“Solo se destruye lo que se sustituye.” Saint Simon
Si de semiótica se tratara y se me pidiera resumir qué advierto en los signos, en las palabras, en el discurso, en la percepción, en las letras, en el rostro de la Venezuela de hoy, me temo que, además de advertir la disfuncionalidad de sus órganos de todo tipo y un estado consecuencialmente patológico, la conclusión a la que llega mi intelecto es cónsona con un simpático juego de mesa que igualmente es un método de estudio y de enseñanza: un rompecabezas o puzzle, como se denomina en el idioma inglés.
Creo llegar a una estación en mi tránsito cognitivo al establecer que ese todo o esa unidad conceptual que fue Venezuela no es ya un sujeto colectivo indiviso, siendo que me encuentro ante sus distintas partes y no están alineadas, ubicadas, conciliadas, ordenadas o, mutaron de tal forma que tampoco son lo que eran y así infiero que se rompió, se partió en mil pedazos.
No solo el fenómeno mencionado se visibiliza en sus formas sino que se evidencia, es cierto, en la precariedad de sus prestaciones sistémicas, en sus íconos de representación, su marco jurídico constitucional, su sociedad, sus cuerpos intermedios, en la nación que se alojó en ella desde el comienzo pero que se fue haciendo más madura, definiendo, perfilando hasta darse una identidad propia; empero, sobrevino un sismo, una revolución o más bien un pernicioso desorden, carente de racionalidad y responsabilidad que la desfiguró y comprometió ontológicamente. Ya Venezuela no es Venezuela.
No sabemos ya qué somos o en cuántas entidades devenimos y deambulamos erráticos por el mundo y, más difícil aún, si es susceptible ese otrora mosaico maravilloso de poder armarse, constituírsele de nuevo, como un cuerpo vivo entero o se malogró y está lisiado para siempre.
Hay un análisis en curso, inevitable e inexorable que advierte el desmembramiento de Venezuela, desde distintas áreas y aspectos de su composición y de su existencia. Sus fortalezas, sus pivotes, sus pilotes y fundaciones han sido arrasadas y de la república, para describir desde allí, no queda sino un recuerdo perdido en la bruma del miedo y del daño antropológico que se hace ya una protuberancia en la faz, un hórrido lunar rojo que nos afea y avergüenza ante el mundo y una pobreza apestosa que como la basura de pestilente hedor, dispara los conocidos desprecios que hoy padecemos, en el primer mundo y resumen con un neologismo: la aporofobia.
La tarea entre la utopía y la fantasía, dirá alguien, es rehacer a ese país que fue paradigma y hoy es un ente fallido y disfuncional. Reunir las porciones ya es un reto casi imposible. La centrífuga pulverizó a muchas, pero aún hay bastante para reunir. De eso dependerá un porvenir que se otea solo en el horizonte de la imaginación y el deseo que, no obstante, se convierte en una hermosa razón para vivir.
Esa fragmentación aludida comienza con la familia, desperdigada y nómada frecuentemente. Se nos apartó, por la fuerza de los hechos y por la pobreza y la desesperanza de nuestros hijos y en general de parientes y amigos. Se van y parece difícil que vuelvan la mayoría y, si lo hacen, después de mucho tiempo, ya no serán los mismos.
Debe hacerse cualquier sacrificio futuro para compactar a la nación que se redujo y se desvió de su natural propósito de asumir un destino común. Cualquier cambio político que logremos llevar a cabo le debe eso a la historia y a la generación que serían sus hijos y nietos, por elemental patriotismo.
Entretanto, hay que acometer una empresa, por llamarla así, que mantenga como ciudadanos y alícuota soberana a los que tuvieron y tienen que buscar allende las fronteras, un nuevo asiento de aspiraciones e intereses. Avergüenza que el régimen de Maduro y sus acólitos, promotores del desastre que ha provocado la estampida nacional, sean quienes, a toda costa, impidan, obstaculicen, enerven el registro y la participación en el cuerpo político de la diáspora, pero debemos entender que el miedo al pueblo y a su expresión libre está siempre presente en el cálculo de la dictadura.
El país en toda su organización está desarticulado. La educación y la universidad, disminuidas y precarias, encajando una fuga de docentes y una deserción masiva, aunada como fenómeno a una caída de la calidad, reclaman un ciclópeo envión para levantarlas y políticas precisas para rearmarlas. Parecen a ratos una colcha de retazos y valga el coloquio. Poniendo gente a actuar como suplentes sin tener ni la preparación ni el oficio. La Universidad Bolivariana y aquella, la Unefa, son en todos los órdenes deficientes y manipulada la instrucción que allí se imparte.
Hace poco conversé con responsables del Hospital Clínico Universitario, cada día menos universitario y precario prestador del servicio que de él se espera. Se encuentra sin equipamiento y con un problema de disputa por el control de colectivos y gremios laborales y, lo peor, con una dirección que ha prescindido de todo criterio hospitalario. Volver a hacer funcional sus potencialidades y desarrollar una atención cónsona con los requerimientos es otro rompecabezas. Mismo tañido de campana en todo el universo nacional del área salud. Se habla de la huida de 30.000 médicos en el lote de 7 millones y más de venezolanos en migración. La producción de galenos competentes es inferior a las necesidades actuales y lo que sale de la Rómulo Gallegos como médicos no está para asegurar la función sino para aprender hasta lo elemental. Igual ocurre con otros servicios como enfermería e imagenología.
La seguridad es otro crucigrama más. Los cuerpos policiales han sido penetrados y satanizados por tres demonios. El más grotesco es la corrupción, hoy generalizada y cuasi tolerada. El segundo es la politización que impregna a toda la organización pública, inficionada de ideologismo y servilismo. La tercera es la impunidad que resulta de las anteriores, pero que recorre la columna vertebral desde arriba y hasta más abajo, como lo resalta el tercer informe de la comisión de la ONU.
De la justicia habría que hacer un borrón y cuenta nueva. Es impresionante y disuasivo el ejercicio de la abogacía sin entrar en una red de inevitables complicidades y sobornos. La mediocridad se ha hecho y se muestra con total dominio. Recordemos parafraseando al Libertador Simón Bolívar y la justicia por ella misma es capaz de sostener a la república.
La fuerza armada es, quizá, el más complejo acertijo a resolver. Dejó de ser de la nación y la república y se reduce a ser un apéndice de la satrapía que mediatiza a sus integrantes con el miedo, recordemos que hay más presos políticos militares que civiles y además los asocia al festín baltasariano de la corrupción.
La FANB ya no se preocupa por la soberanía y su defensa, todo el país y sus integrantes lo saben bien, aunque se hacen los locos. Medrosos dejan hacer y pasar lo que todas las formas del ilícito realizan. La somalización del territorio nacional no les preocupa y la concupiscencia es la normalidad.
Enorme y costoso elefante blanco y valga el lugar común, debe ser atendida con ayuda especialmente de ellos mismos, para devolverlos a sus roles constitucionales y legales y a sus capacidades operativas que brillan por su ausencia y basta recordar los incidentes en la victoria en Apure y la pela que les dio la insurgencia.
Podría seguir enumerando y comentando otros jeroglíficos que tenemos enfrente, pero basta en resumen advertir que el peor mal del chavomadurismo no es la ruindad, la corrupción que alcanza a tantos de los nuestros, el atraso en cualquier aspecto de la vida institucional, sino la destrucción de la institucionalidad que, a nombre de una revolución de todos los fracasos, adelantó y continúa “a paso de vencedores”.
Vuelvo al símil y a la metáfora que nos ha acompañado en esta dolorosa reflexión y surge, salta, una moraleja que delineamos con un diagnóstico forense del país. El populismo es perverso y a la postre más ineficiente que la gobernanza articulada al Estado de Derecho y a la genuina democracia, aunque esta no satisfaga la insaciable demanda que, como una anomalía del sistema, simula justificarlo todo.
En paralelo, fuerza es admitir que es menester iniciar con sintaxis un verdadero discurso ciudadano que, si bien reitere y no abjure de los derechos del ciudadano, también le exija su concurso y su disciplina de un lado; y del otro, tener claro que el poder es en manos de cualquiera peligroso y tentador de todos los excesos, pero que si bien hay pocos genuinos estadistas, muchos ni se asemejan y luego hacen de aprendices de brujo, trayendo en consecuencia el naufragio en sus alforjas, es indispensable regresar al espacio del poder, el saber y la honestidad.
Regreso a mi rompecabezas y concluyo que el primer movimiento consiste en superar el accidente patético que originó esta kakistocracia purulenta. El regreso del hoy alejado Jedí ciudadano y la reformulación de una política que, haciéndolo como hasta ahora, dejó incólume los conflictos y los agravó y amplió, por el contrario.
Una política transparente y responsable y hacia allá debemos apuntar, no solo para sobrevivir con dignidad sino para volver a ser una república.
@nchittylaroche
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