Hoy se cumplen 31 años de la muerte de Freddie Mercury. ¿Cómo sería Freddie hoy? Alguien podría decir que esa respuesta es fácil y proponer que se utilice como parámetro la actualidad de Roger Taylor y de Brian May, dos de su compañeros de Queen. Es decir, siguiendo esa comparación se mantendría bastante parecido.
Por Infobae
Con los lógicos años acumulados pero con una fisonomía muy similar a la de los tiempos de apogeo, gracias a los cuidados y la vida despreocupada. Otros podrían afirmar que parecería un amable jubilado preocupado por entretener a sus nietos como John Deacon, el esquivo bajista de Queen. Pero unos y otros estarían equivocados al no tener en cuenta una cuestión esencial: Freddie Mercury era muy diferente al resto. Lo que aplica a los demás no lo hace con él.
Su imagen quedó cristalizada al menos 35 años atrás. El Freddie Mercury que quedó cincelado en el imaginario colectivo es el de sus últimos años de apogeo con Queen, el cantante y showman que deslumbraba al mundo, el del Live Aid, las giras globales, el monstruo que llenaba el escenario, el que hacía que estadios enteros centraran su vista en él sin necesidad de parafernalia ni fuegos artificiales. Sólo con carisma, una voz que la ciencia se encargó de explicar, entrega y un manejo escénico descomunal.
En sus años más musculosos, en aquellos en que la chispa creativa de Freddie y de todo el grupo era más brillante, ni Queen ni su cantante recibieron el favor de la crítica especializada. Había algo en su teatralidad, en la combinación de potencia y exhibición, en el éxito y el riesgo que no los terminaba de acomodar en ninguno de los casilleros disponibles.
La vida de Freddie Mercury tuvo, en muy pocas décadas, de todo. Éxito, drama, amor, polémicas, sufrimiento y una muerta lenta, secreta y atroz.
El 5 de septiembre de 1946 Farrokh Bulsara nació en Zanzíbar que en ese momento era un protectorado británico y ahora es territorio de Tanzania. La familia vivió unos años en Inglaterra, otros en India hasta que regresaron a Zanzíbar. Farrokh tocaba el piano y en la escuela sus maestros reconocían su vocación.
La madre le pedía que se escondiera, que entrara por la puerta de atrás: las visitas no tenían que verlo. Unos años después, el planeta entero lo miraba y millones lo imitaban. Y la madre empezó a contarles a todos los vecinos que ese era su hijo. Él no había cambiado demasiado. La personalidad exuberante, las uñas pintadas, los atuendos estrafalarios, la vocación por hacerse notar. Los que habían cambiado eran los otros.
En 1964 una revolución en la inestable Zanzíbar hizo que los Bulsara emigraran definitivamente. Se radicaron en Londres. Allí Farrokh se convirtió en Freddie. Estudió artes y diseño gráfico y buscó bandas y lugares en los que desarrollar su vocación musical.
Hacía covers de canciones de Cliff Richards e integró Ibex, una banda que quería emular a Cream. Su compañero de habitación era Tim Staffel. Era el cantante y bajista de otra banda, Smile.
Freddie iba a ver los shows, se sabía las canciones. Le gustaban esa mezcla de potencia y ductilidad del guitarrista y la precisión del baterista. Después de algunos acercamientos fallidos con productores discográficos para grabar el primer álbum de la banda, Staffel se cansó y renunció. Los demás, a pesar de que todavía no habían tenido demasiada suerte todavía, creían que tenían tiempo. El guitarrista, Brian May, y el baterista Roger Taylor seguían adelante. Conseguir quien cantara no les resultó difícil. El reemplazante lo tenían frente a ellos. Freddie Bulsara, el compañero de cuarto de Staffell, el que veían en cada uno de sus shows y ya les había pedido una oportunidad. Freddie se moría por cantar en Smile pero Brian May se negaba. “El cantante es Tim”, repetía (años después diría: “Tim era nuestro Sting. Pero un Sting sin ego alguno”). Aunque, ante la deserción de Staffell y la evidencia de lo que Freddie podía hacer frente a un micrófono, cambió de parecer.
Con un nuevo cantante, y en busca de un bajista, la banda era otra y por lo tanto necesitaba también un nuevo nombre. Freddie fue el que hizo la propuesta. Queen, dijo. Al ver el gesto receloso de los otros, se apresuró a justificar su elección. “Es un nombre que tiene que ver con la realeza, es universal, contundente, musical, inmediato y, principalmente suena espléndido”, dijo. Roger Taylor contó que al principio creyó que era una broma, que la connotación gay era demasiado evidente. Pero Freddie expuso sus argumentos seductoramente y los convenció. Fue la primera de muchas batallas que ganaría.
Freddie se convierte en Mercury
Freddie cambió su apellido original por Mercury. Le pareció que era más acorde a una estrella. Algo que él siempre tuvo la convicción que llegaría a ser. Una compañera de estudios, Audrey Maiden, contó que a los veinte años en cada formulario que llenaba, cuando le preguntaban la profesión, Freddie escribía músico. “No importa si no es verdad todavía, muy pronto lo será”, decía él.
El 27 de junio de 1970 Queen tocó por primera vez en público. La primera canción que se escuchó, sostienen algunos de los testigos, fue Stone Cold Crazy, que recién grabaron en su tercer álbum, Sheer Heart Attack. En ese tiempo el repertorio estaba integrado por canciones de Smile, algunas propias y varios covers (en especial del rock de los primeros tiempos: Little Richard y Elvis). Freddie Mercury demostró esa noche que tenía un carisma especial. Más allá de algunos pifies técnicos y varias inconsistencias, su presencia escénica era llamativa. No había nacido para pasar inadvertido. “Fue la primera vez que cantó con nosotros. Pero parecía que había nacido sobre un escenario. Cantaba bien, claro. Pero lo sorprendente era todo lo otro. Era mucho más que un cantante. Era un performer” rememoró Roger Taylor.
Tardaron dos años en grabar su primer disco cuyo título era sólo el nombre de la banda. La tapa, toda una declaración de principios. Un seguidor iluminando a Freddie en escena, algo de humo, el gesto teatral, los brazos levantados y el micrófono de pie en una mano. Una imagen exuberante para que nadie se sorprendiera con lo que iba a encontrar. O, tal vez, una profecía de lo que sería su carrera.
El quiebre, el momento de la explosión definitiva, en el que todo tomaría otra dimensión, llegó en cinco años después del debut con el lanzamiento de Una Noche en la Ópera. El álbum fue un suceso extraordinario. Sin lugar a dudas, lo que consiguió instalar definitivamente a la banda fue Rapsodia Bohemia, un tema que representaba al grupo de una manera cabal. Ambición, ideas, exuberancia, personalidad. No aceptaron sacar el tema como single editado y acortado. Ese debía ser el sencillo de promoción y debía durar más de seis minutos. Los ejecutivos de la discográfica consideraban un suicidio editarlo. “¿Qué radio va a pasar una canción de 6 minutos?” preguntaban. La respuesta: todas y durante más de cuarenta años. Mamma ohhh ohhh, Galileo, Scaramouche, ópera, solo de guitarra imbatible, balada, historia de un asesinato, ausencia de estribillo, sobregrabaciones: una canción inmortal.
“Desde el principio fue como su pequeño bebé. Freddy siempre supo que quiso, hacia donde iba con la canción. Nosotros sólo ayudamos a llevarla a buen destino”, contó Brian May. El riff de guitarra de May también fue ideado por Freddie. En un piano le mostró lo que quería para esa sección de la canción.
En el mismo disco hay otra gran canción firmada por Freddie que tiene una historia particular. Love of my Life una balada que algunos dicen que él escribió pensando en Mary Austin, su novia eterna, y otros que está dedicada a David Minns, el entonces manager del cantante Eddie Howell. Minns fue uno de los tantos amores de Freddie. El tema, que tiene una preciosa parte de arpa por parte de Brian May, al principio pasó tan desapercibido que Queen durante las dos giras siguientes no la tocó en sus shows en vivo. Luego de un nuevo arreglo de May, en el que Freddie con el piano y él con la guitarra quedaban solos en el escenario se convirtió en una de las favoritas del público. Taylor contó asombrado como en Argentina esa fue una de las partes más emotivas de sus recitales. La canción -y su versión en vivo- ya eran conocidas porque estaba incluido en Live Killers.
Mary Austin fue su novia durante seis años. Pero la amistad entre ellos duró hasta el final. La relación está bien mostrada en Bohemian Rhapsody. A mediados de los setenta, él le confesó lo que ella ya sospechaba: su homosexualidad. El cariño, el vínculo y la amistad sobrevivió a la revelación. Freddie decía en cada oportunidad que se presentaba que Mary era su única amiga verdadera. A ella le contaba sus secretos más íntimos y era de la única persona que escuchaba consejos. Mary cuidó a Freddie a lo largo de su convalecencia final. Freddie le dejó su fortuna y confió en ella la decisión de todos sus asuntos finales (el destino de sus restos) y póstumos.
Otro de los amores de Freddie quedó, literalmente, como el villano de la película. Fue el personaje utilizado en la biopic para generar una contrafigura y un “malo”. Paul Prenter trabajaba en una radio de Belfast. Pasaba discos de soul y oldies por las noches. En 1975 conoció a Freddie Mercury. Las circunstancias del primer encuentro son difusas. Hay quienes aseguran que se conocieron en un bar, en una de las habituales incursiones nocturnas de Freddie; mientras que otros sostienen que primero se convirtió en asistente del manager de la banda y que así, trabajando, se produjo el primer acercamiento. Poco importa. Porque con el tiempo Prenter iba a ir ganado un lugar destacado en la vida de Mercury. Fue su amante, su asistente personal y luego se convirtió en manager.
Ambos tenían un cierta similitud física. Misma talla, parecido bigote, musculosas y actitud desafiante. Prenter era más castaño y con los años el deterioro del tiempo produjo más daños en él que en Freddie.
Brian May, el guitarrista de Queen, pone sobre Prenter la carga más pesada de las malas decisiones del grupo a principios de los ochenta. No es extraño, entonces, que la película centre todos los males de la banda en su persona dado el rol fundamental de May en la misma.
¿El Yoko Ono de Queen?
Muchos ven a Prenter como una especie de Yoko Ono de Queen (siempre y cuando fuera real que la artista tuvo la injerencia que la leyenda le atribuye en la separación de los Beatles).
Prenter, además de por su relación íntima con Mercury, consiguió su lugar como manager al delatar frente a los otros tres miembros del grupo que el anterior encargado de los negocios de Queen, John Reid, estaba negociando para conseguir un disco solista para Mercury. Paradójicamente, seis años después, fue Prenter el que firmó un muy beneficioso acuerdo de varios millones de dólares para la aventura solitaria de Mercury. El disco se llamó Mr. Bad Guy y no tuvo demasiada repercusión.
En mayo de 1987 Freddie Mercury ocupó la portada de los diarios sensacionalistas ingleses por varios días. Eso nunca es bueno. Prenter vendió a su viejo amigo por 32 mil libras de la época. En un cruel goteo, The Sun fue publicando las declaraciones de Prenter día a día. Primero llevó a la tapa la noticia de que dos de los amantes de Mercury habían muerto de SIDA. Al día siguiente la portada se cubrió con un textual de Prenter: “Es más fácil que Freddie camine sobre las aguas que verlo salir con mujeres”. Ese día también contó que Freddie tuvo su primera relación homosexual a los 14 años en la India mientras cursaba sus primeros años en el colegio secundario, y que en las giras Mercury continuaba de fiesta todos los días hasta las 7 de la mañana y que siempre conseguía algún hombre con quien dormir; “Odiaba dormir solo”, dijo Prenter. El tercer día fue el golpe de gracia: Título con letra catástrofe, “All the Queen’s men” (Todos los hombres de la reina) y una doble página con decenas de fotos de Mercury abrazado con distintos hombres.
Hasta ese momento no se había producido el outing de Freddie. Era un tema del que él no hablaba en público y la prensa, por lo general, tampoco lo hacía. El escándalo se esparció a una velocidad pasmosa beneficiándose de la sed de sensacionalismo del público y en la homofobia reinante.
En 1985 Freddie comenzó una relación con Jim Hutton, su última pareja. Con él , alejado definitivamente de Prenter, ya con el diagnóstico de la enfermedad (que en ese momento era una certera sentencia de muerte), Freddie se refugió en el trabajo y en su grupo. Los últimos años grabaron frenéticamente. Todos sabían que quedaba poco tiempo.
La Rolling Stone llegó a decir que Queen fue la primera banda verdaderamente fascista. Acusaban a Mercury de ser un Jagger clase B. Al público poco le importaba.
¿Cuál era el género de Queen? Incursionaron en el Heavy Metal, en el vaudeville, el pop, lo operística, la balada, el glam y una decena de estilos más. A veces intentaban hacerlo todo a la vez. Bordeaban la frontera de lo bizarro pero (casi) siempre superaban el desafío a fuerza de talento, desparpajo y una demencial confianza en sí mismos. El encanto de lo excesivo representado en la magnética figura de su cantante. Pero no sólo se trató de la inmensidad escénica de Mercury.
El público de cada uno de sus conciertos se convertía en el coro más grande del mundo. Había juego de luces, un sonido de una potencia infernal, escenografía, cambios de vestuario, diseño de escenario, lenguas de fuego. Era un espectáculo que conducía un showman único, un encantador de multitudes.
Uno de las cumbres de sus presentaciones en vivo fue la ya célebre presentación de 1985 en el Live Aid. Poco más de un cuarto de hora que subyugó y terminó de cimentar el mito. 16 horas. Dos estadios. Más de 50 súper estrellas del rock. 1.500 millones de espectadores. Cientos de millones de dólares de recaudación. Más de 150 países conectados. 16 horas de televisación ininterrumpida. Un músico alcanza la canonización. Sobresale en esa aglomeración de talentos. Es Freddie Mercury.
Bob Geldof, el organizador del evento benéfico televisado globalmente, encontró la razón que explica que Freddie haya brillado de tal manera esa tarde: “Fue el escenario perfecto para Freddie, la medida exacta para él: el mundo entero”
Hay artistas que logran que una imagen se convierte en icónica. ¿Cómo debe vestirse (o disfrazarse) quién quera imitar o emular al frontman de Queen? Las opciones son innumerables. ¿El jean celeste claro y la musculosa del Live Aid? ¿O la campera de cuero amarilla con el traje blanco con largas tiras laterales de varios colores con las botitas de boxeador? ¿O con ajustados pantalones blancos y una suntuosa capa de terciopelo? ¿O tal vez con ese vestuario con reminiscencias bondage de fines de los setenta, principios de los ochenta, con mínimos pantalones negros de cuero, con el torso desnudo y tiradores? ¿O tal vez con el catsuit de lycra negro con un escote que llegaba hasta el ombligo? Decenas de looks. Ninguno para pasar inadvertido. Originales, estentóreos, inolvidables, recordándonos siempre que él era una estrella y que todo se trataba de un show, un gran show.
Al año siguiente, Queen realizó otra gira, la última. Después primó el hermetismo y el trabajo en estudio.
A fines de los ochenta el deterioro físico de Mercury era evidente. Perdía peso y energías y sus apariciones públicas eran cada vez más escasas. Los rumores sobre la salud de Freddie se amontonaban en los diarios. En agosto de 1991, mientras los periodistas buscaban que alguna enfermera les diera información sobre la salud de Mercury, se les pasó una noticia que hubiera ocupado la primera plana de los diarios sensacionalistas por varios días. Paul Prenter había fallecido como consecuencia del SIDA. Solo, abandonado, sin dinero y sin siquiera conseguir la atención final de la prensa que buscó con denuedo.
Tres meses después, el 23 de noviembre de 1991, el agente de prensa de Freddie Mercury dio a conocer un escueto comunicado que confirmaba los rumores y los peores temores de los fans: “En virtud de las enorme atención que la prensa ha brindado al asunto en las últimas dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo de HIV y que por lo tanto padezco de SIDA. Creía adecuado mantener en secreto esta situación hasta la fecha para conseguir la tranquilidad de quienes me rodean. Pero llegó el momento para que mis amigos y fans de todo el mundo conozcan la verdad y junto a los doctores me ayuden en la batalla contra esta terrible enfermedad”.
No hubo demasiado tiempo para conmociones. Era otra época y las noticias corrían más lento. Al día siguiente, el 24 de noviembre de 1991, Freddie Mercury moría en su mansión.