Este exorbitante desembolso global lo atiza, esencialmente, el asalto de Vladimir Putin a Ucrania, pero también la amenaza de Xin Ping sobre Taiwán y los amagos agresivos del alienado de Corea del Norte.
Los primeros años del siglo XXI habían sembrado la esperanza de que los conflictos armados a gran escala quedarían como memoria del belicoso Siglo XX. Algunos avizoraban cierto orden global de entendimiento. Pero el ataque artero y absolutamente injustificado de Putin a Ucrania, ha roto esta ilusión de un modo brutal, que evoca los desmanes de Hitler y su Wermacht o el expansionismo atroz de Gengis Khan y sus tribus de mongoles. A todas luces un desafío que si no se detiene abrirá la espita para sucesivas agresiones a otros países.
Compartimos que es indeseable que los presupuestos de cualquier nación aumenten más en armas que en salud y educación. Pero, más allá de corrección política –y sin vislumbrarse alto el fuego o paz negociada– se explica esta inversión de las democracias liberales para contener y liquidar, ojalá sea durante el presente episodio ucraniano, la desmesura de un sociópata con capacidad de destrucción internacional, así como para disuadir a otros caudillos también alentados por ansias expansionistas.