencia. Sin embargo, alcanzó con una prueba de cámara para comprender que era la indicada. La inglesa transmitía esa mezcla de feminidad con bravura que buscaban. Podía interpretar a la perfección a esa muchacha que protagonizaba un triángulo amoroso tan fascinante como culposo.
A la película se le destinaron 30 millones de dólares de presupuesto. Aunque la historia transcurría en Montana decidieron rodarla en Alberta, en Canadá. Los paisajes canadienses lograron transmitir esa mezcla de naturaleza virgen, indómita y fascinante que requería la historia. La fotografía fue tan buena que su director John Toll se llevaría el Oscar en ese rubro.
Lo que pocos sabían es que el lugar elegido resultó un problema. Les habían asegurado que era una zona donde las lluvias no eran frecuentes lo que garantizaba muchos días de trabajo al aire libre. Sin embargo, algo falló y ese año llovió por encima de la media, lo que dificultó el rodaje y atrasó todas las escenas.
En medio del tedio por las escenas suspendidas por el mal tiempo surgió una inusual animadora: Julia. La actriz adoraba cantar y lo hacía muy pero muy bien. Les contó a todos que cuando comenzó a actuar protagonizó varias comedias musicales, además como había dejado de fumar hacia poco había recuperado su voz. En las pausas obligadas, cantaba y todos terminaban aplaudiéndola. Tanto que más de una vez agradecieron que lloviera solo para escucharla cantar.
Cuando la actriz no cantaba o actuaba aprovechaba para hacer gimnasia y beber mucho yogur, algo que asombraba a todos los miembros del equipo más acostumbrados a beber gaseosas o café. Cuando le preguntaban a Ormond por qué se ejercitaba tanto contaba que había estudiado tres años en la Webber Douglas Academy en Londres y aseguraba sonriendo que “con el entrenamiento que hice hasta podría convertirme en atleta”.
Como Susannah, Julia debía impactar no solo a Samuel (Henry Thomas) su prometido, también al indómito Tristan y al sensato Alfred (Aidan Quinn). Para lograr esa atracción inmanejable, se les ordenó a Pitt y Ormond que compartieran la misma casa durante todo el rodaje. “Le añadió carga a la tensión sexual, solo diré eso”, contó Pitt pero como todo caballero no explicó más.
El ex marido de Angelina Jolie siempre se mostró muy respetuoso de Ormond. “Existió mucho cuidado entre nosotros. Antes de nuestras escenas íntimas nos preguntábamos si había algo que no se debía hacer. ‘Si me tocas vas a tener problemas’, le advertí” contaba Julia en una entrevista, para luego lanzar una carcajada cómplice.
Los rumores de romance entre ambos protagonistas comenzaron a arreciar. Se decía que una vez que dejaban de grabar y todos los técnicos se retiraban, ellos se quedaban a consumar lo que no indicaba el guion. Si hubo o no algo entre ambos, quedó para siempre guardado. Ellos no lo confirmaron ni lo desmintieron.
Cuando la película se estrenó, las críticas destacaron las actuaciones de Brad Pitt, Anthony Hopkins y Julia Ormond pero enfatizaron lo sencillo de la trama. El título tampoco era muy atrapante. Sí destacaban la banda sonora de la película realizada por James Horner que acompañaba sin opacar.
La película sí lanzó a la megafama a Brad Pitt que desde entonces habita el Olimpo de los dioses humanos hollywoodenses. Distinto pero no menos interesante fue el camino de Ormond. Después de Leyendas filmó El primer caballero con Sean Connery y Richard Gere y luego Sabrina con Harrison Ford. Sin embargo, su estrella se fue diluyendo, tanto que los que la descubrimos como Marie Calvet, la antipática suegra de Don Draper en Mad Men tuvimos que chequear si era o no era ella.
Investigando un poco supimos que luego de ser comparada y perder con Audrey Hepburn por su papel en Sabrina -quién no perdería ante la Hepburn se preguntará el lector- y de protagonizar esos dos fracasos de taquilla que fueron Smila, misterio en la nieve y El barbero de Siberia, la actriz decidió alejarse de los grandes proyectos y trabajar en películas independientes. Su decisión también fue producto porque los que muchos viven sueño ella sentía pesadilla: las alfombras rojas. “Fui la típica niña que odiaba ponerse el vestido de los domingos para ir a la iglesia. Rara vez llevo vestidos, pero entendí que los photocalls formaban parte de mi trabajo”, confesó sin culpa.
Aunque se alejó del glamour no lo hizo del compromiso. Aprovechó su fama para dar voz a diferentes causas, como la lucha contra la trata de personas o los derechos humanos. Es fundadora de una ONG llamada ASSET Campaign, que trabaja precisamente para garantizar el cumplimiento de estos derechos. En 1996 produjo Calling the Ghosts, un documental en el que denunciaba cómo las mujeres musulmanas fueron torturadas durante la guerra de Yugoslavia.
Una de las frases de la película aseguraba que “algunas personas oyen su voz interior y viven solo de lo que escuchan. Esas personas se vuelven locas o se convierten en leyenda.”. Ya sea convertido en superestrella de Hollywood como Pitt o en mujer comprometida como Ormond, no se puede negar que ambos escucharon su voz interior. Queda a criterio del lector considerarlos leyendas o no.