Ya desde antes de las elecciones de 1998, los partidos venezolanos venían en decadencia. Líderes tan firmes como los de Acción Democrática y de Copei ya venían perdiendo prestigio y además se desconcertaron ante la creciente popularidad del golpista Hugo Chávez y sus hombres y mujeres de confianza, y en cambio desconfiaron de Henrique Salas Römer, después de aquellos malditos cinco años cuando el anciano Rafael Caldera, siempre poco popular, logró gobernar por segunda vez, con lo cual cumplió su empeño de igualar a Carlos Andrés Pérez aunque para ello debiera negar a sus discípulos favoritos, Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz y, por supuesto, a su propio Partido Socialcristiano Copei, dominado por Fernández, Alvarez y Herrera. El Copei mas o menos popular fue siempre de Luis Herrera Campins, similar al adecaje, no calderista, y el Copei renovador, potente, tenía el relevo en esos dirigentes que quizás no fueron tan eficientes.
No entendieron aquellos dirigentes que ya habían fracasado desde elecciones anteriores, que la Venezuela que nunca completaron se les venía encima, y no con un argumento de reclamo democrático o de pragmatismo económico, sino con el argumento envejecido de que para arreglar al país bastaba con ser militar. Y los propios adecos nunca explicaron al país el plan magistral de Pérez, al contrario contribuyeron –y Copei- a su hundimiento.
Pero no fueron los militares y los comunistas quienes eligieron a Chávez en diciembre de 1998, sino las mayorías venezolanas. Con popularidad, dinero y carisma, Chávez hizo lo que le dio la gana, especialmente los halagos y mandatos de Fidel Castro. Para cuando finalmente se murió Chávez ya buena parte del daño estaba hecho, y dejó como heredero a un cubanófilo obediente al castrismo, éra su formación. Chávez no dejó a Diosdado Cabello por amigo y cómplice, sino a Nicolás Maduro por castrista, con esa sucesión marcó el camino. Ya en 2002 los militares habían mostrado su incompetencia cuando no pudieron derrocar a un Chávez derrotado.
Pero la oposición tampoco fue lo que debió ser, fueron equivocados y divididos. Tuvieron masa los primeros años pero dirigentes fracasados, ¿a quien podía inspirar Enrique Mendoza sólo por haber sido un gobernador mas o menos bueno? Incluso llegaron a ganar pero se dejaron apabullar por el poder y los militares.
Mientras el chavismo devenido en pajarito madurista se consolidaba en el Gobierno, e hizo todo lo que tuvo que hacer –lo que debía era cosa diferente-, la oposición se fue pulverizando en grupos y egoísmos, y en la falta de dirigentes firmes. Pensaron en votos, cuotas de poder y pactos limitados con lapsos de tiempo, no en el país.
Juan Guaidó fue el último engaño de esa oposición –Capriles el último fracaso- mientras el madurismo se movía como buque insignia. Inventaron el poderío de cuatro partidos y dejaron fuera –no sabemos si por ellos o por ella- a María Corina Machado que, en cualquier caso, tenía más prestigio que un desconocido Juan Guaidó. Pero de repente el muchacho poco relevante de La Guaira se les hizo popular en medio de una entelequia de poco hacer, excepto cobrar.
Los poderosos Estados Unidos y los europeos pagaron, pero Vladimir Putin les torció los planes, aquello de allá, el crecimiento chino, la amenaza nuclear iraní y el alejamiento de los saudíes eran más importantes y, si no Estados Unidos, el resto de los países necesitaba petróleo, aunque fuese el poquito venezolano.
Y vino el nuevo acuerdo, fácil de arreglar para el madurismo, cosa de conversaciones en México. Arreglen sus cosas y nosotros vamos suspendiendo las sanciones. Guaidó tampoco tenía al mejor negociador, Ramos Allup –por ejemplo- es más astuto que los demás y Guaidó fue echado.
Nicolás Maduro y su madurismo ganaron la partida, hay conversaciones, habrá elecciones, Nicolás Maduro o quien él quiera será Presidente y la oposición seguirá cobrando de una u otra manera.
Machado queda por su cuenta, Guaidó puede o nó que haga algo, alguien se sacrificará por la patria en la oposición, el madurismo no caerá por elecciones ni acuerdos, será por hecatombe, como la caída de la Unión Soviética, todos a una Fuenteovejuna y el Departamento de Estado verá qué hace.
Pero si asciende al poder esta oposición será el mismo desastre con nueva cara.