Y la primera embestida no podía venir sino de Brasil, el país que sufrió casi 12 años el naufragio que significó el socialismo de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, fundador el primero del “Foro de Sao Paulo” y que, aliándose con el petrodictador venezolano, Hugo Chávez, intentó restaurar el comunismo soviético en la región, pero disfrazándolo de democrático, electoralista y socialcapitalista.
La variante táctica que después copiarían los creadores del “Globalismo”, pioneros como Klaus Schwab, George Soros y David Rockfeller, pero como as bajo la manga del nuevo orden que percibieron era inevitable luego de la caída del “Muro de Berlín” y del colapso del “Imperio Soviético”, que algunos despistados juzgaron como un triunfo de la economía competitiva y de mercado y de la democracia liberal y no como lo que era, un reseteo de los tiempos donde se impondría el que que tuviera la suficiente imaginación para pensar que florecían las oportunidades para los que habían abrevado el camino para arribar a la sociedad sin estado nacional, de micropoderes y microideologías, sin fronteras y un solo gobierno.
No pensemos que Castro, Lula y Marulanda estuvieran pensando en otro regreso que no fuese el del socialismo tal lo habían experimentado Stalin, Mao y el propio Fidel, ni que los profetas que después crearon el “Nuevo Orden” y el “Foro de Davos” creyeran en otro mundo que no fuera el de la desaparición de las grandes potencias y de los otros liderazgos que no se fundieran en Uno, en el que que vendría a refundar el planeta, pero el 4 de febrero de 1992 un teniente coronel, Hugo Chávez, dio un fallido golpe de estado en Venezuela, pero proclamando que su intención no era reformar la democracia sino restaurar el socialismo y desde las arenas de los desiertos del Medio Oriente, un líder religioso, el jeque Osama Bin Laden, anunciaba que se ponía al frente de una cruzada religiosa mundial, Al Qaeda, para destruir la civilización pagana que encabezaban los Estados Unidos y Europa e instaurar la religión monoteista predicada por Mahoma, el Islam.
Pero corrían otras noticias, quizá tanto o más escandalosas que las llegadas de América Latina y el Medio Oriente, como fue el ascenso al poder en los Estados Unidos del Partido Demócrata, cuyo triunfante candidato a presidente, Bill Clinton, inauguró la doctrina de “no más guerras”, que así como había caído la Unión Soviética caerían todos los radicales que se atrevieran a imitarla, que las nuevas armas nucleares y atómicas eran el diálogo y las negociaciones, “las armas” que se dispararían para derrumbar desde sus cimientos los muros que se alzaran para no creer que el “fin de la historia” había llegado.
Entre tanto, Chávez (quien ya se había aliado a Castro, Lula y Marulanda) tomaba el poder en Venezuela el 3 de febrero de 1998, Bin Laden y Al Qaeda sacudían a bombazo limpio a África, Asia y Europa, asaltaron el poder en Afganistán y crearon una sociedad regida por la Sharia y el Corán y el 11 del septiembre de 2001 se atrevieron a lanzar dos aviones contra el edificio del Pentágono en Washington y las “Torres Gemelas” de Nueva York, con un saldo de tres mil fallecidos y un número aún no determinado de desaparecidos.
Toque a arrebato y llamado a la guerra desde la primera potencia del mundo, cuyo presidente, el republicano, George Bush, no logró el respaldo de la ONU para invadir a Afganistán y derrocar al promotor del terrorismo en el Medio Oriente, el dictador irakí, Saddam Hussein y prácticamente solo y con el apoyo a penas de Inglaterra, Canadá, España y Australia, derrotó a los terroristas en dos invasiones al Medio Oriente que se realizaron el 2001 y 2003.
Pero mientras los republicanos de Bush arremeten con las guerras que piensan traerán la paz definitiva al planeta, en América Latina, en pleno patio trasero y a pocos kms de Miami, Chávez dispara los todavía abultados petrodólares de Venezuela para que, Luis Inazio Lula da Silva, tome el poder “electoralmente” en Brasil, el peronismo radical regresa a Argentina con la dictablanda de los esposos Kirchner y año tras año van cayendo Ecuador en manos de un líder que viene del narcodictráfico, Rafael Correa, Bolivia es también “ganada” por el cocalero, Evo Morales y Nicaragua por un socialista que ya había estado a comienzos de los 80 en el poder: Daniel Ortega.
En otras palabras, que las cabezas de playa que pensaron Bush y los republicanos habían ganado en el Medio Oriente, las habían perdido entre los vecinos que los rodeaban por la frontera Sur, y otra guerra de más largo y mas hondo aliento comienza, pero ahora en territorio americano, entre los países independizados por Washington y Bolívar y que se convertirán en el nuevo destino donde se decidirá la suerte de la democráticia liberal y el capitalismo abierto y competitivo.
Nuevos actores aparecen en escena, los primeros estos globalistas que habían salido de la “Guerra Fría” y del colapso del “Imperio Soviético” convencidos que ni democracia ni capitalismo eran las soluciones para un mundo cuya economía ya estaba en manos de las “Big Tech” que habían creado la revolución electrónica y cuyos dispositivos no había sino que poner en marcha para llegar al “Gran Reseteo”.
Es temprano para conocer con precisión como entraron en contacto los socialistas que en América Latina resucitan Castro, Lula y Marulanda -y, aliándose con Chávez, crean la franquicia del “Socialismo del Siglo XXI”-, con los nuevos “Caballeros Templarios” que vienen de Davos, de la “Open Society Fundation” de Soros y de los cuarteles de la UE en Bruselas, pero lo cierto es que a penas por la oposición del expresidente, Álvaro Uribe, en Colombia, el regreso de los republicanos a la presidencia de EEUU con Donald Trump a la cabeza y, sobre todo, porque las fuerzas e instituciones democráticas de Brasil deciden ponerle fin al “Gran Juego” en el cual, Lula y su sucesora, Dilma Rousseff, figuran como grandes sacerdotes, puede decirse que la democracia y el capitalismo occidental están aun vivos.
Pero la ONU, la UE, la OEA, miles de ONG, todas empiezan a trabajar con los billones de dólares que bajan de los fondos de “Black Rock”, “Vanguard”, la “Rockfeller Fundation”, el “Club Bilderberg” y la familia Roschchild y así la política se convierte en una gran mentira, donde personajes como Juan Manuel Santos, Antonio Guterrez , Luís Almagro y el Papa Francisco, tienen muchas cuentas que saldar con las democracias de la región.
Pero lo fundamental en el colapso de lo que Chávez y su maestro de ceremonia, Fidel Castro, anunciaban como la restauración del socialismo que fundaron Lenin, Stalin y Mao en Sudamérica, fue la incapacidad de los nuevos mesías de llevarle comida, salud, educación, luz y agua a los millones de desemparados que votaron por sus candidatos en ocho años de luna de miel y la conversión en ruinas de países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Cuba, que no logró sino aumentar sus ya casi seculares males.
Simultáneamente, una corrupción sin medida en países ya antes del experimento castrochavista muy corruptos, y de bandas de criminales y narcotraficantes uniéndose a la represión oficial, lograron el milagro de la caída de Evo Morales, Rafael Correa, los Kirchner y de que multitudes irrumpieran en las calles de Caracas, Managua y La Habana gritándole a los “salvacionistas” que cambiaban o tenían que buscar refuerzos para sobrevivir.
En Brasil, el sacudón fue más efectivo y demoledor, ya que al lado de la corrupción que empresas como Oderbrecht profundizaron en el país y extendieron por el subcontinente, pudieron salvarse las instituciones, que monitoreadas desde el Congreso, le Supremo Tribunal de Justicia y las Fuerzas Armadas llevaron a la cárcel a Lula, destituyeron a través de un impeachment a su sucesora, Dilma Rousseff y dieron inicio al proceso que aun no termina de restauración de la economía de mercado y la democracia liberal cuya vigencia se ha visto en los últimos días en algunas instituciones y las calles de Brasil.
El nombre de este proceso es el de Jair Messías Bolsonaro, un exmilitar que se dio a conocer en los tiempos del dictador, Joao Figueredo y en los 90 inició una carrera política que en diez años lo llevó de una concejalía municipal a ser el diputado más votado en el 2017 y en el 2019 a ser elegido presidente de la República para el período 2018-2022.
Las percepciones, las impresiones y las actuaciones de Bolsonaro en política vienen de este período y en ellas ha fraguado las que llama su cruce con la centroderecha, aunque sus enemigos de dentro y fuera de Brasil lo estigmatizan como un derechista de tomo y lomo.
Pero más allá de bautismos que siempre pueden fallar en lo que se refiere a calar qué es lo que realmente se propone el exmilitar, habría que recordar que nació y se formó en el Brasil post Joao Goulart, cuyo enlace con la izquierda socialista no fue aplacado siquiera por el período de las dictaduras desarrollistas y ya establecida la democracia en los 80 y los 90, el país continúo siendo un referente de la socialdemocracia continental y mundial.
De modo que, su período presidencial, hijo de los tiempos en que la democracia liberal y capitalista tiene entre sus líderes al presidente republicano, Donald Trump, podemos suponer que lo animan a enfrentar al Brasil estatista y socialdemocrático, con políticas que abren los mercados, auspician la inversión privada, bajan los impuestos y proclaman la creación de empleos antes que los beneficios y el clientelismo social.
Y la fórmula funciona, puesto que, aun sus más ferreos enemigos, reconocen que su gobierno fue el primero en la historia en que el Brasil tuvo una inflación más baja que en la UE y los EEUU, los superó también en crecimiento (5 por ciento anual) y una estabilidad monetaria tipo primer mundo.
Lo cual no evita que el socialismo y el partido Trabalhista de Lula se recuperen, tenga que enfrentarlos en las elecciones que se realizaron hace apenas un mes y en las cuales el exaliado de Chávez gana con pocos puntos la primera vuelta y en la segunda aun se discute en las calles y algunas instituciones del país, como las Fuerzas Armadas, si el ganador fue el exmilitar o el obrero metalúrgico.
Pero más allá del resultado de esta batalla, lo cierto es que la guerra a penas comienza, Brasil lograr tener por primera vez una derecha organizada que es opción de poder y un líder, Jair Bolsonaro, que traspasa las fronteras del país, es el comandante de las fuerzas que tratan de expulsar el Globalismo del continente y comparado con el otro gran jefe en este empeño, Donald Trump, puede decirse que de lograr los radicales del Partido Demócrata de los EEUU impedir el regreso de Trump, la democracia liberal de Europa y América pasarían a tener un nuevo capitán: Jair Bolsonaro.