No hubo “ola roja”. Fue empate. Pero el congreso fraccionado en dos y la grieta que se profundiza en todo el país, van a complicarle la segunda parte de su mandato a un presidente del que no se sabe si podrá presentarse a una reelección. La Era de la Incertidumbre se instala a pleno en Estados Unidos.
Por infobae.com
La tan mentada “ola roja” republicana que se iba a producir en las elecciones de medio término de la semana pasada en Estados Unidos, según Donald Trump y sus acólitos, nunca sobrevino. En cambio, hubo un empate que tuvo sabor a triunfo para los demócratas. El oficialismo retuvo el control del Senado y la oposición obtuvo el de la Cámara de Representantes. Un equilibrio de poder muy tradicional en Washington pero que en los últimos años se tradujo en parálisis y disputas. Un clima que erosiona al sistema democrático y que coloca una nube de sombra sobre los próximos dos años de gobierno de Joe Biden.
El otro elemento preocupante es que Donald Trump ya lanzó su candidatura presidencial para 2024 a pesar de una creciente oposición a su desgastada figura dentro del aparato que controla el Partido Republicano y la aparición de una figura aún más radicalizada, pero con mejores modales, como la del reelegido gobernador de Florida, Ron De Santis. Habrá puja interna por la candidatura que, inevitablemente, llevará a un quiebre entre los trumpistas que buscan un personaje algo más estable para la Casa Blanca.
En el Congreso, con el Senado en manos de los demócratas y la Cámara de Representantes en las de los republicanos, lo más probable es que se vuelva a la parálisis y a las disputas que definieron a un gobierno federal dividido en los últimos años. Ninguno de los dos partidos tendrá los votos necesarios para aprobar leyes importantes. Los demócratas probablemente se verán obligados a dejar de lado el resto de su ambiciosa agenda, como la protección del derecho al aborto en los estados que no lo quieren reconocer y la ampliación de los créditos fiscales para las familias con hijos.
Los republicanos van a estar en posición de sacar a relucir su vieja estrategia: obligar a una reducción extrema del gasto público, argumentando que la deuda y los déficits están fuera de control. En la década de 2010, los republicanos utilizaron estas amenazas para bloquear los proyectos de ley de gasto y dificultar la ejecución de la agenda presidencial de Barack Obama, sin importarles si provocaban el cierre de oficinas del gobierno o dejaban a miles sin trabajo. Algo que no hicieron cuando Donald Trump estuvo en la Casa Blanca. En ese período, los legisladores republicanos aprobaron presupuestos y medidas fiscales que elevaron la deuda y el déficit a “nuevos máximos”. Trump ya presionó, en los últimos dos años, a los legisladores de su partido para que utilicen estas tácticas con el objetivo de obtener concesiones de los demócratas. Las peleas por el gasto público serán la marca legislativa de estos próximos dos años.
Una de las principales responsabilidades del Congreso es asignar fondos para los servicios y programas del gobierno federal, como la Seguridad Social, las fuerzas armadas y la investigación científica. Como el gobierno suele gastar más de lo que ingresa, el Congreso también tiene que aumentar el tope establecido por los legisladores, lo que limita la capacidad del gobierno federal para pedir préstamos. Ambas cámaras del Congreso tienen que aprobar las asignaciones de fondos y los aumentos del límite de la deuda. El representante Kevin McCarthy, que esta semana obtuvo el apoyo de su partido para convertirse en el próximo presidente de la Cámara de Representantes, ya dijo que su bancada no está dispuesta a hacerlo: “Les proporcionaremos más dinero, pero tienen que cambiar su comportamiento actual”, dijo. “No vamos a seguir elevando el límite de su tarjeta de crédito”.
Esto llevaría directamente al cierre de algunos organismos estatales como los parques nacionales y las inspecciones medioambientales o alimentarias. También los de control del Estado y las oficinas administrativas de las Secretarías (ministerios). Ya ocurrió en 2013 y dos veces en 2018. La consecuencia inmediata es que cientos de miles de trabajadores de las agencias afectadas dejan de cobrar su salario.
Pero hay otra consecuencia aún más grave. Al no elevarse el límite de la deuda, el gobierno podría incumplir con el pago de los bonos del Tesoro. Algo impensable, pero posible en este clima de confrontación. “Eso destruiría la confianza que sustenta el valor de los bonos del Tesoro, provocando el colapso de la inversión, antes libre de riesgo, y llevándose consigo gran parte del sistema financiero”, explicó un especialista del Departamento del Tesoro al New York Times.
Los demócratas tienen una ventana hasta enero, que es cuando asumen los nuevos legisladores, para intentar aprobar un proyecto de ley de gastos o aumentar el límite de la deuda. Algunos analistas de Washington relativizan estas consecuencias. Creen que la mayoría de los republicanos en la cámara baja es escasa y que eso podría llevar a algunos moderados de ese partido a no querer asumir los costos de las peleas internas y con el gobierno. La Casa Blanca sigue teniendo mucho poder para favorecer o no a los pequeños distritos que estos republicanos representan. En fin, el juego de poder tradicional de Washington y tantas otras capitales del mundo.
Por encima de todo esto se proyecta la sombra de Donald Trump que lanza desde su club/mansión de Mar-a-Lago. Aunque ya no tiene el aura que mantenía entre sus seguidores. Algunos de sus principales promotores se le están yendo. Es el caso de Rupert Murdoch, el magnate dueño de un imperio de medios. Sus plataformas Fox News y el New York Post, que hasta hace unos días respaldaban a Trump y sus falsas afirmaciones hasta las últimas consecuencias, dieron un giro de casi ciento ochenta grados. “La negación de las elecciones, como acaban de demostrar los resultados de mitad de mandato, no es un ganador político”, escribe Susan B. Glasser en The Newyorker. “El imperio mediático de Murdoch está embarcado en una notable campaña de ‘te lo dijimos´ que golpea a Trump”.
El ex presidente no se inmutó y el martes, bastante después de la hora de la cena, anunció su esperada postulación para 2024 con un discurso muy tradicional de él lleno de ira, agravios, mentiras y la tremenda fanfarronería que le caracteriza. Habló de los migrantes delincuentes que asaltan la frontera, los cobardes países extranjeros que nos estafan, la epidemia de drogas y crimen en “las calles ensangrentadas de nuestras otrora grandes ciudades”. Por supuesto, de acuerdo a su relato, bajo su tutela fueron cuatro años de de los mejores de la historia del país que ahora se fueron por la borda con Biden. Incluso, calificó al período actual como “una pausa” que él se tomó -de ninguna manera perdió las elecciones- para descansar en la Florida antes de volver a la lucha en Washington.
Pero ya no es lo mismo. Se le acabó el crédito de su amigo Murdoch que tanto hizo para sostenerlo. Cuando estaba por lanzar alguna diatriba contra la política internacional recordando a su enemiga Angela Merkel, la cadena Fox interrumpió la transmisión en vivo y su amigo -otro caído en desgracia-, el presentador Sean Hannity, tuvo que continuar el programa sin poder batir el parche trumpista como lo hizo sin excepciones en los últimos seis o siete años. Al mismo tiempo, en la CNN aparecía su ex vicepresidente, Mike Pence, que está promocionando un nuevo libro de memorias en los que destruye los argumentos de Trump y lo coloca en el centro de la escena del asalto al Capitolio y el intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2020.
Poco después, en la misma cadena de noticias, el senador socialdemócrata por Vermont, Bernie Sanders, decía una de esas cosas que todos los demócratas y republicanos moderados estaban pensando, pero no lograban articular: “Como estadounidense, otra campaña de Trump y todas sus mentiras y divisiones y sus esfuerzos por socavar la democracia estadounidense es un espectáculo de horror absoluto que no quisiera volver a ver . . . Por otro lado, tengo que decir que como político que quiere que ningún republicano sea elegido para la Casa Blanca en 2024, desde esa perspectiva, su candidatura es probablemente algo bueno.”
Con este panorama y un presidente que por su edad no se sabe si podrá presentarse a la reelección, la Era de la Incertidumbre se instala a pleno en Estados Unidos.