Los actores corren, saltan, gritan, caminan con paso firme, mientras entablan diálogos largos y miran con sorpresa los 400 años de historia que los rodean. “Venimos marchando desde lejos”, dice uno encaramado sobre una malla. Los otros le responden: “¡Buscamos una vida mejor!”, “¡Hemos recorrido 13 países!”, “¡Venimos huyendo!”. Y luego agregan: “A nosotros nos secuestraron”, “a nosotros nos amenazaron de muerte”.
Muchos ven el cielo grisáceo de Ciudad de México, y una mujer alza la mirada cuando exclama: “Yo era una reina en mi país. Pero fuimos expulsados”.
En realidad no son actores profesionales, sino un grupo de personas migrantes que durante las horas de ensayo se sumergen en una catarsis colectiva que los ayuda a curar los recuerdos de la penosa travesía en la que cruzaron fronteras y miles de millas hasta llegar al patio adoquinado del Colegio de San Ildefonso, una edificación barroca construida en 1554 que se encuentra en pleno centro histórico de la capital mexicana.
“Pues esto hace que pueda continuar, porque sentía que ya no podía y gracias a esta obra olvido mis problemas. Cuando llego acá siento como que estoy en mi país, como que estoy en otro lugar, y no estoy pasando todas las cosas horribles que vivimos. Cuando regreso al albergue, vuelvo a recordarlo todo”, explica Mariantonela Orellana, venezolana de 35 años que participa en un montaje de La tempestad, obra de William Shakespeare que ha sido adaptada por la compañía Non Gratos que suele trabajar con migrantes y personas desplazadas.
La travesía de Orellana desde Quito, la capital de Ecuador donde vivía desde que salió de Venezuela en 2019 por la crisis política y económica que asola a su país, tiene tintes cinematográficos como sucede con los relatos de las decenas de miles de migrantes venezolanos que en los últimos meses han llegado a México. Según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, en inglés) de Estados Unidos, más de 150,000 venezolanos ingresaron a territorio estadounidense a través de la frontera con México, durante el último año fiscal.
Orellana estuvo nueve días en la peligrosa selva del Darién, donde vadeó cuatro ríos y estuvo a punto de ahogarse. Le dio una crisis nerviosa porque, durante horas, perdió a uno de sus hijos; además vio cadáveres de otros migrantes pudriéndose en las trochas y, como si fuera poco, tuvo que espantar a unos jaguares que comenzaron a acechar su campamento improvisado en la espesura de la jungla.
Lea más en Noticias Telemundo