Si Isabela* pidiera un deseo, sería una muñeca. O un vestido nuevo. O una casa de cemento y ladrillo. Aunque, si lo piensa mejor, pediría más bien que nunca más falte la comida en su casa para no tener que dormir cuando le toca comer.
KARLA PÉREZ // EL NACIONAL
Por ahora, a Isabela no le queda otra salida que asumir con resiliencia la crueldad de la pobreza. Y más que por fortaleza, su resistencia se debe al sometimiento de sus pasos cortos y al balbuceo en sus palabras: a la dependencia inherente de su infancia que le impide hacer o decir algo contra el hambre. El rastro de la pobreza está reflejado en su cuerpo, y en su rostro, que también es el rostro de los abandonados. En su entorno —como en el de todo el que la sufre—, la pobreza es el desencadenante de carencias que golpean a velocidades fuertes. Y como en Isabela, los síntomas son visibles en quienes fueron despojados de su energía; en el peso y la talla.
Isabela vive en La Victoria, una vereda de Río Chico, ubicada en Barlovento, una región donde el hospital no tiene insumos médicos y casi no hay profesionales; el servicio de agua no es estable, la luz la cortan todos los días y la venta de gas es cada cinco meses.
Río Chico es uno de los puntos negros en el ya de por sí empobrecido mapa económico del estado Miranda, que perdió el valor turístico que hasta hace una década servía de ingresos para la región. Sus habitantes —como el resto de los venezolanos— han tenido que reinventarse para poder sobrevivir a la crisis política, social y económica más profunda de la historia reciente de Venezuela, que tiene la inflación más alta del mundo y una moneda sin valor.
En ese lugar se ubica el rancho en el que vive Isabela desde hace cuatro meses, porque su madre, Liset*, quedó en la calle junto con sus otros dos hijos, Daniela* y Deivis*, tras ser desalojada de la casa donde vivían. «A mí me ayudan mi mamá, mi papá o mi hermana, que tiene una hija también pequeña, o ella», dice apuntando a Giselle*, su cuñada, quien le dio posada y está embarazada de su quinto hijo. Solo vive con tres de ellos.
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